Kilómetro cero, la polémica obra de Argos Teatro, arriba esta semana a su última función. Estrenada en La Habana el 8 de octubre de 2022, la pieza ha sido vista, además, en Cárdenas y Matanzas, siempre acogida con una calurosa respuesta del público.
El Kilómetro Zero es un bar restaurante de La Habana (Monserrate esquina a Teniente Rey), muy cerca del Capitolio, donde un diamante marca el inicio de la Carretera Central. Resulta, en la ficción, el punto de concentración y alterne de la prostitución masculina en la capital, que se nutre de jóvenes venidos desde todas las provincias del país, a la caza de un futuro sin estrecheces económicas. Sería algo así como la rampa de lanzamiento para sus vidas recién estrenadas, el punto de partida para lo que, piensan, será un futuro carente de necesidades materiales y con grandes dosis de ternura, cuando sabemos, ellos y nosotros, que al principio y al final de la senda los espera el horror, la deconstrucción humana, la dilución de sus respectivas personalidades en la baja mar del comercio carnal.
De plano, la obra nos enfrenta a historias de vida desgarradas, rotas en los inicios, y de pronósticos reservados. Si alguna virtud tiene este texto y esta puesta de Liliana Lam, es el de arrostrar sin edulcoraciones una problemática soslayada, cuando no negada, por el discurso oficial.
Sí, hay prostitución masculina en el país. Y aceptarlo no debiera constituir un problema, sino el inicio de un camino arduo para comprender el fenómeno y, en lo posible, buscar salidas que pasen por el fortalecimiento económico armónico y la inclusión irrestricta de todos los miembros de la sociedad.
El historiador y antropólogo Julio César González Pagés se dedicó, entre 1998 y 2012, a investigar en este deprimido segmento poblacional. Su objeto de estudio fueron jóvenes de 18 a 25 años que ejercen ese oficio antiguo. Así recopiló 120 desgarradores testimonios que tienen como denominador común la violencia, la ignorancia y la desmedida sexualización de la infancia y la juventud que aún padecemos en Cuba. De ahí salió su libro Pingueros (2014), que sirvió de base a Liliana Lam para la dramaturgia y puesta en escena.
Aunque afectada por cierto didactismo, Kilómetro cero es una pieza a no perderse. Las risas del público responden, pienso, más a un mecanismo de protección ante un material de gran dureza emocional, que a la burla desacralizadora. Es muy serio lo que ahí se aborda, y por momentos provoca un efecto revulsivo.
Liliana Lam es, sobre todo, una actriz experimentada. La hemos visto en televisión (Tras la huella, Tierra de fuego, De amores y esperanzas), en el cine (Antes de que llegue el ferri, Una noche) y en el teatro (La muerte de un viajante, El mago de Oz, Don Juan Tenorio, Cartas de amor a Stalin, Faver). Precisamente Faver, junto con Chamaco, son dos obras del repertorio de Argos Teatro sobre la diversidad sexual y el precio que pagan ciertos seres por asumirse diferentes.
En Kilómetro cero Liliana asume el recurso —también empleado en el filme Los dioses rotos, de Ernesto Darana— del académico que se enfrenta con mirada científica al mundo marginal y termina ganado por el calor humano de los que hasta ese momento eran meros números en estadísticas.
Ese mecanismo empático, empero, trae aparejado el peligro de mezclar dos niveles de lenguaje que no se imbrican con naturalidad, pues provienen de mundos diametralmente diferentes, lo que hace que las “disertaciones” del profesor César (Ray Cruz) rechinen al yuxtaponerse, pongamos por caso, con el coloquialismo desparpajado de Clara (Frank Andrés Mora), personaje que se roba las palmas por tener los diálogos más bien construidos y una capacidad histriónica de altísimos kilates. También a destacar es el Carlos que borda Peter Rojas, uno de los pocos personajes que experimenta un crecimiento en la obra: realiza su viaje existencial de manera convincente.
Dudo que para los habaneros amantes del teatro el próximo domingo haya una obra más retadora que Kilómetro cero. Son nueve personajes que no andan a la búsqueda de un autor —eso ya lo tienen— sino del espectador comprometido con su entorno que no va a apartar la vista ni a prejuzgar, sino a tratar de entender desde el dolor.
¿Dónde?: Complejo Cultural Bertolt Brecht, Calle 13 esquina a I, El Vedado.
¿Cuándo?: Domingo 30 de abril, 9:00 p.m.
¿Cuánto?: 200 CUP.