A la memoria de mi hermano Félix Masud-Piloto, hijo del popular masajista de igual nombre en los equipos Marianao y Magallanes de mi primera infancia.
Indiscutiblemente el beisbol —sin acento que es como lo pronuncia habitualmente el cubano y reconocen para el Caribe los diccionarios sabichosos—, es una de las deudas, como tantas otras, que hoy por hoy tiene pendiente nuestra sociedad. A lo que se agrega, en tiempos difíciles como los que vivimos, la legítima necesidad de alegrarnos la vida.
Para los cubanos ha sido siempre patrimonio y memoria, metáfora de nuestra historia y nuestra cultura, desde que los primeros implementos para jugar fueron traídos por los hermanos Guilló a su regreso como estudiantes en Mobile, Alabama, fecha de la que el próximo año se cumplirá su 160 aniversario, como nos recuerda el marcador develado el pasado 3 de marzo —con representantes de esa ciudad hermanada a La Habana—, en el parquecito de Línea y H, en los predios donde empezaron a jugar los pioneros criollos.
El haber logrado construir en esta ocasión, con voluntad de sumar, un equipo distinto, más allá de las naturales polémicas, adversidades e insatisfacciones, daba respuesta a los anhelos de la afición, los atletas y los entendidos, aunque en este último rubro, si de nuestro deporte nacional se trata, todos nos reconocemos como tales. Y esto solo, a mi modesto entender, constituye un ensayo, de lo mucho pendiente y que se puede hacer en esa dirección. Desde poner en la televisión lo mejor de las ligas internacionales, sobre toda la MLB, junto a las asiáticas y a las del Caribe, hasta programas especializados en espacios que ocupan hoy deportes de invierno, fútbol americano, tenis, ¿golf?, etc.
No se trata, para nada, de la falsa dicotomía de fútbol o beisbol. Los dos tienen su zona legítima, pero no podremos recuperar lo mejor de nuestra cultura beisbolera si no vemos como en el fútbol —donde estamos a años luz de ser una potencia pero existe un público, en el que me incluyo, que lo sigue fielmente—, los mejores torneos del mundo. Incluso ahora, con la mejor voluntad de nuestros técnicos y la indiscutible capacidad aglutinadora que ha logrado su manager con atletas de diferentes ligas, a veces tenemos la sensación que se dirige a profesionales —y los defino así más por su “profesionalidad” que por los dineros que perciban—, con vicios de nuestras series nacionales.
Como diría ese apasionado al deporte de la bolas y los strikes, Roberto Fernández Retamar, en su antológico poema “Pio tai”, nuestros peloteros, vivos y fallecidos, de diferentes ligas, épocas y puntos del planeta, “estén donde estén”, forman parte de nuestro imaginario como nación. Algo de esto, en una escala modesta y todavía incipiente, se refleja en el “TeamAsere”, como se ha dado en llamar la presente selección. Y lo que la dirección de la novena, junto a otros factores y en primer lugar los atletas, ha logrado al conformar el equipo como una familia y recuperar la alegría del espectáculo, es el mejor argumento.
A propósito de como nuestro deporte nacional convoca a escritores, pintores, músicos, cineastas…, me gustaría citar algo que escribí hace treinta y cinco años sobre la pelota, que: “(…) ha estado presente en la cultura y la historia patria (…) por eso, tal vez vaya siendo necesario un estudio del beisbol como parte de eso que, sumatoria de idiosincrasia (…) llamamos con orgullo y amor, lo cubano”. En los últimos lustros por fortuna han empezado a publicarse libros de carácter biográfico o testimonial sobre estrellas del diamante, lo cual era una vieja deuda. Aunque a veces no muy bien escritos, o no todo lo bien que uno quisiera, por la información, la pasión y el acto de justicia que contienen siempre se agradecen y merecen celebrarse. Vale destacar, junto a otros autores, los títulos de un divulgador incansable como Juan Martínez Osaba, o de un sabio en la materia como Félix Julio Alfonso López. Esa sensibilidad por este deporte existe en gran parte de nuestros creadores, lo que ha faltado en muchos casos es la voluntad de que tome cuerpo en las expresiones artísticas y literarias, como en nuestro cine, para citar un ejemplo, en contraste con las muchas referencias en el audiovisual estadounidense.
Permanecen poemas como los de Nicolás Guillén, aquellos versos perdurables a la muerte de su admirado Martín Dihigo: «Con la fuerte cabeza reclinada / En su guante de pitcher va Dihigo. / El rostro de ceniza (la muerte de los negros) / Y los ojos cerrados persiguiendo / Una blanca pelota, ya la última». Y otros de generaciones posteriores, igual de rebeldes y nostálgicos, como los de Emilio García Montiel en su antologado texto «Los stadiums»: «…En un stádium no se juega el destino del país / pero sí su nostalgia. / O más bien la nostalgia de esta ciudad podrida. / Remendada con boleros y tristes anuncios / que ya no significan nada». Y están las novelas, fotos, pinturas, piezas de teatro. Hay en nuestro panorama algunas obras dramatúrgicas (Llévame a la pelota, de Ignacio Gutiérrez, o Penumbra en el noveno cuarto, de Amado del Pino); películas (En tres y dos o Un jonrón de película); fotografías (la histórica de Fidel y Camilo con el uniforme de los Barbudos), o la del recordado y jovial Osvaldo Salas con la imagen congelada del manager Roberto Ledo y el ampaya —¿el Chino Fernández?— en plena confrontación, Tony Guiteras, de niño, vestido de pelotero, con aquel gesto mirando al futuro que siempre le acompañó, o aquella secuencia mítica de Edmundo Amoró, descabezando un flight lo más parecido a un jonrón en una serie mundial del Big Show.
Quedan pinturas que se agradecen como las de Reynerio Tamayo, o numerosos afiches; canciones como el chachachá al ídolo de mi infancia y amigo de la madurez, Orestes Minnie Miñoso, o la interpretación de Buena Fe —alguien, cuyo nombre no recuerdo, sentenció con desenfado: “Eso es el beisbol, el juego más parecido a la vida”—, que el dúo repetiría en su popular canción Sueño en azul.
La historia de Cuba y su cultura pueden escribirse a partir de procesos, supuestamente en los márgenes como el deporte, desde esos costados también se evidencian sus iluminaciones, sus límites, sus angustias y tensiones como nación. Porque nuestros peloteros, sus jugadas y su historia, forman parte de lo universal cubano que reivindica nuestra identidad, como razón orgánica desde la razón cultural e integradora de su historia, campeonatos, protagonistas, récords, curiosidades y sus estudiosos. En la tradición cubana, está por saldar parte de la gran deuda que existe en reflejar el rico tejido que imbrican el beisbol y la cultura de la Isla, que desde sus orígenes se ha expresado como rasgo del “ser cubano”, o atributo de la condición nacional que es para muchos la pasión beisbolera, y que fue expresado certeramente por el veterano y reconocido periodista deportivo Elio Menéndez: “La pelota en Cuba es una síntesis de talento natural y ganas de brindar un espectáculo. No puede decirse que es solo un deporte, es la prolongación cultural de un país, es lo que no perdonaría la gente que no tuviéramos”.