La cronología de hechos, luego de la victoria definitiva de Lula en las urnas y de su toma de posesión el primero de enero, se debate entre el ridículo, la vergüenza y el extremismo. Las reacciones de la oposición han sido estimuladas y legitimadas por la actitud conspirativa del presidente saliente, Jair Bolsonaro, quien desde el 30 de diciembre abandonó el Gobierno y el país para irse a la ciudad de Orlando, Florida.
El colofón de la distopía política, hecha realidad, fue el asalto ayer domingo 8 de enero a las sedes del Congreso, el Tribunal Supremo Federal y el Gobierno en Brasilia. Podría decirse que fue un remake de la invasión al Capitolio estadounidense en enero de 2021. Bolsonaro había sugerido a sus hordas fascistas que este acto podría darse en Brasil, en septiembre de 2021.
En la versión brasileña de ayer se sumó el ataque a los otros dos poderes del Estado democrático: el Ejecutivo y el Judicial. Se presume que todo haya ocurrido con la connivencia de las instituciones de seguridad, el Ejército y las fuerzas armadas.
Es comprensible la frustración de Bolsonaro y sus seguidores, quienes entre el misticismo religioso, la corrupción política aliada a la maquinaria del anterior Gobierno y las campañas de odio y miedo, creyeron e hicieron creer que la pelota se quedaría en sus pies y habría goleada los próximos cuatro años. No obstante su victoria, Lula había alertado sobre los desafíos que implicaba el bolsonarismo en el presente y el futuro inmediato de Brasil.
Sentimiento anti izquierda y posverdad
Llegué al Brasil en 2017, tras la destitución de Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores), en un contexto ambiguo de indignación y contestación a ese golpe antidemocrático y, a la vez, marcado por un antipetismo-antilulismo visceral. Los grandes medios noticiosos como O Globo se hacían eco de las acusaciones a Lula y al Partido de los Trabajadores (PT); en las masas populares fue calando el sentimiento anti izquierda. Así, el camino quedaba libre para que las élites neoliberales instaurasen su ventrílocuo fascista: Jair Messias Bolsonaro.
Cinco años después de mi llegada, el “mito” se convirtió en una piedra en el zapato de una parte de la propia derecha liberal e hizo trizas la esperanza de millones de pobres en el país. Amigos que en las elecciones de 2018 creían que la mejor salida no era Lula, ni Dilma ni el PT, en 2022 dejaron las diferencias a un lado para vencer al “innombrable”.
Las bases ideológicas del bolsonarismo se perfeccionaron; se elevaron a niveles máximos las estrategias de posverdad a través de las redes sociales.
En esos años, las clases políticas y económicas afines al proyecto bolsonarista ensayaron e implementaron sus ideales económicos de privatización y desmonte de las políticas públicas con relativa facilidad. Y, por fin, esos ideales radicalizaron las relaciones interpersonales entre familiares y amigos, las llevaron a estadios de ruptura, sufrimiento, insensibilidad y malestar social. Lo hicieron además mediante la paranoia colectiva, el misticismo religioso y la cooptación política.
El filósofo y psicoanalista Diogo Bogéa nos adentra en la comprensión de la psicología del bolsonarismo1. .Para ello procura respuestas a problemáticas como la “devoción ciega y abierta idolatría” de los que se inclinan ante el ‘líder’ político. La creciente agresividad entre familiares, amigos y vecinos por estar de acuerdo o no con el ‘mito’. Así como la insólita reacción de personas con una alta formación que rechazan las vacunas y asumen noticias falsas como las más absolutas verdades. Indagaciones como estas, aún con un resultado electoral favorable y no bolsonarista continuarán siendo esenciales para comprender el ambiente político brasileño.
Desde el 30 de octubre se habían instalado en todo el país, como expresiones de inconformidad política, los bloqueos de carreteras, la quema de neumáticos, las manifestaciones de odio y el racismo regional (contra el Nordeste del país, tradicionalmente más progresista a la hora de votar). Así lo fueron también las “sentadas” y rezos colectivos pro mesiánicos ante cuarteles del Ejército solicitando intervención militar, o “celestial”, para que Lula no asumiese la presidencia.
Todo esto en nombre de la consigna preferida de la hinchada bolsonarista: “Deus, pátria, família e liberdade” una versión contemporánea del lema de la dictadura de Salazar en Portugal, también asumido por el integralismo de Plínio Salgado 2, la variante brasileña del fascismo iniciado en los años 30 del siglo pasado.
Una tarde en el Eje Monumental de Brasilia
Son más que las 5:30 de la tarde del domingo 8 de enero cuando llego a la explanada del Eje Monumental de Brasilia. Sobrepaso la Biblioteca Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo, y llego hasta la entrada de la Catedral Metropolitana de Brasilia. Desde allí puedo escuchar el detonar de las bombas de gas lacrimógeno, que comienzan a intensificarse. También observo la lenta retirada de decenas de “patriotas” bolsonaristas que han abandonado la Plaza de los Tres Poderes, luego del meticuloso saqueo a los espacios que simbolizan y legitiman la democracia brasileña.
Converso con un empresario de São Paulo, hombre de unos 60 años, que dice que acampa frente a un cuartel desde hace días, que lo de hoy “fue ya un arranque de desesperación por ver que el Ejército no nos escuchaba”. Le pregunto si tendrían un plan luego de estos actos; mira al vacío antes de responder: “creo que si el ejército no responde ahora es porque no lo hará”. Parece un hombre lúcido, aunque en la perspectiva de José Saramago la ceguera y la lucidez pueden ser complementarias.
Me acerco a un anciano de casi 70 años que estuvo en la invasión al Congreso; me anuncia con un poco de desilusión que se va para su casa, porque los policías ya se estaban poniendo más enérgicos en reprimirles. A sus años no está para eso, afirma con una sonrisa consoladora.
Las bombas y el gas se hacen sentir. El repliegue de los afiliados bolsonaristas va ganando en velocidad; no pierden tampoco la oportunidad de proferir ofensas y gritar con rabia “¡Cobardes!” a cada carro patrullero que pasa. El señor Zé Maria, quien parece que no está “ni ahí” para lo que sucede, impasiblemente vocifera: “¡Agua fría! ¡Cerveza fría!” y traslada su carrito de ventas de aquí para allá y de allá para acá. De repente me dice: “¡Mira, yo creo que esto no está bien, no le conviene a nadie. Esa ‘bagunça’ (enredo) solo puede favorecer a los que tienen dinero. Para gente como yo, de la periferia y pobre, que tenemos que salir a luchar cada día, esta ‘confusão’ es solo para peor!”.
Ser y hacer lo mejor posible en el Brasil de hoy
Mi clase en la universidad comienza con un diálogo sobre estos hechos, que ni yo ni mis estudiantes brasileños desearíamos tener. Tengo el deber político-pedagógico de establecer puentes para la reflexión, me siento por momentos un intruso por mi condición de extranjero. Ellos y ellas, como siempre, me acogen, se animan, conversan, me afirman “que es bueno tener mi visión, que de alguna forma los fortalece”. Les confieso cuánto amo a Brasil y cuánto les debo a ellos, con quienes aprendo a cada momento. Que sé de las virtudes del pueblo brasileño y que tengo certeza que lo mejor de ese pueblo podrá vencer al odio y el desamor, les digo.
En estos escenarios se debate Brasil. Jair ya fue ‘embora’, como advertía una canción que viralizó durante la carrera electoral, pero su salida deja un rastro de incertidumbres, paradojas, sentimientos encontrados y exacerbados. Hace falta tiempo y mucho esfuerzo para llevar adelante la sanación colectiva que permita avanzar, ser y hacer lo mejor posible en el Brasil de hoy.
El pasado 9 de noviembre despedimos a Gal Costa, una de las mayores divas de la Música Popular Brasileira para perpetuar su luz en el firmamento. Yo la recuerdo hoy, a la luz, o a la sombra, de los acontecimientos de ayer. Y decreto que la luz de Gal continúe iluminando a este pueblo “divino y maravilloso”, que se apele a la fuerza espiritual y musical de su legado: “Atenção ao dobrar uma esquina, Uma alegria, atenção menina […] Você vem? Quantos anos você tem? Atenção, precisa ter olhos firmes, Pra este sol, para esta escuridão […] Atenção…Tudo é perigoso…Tudo é divino maravilhoso…Atenção para o refrão: É preciso estar atento e forte, Não temos tempo de temer a morte, É preciso estar atento e forte, Não temos tempo de temer a morte”. 3
Notas:
1 Diogo Bogéa. Psicologia do Bolsonarismo: Por que tantas pessoas se curvam ao mito? Oficina de Filosofía, 2021.
2 José Chasin. O Integralismo de Plínio Salgado: forma de regressividade no Capitalismo híper-tardio (1ra Ed). Livraria Editora Ciências Humanas, São Paulo, 1978.
3 En su traducción al español: “Atención al doblar la esquina, Una alegría, atención niña […] ¿Vienes? ¿Cuántos años tienes? Atención, hay que tener los ojos firmes, Para este sol, para esta oscuridad […] Atención… Todo es peligroso… Todo es divino y maravilloso… Atención al coro: Debemos estar atentos y fuertes, No tenemos tiempo de temer a la muerte, Debemos estar alertas y fuertes, No tenemos tiempo de temer a la muerte”.