El término antropoceno es de acuñación reciente, y su popularidad se debe a Paul Crutzen, químico de los Países Bajos que obtuvo el Nobel en su especialidad en 1995. Con él se pretende nombrar una nueva era geológica, la caracterizada por la “erosión” a que somete el ser humano a su planeta de residencia, el uso despiadado de los recursos naturales no renovables y la consecuente variación artificial del clima por la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Antropoceno, término formado a partir de dos vocablos griegos, podría traducirse como “nuevo humano”, ese que posee una colosal capacidad destructiva de su hábitat (¡vaya cualidad!), pero también la posibilidad de variar el rumbo evolutivo del planeta para garantizar la conservación y el desarrollo de la biodiversidad.
Asumir el concepto de antropoceno supone arribar a la conciencia de que el destino de la humanidad es responsabilidad de todos, desde los gobiernos más poderosos hasta los tripulantes más humildes de esta nave espacial que llamamos Tierra.
Sobre estos temas reflexionaba Luis Enrique Camejo en 2020. La relampagueante diseminación del COVID-19 a escala planetaria, que comenzó ese año, lo sumió en un estado anímico próximo a la depresión.
A derechas, entonces no se conocía la causa de la epidemia (pandemia desde el 11 de marzo de 2020), su modo de propagación y la forma más eficaz de combatirla. El único dato verificable era su escalofriante letalidad, que se contaba por millones de vidas humanas perdidas. Un panorama sombrío que nos enrostraba nuestras falencias como especie, los tantos siglos en que fingimos creer, despreocupadamente, en la inagotable capacidad de autocorrección de la naturaleza.
En su estudio habanero, el artista intentaba continuar la obra pictórica, las acuarelas de “cámara” y las grandes piezas a donde van a dar, sin distinción, el sentimiento de pérdida que constituye el vórtice temático de su trabajo. Aquello que no estará más, lo que no fue, lo que no podría ser en modo alguno e igual deja un vacío que habrá de llenarse con añoranza, la arcadia que quizá solo existió en la bolsa amniótica, el paraíso miltoniano que seguirá buscándose, cantándose como utópico lugar al que todos aspiramos.
Camejo es un artista de la sutileza, de la voz baja, del ambiente recoleto. Sus cuadros murmuran, trabajan desde la proposición de la experiencia sensitiva más que intelectiva. Son piezas para sentir, que provocan estados anímicos antes que reflexivos: sugieren, no dicen.
Pero nada salía. Las manchas que dejan las tazas de café sobre soportes informales le sugirieron una especie de puerta de emergencia por donde sacar a respirar su creatividad. Así surgió la serie y luego exposición Coffee Time (Collage Habana, 2020), elaborada a base de café como pigmento predominante. Él se proponía gritar, aunque seguía hablando sotto voce.
Y así, hurgando en la reclusión y la desesperanza, comenzaron a brotar las diez pinturas que, con el paso de los días, irían conformando la colección Antropoceno. Aunque se reconocen en ellas la marca maestra de Camejo, también es evidente la intención de “contar”, de participar en el debate de la contemporaneidad de forma más directa.
Desde un inicio el artista decidió que no sería una galería comercial a donde iría a parar la muestra del nuevo derrotero. Las redes fueron acogiendo, con entusiasmo, los resultados parciales, y más de un colega de renombre elogió lo que se vislumbraba como un momento creativo inédito para éste. Pero el autor no lo entendía —aún no lo entiende— de ese modo.
Camejo piensa que Antopoceno es un hiato en el flujo natural de su obra, que buscó un meandro en aquellos días siniestros. Tuvo claro que estaba gestando piezas para provocar la discusión de los problemas fundamentales que atañen a la especie, no para la contemplación reposada y cómplice. Por eso, cuando surgió la posibilidad de inaugurar Antropoceno en la Galería L, de la Universidad de La Habana, todo fue acomodándose para encontrar el punto natural de contacto entre espectador y obra.
No solo serían colgadas las piezas en la pared; sino que, además, alrededor de ellas, como entorno al fuego, los estudiantes y profesores de esa alta casa de estudios podrían sentarse a discutir las responsabilidades colectivas e individuales en eso de dar a nuestro mundo un futuro, si no del todo promisorio, al menos no tan catastrófico.
Algunas obras
Comento algunas obras que me han llamado la atención dentro del conjunto.
Alegoría de la caverna alude a uno de los diálogos de Platón recogidos en La República. Según el artista, “esta metáfora habla sobre el contraste entre la verdad y la ilusión, sobre hasta dónde debe ser cierta la información, marcada siempre por los intereses de una sociedad, y cómo esa idea se aplica en nuestros días. Aunque esta vez las cadenas que amarran a las personas no son precisamente reales, sino que están en los medios de información. Vivimos encadenados a la ilusión de una falsa felicidad que nos lleva a ser consumidores aberrados sin capacidad de interpretación”.
La posibilidad física de la vida en la mente de algo muerto, o Llegó la carne al Vedado ironiza con la conocida pieza de Damian Hirst en la que se aprecia un tiburón inmerso en una pecera de formol. Se refiere al estado de abandono de la ciudad de La Habana, prácticamente dejada a merced de la acción de depredadores de todo signo. A ella llegan los animales prehistóricos, que se creían desaparecidos, señal que los instintos en el hombre se pueden educar, embridar, modificar, pero siempre se mantienen latentes.
Arenas movedizas. El deambular nómada en busca de sustento, el movimiento perenne rumbo a donde se cree está la tierra prometida. Mientras, la ciudad va quedando sepultada por lo que puede ser una tormenta de arena (esos vientos que de tanto en tanto nos llegan del Sáhara), la erosión, la desidia.
De Rebelión en la granja, préstamo de la célebre novela de Orwell, tomo las palabras de Camejo: “Hay que entender en estos tiempos que él escribió una novela y no precisamente un manual de instrucciones. A veces tomamos al pie de la letra cosas que vemos imposibles en la literatura. Las crisis materiales siempre traen consigo crisis espirituales. Y muchas veces quienes deben velar por el hombre y la armonía de una sociedad se convierten en hostigadores del pensamiento y de la verdad”.
Human Drops. La cualidad líquida de la sociedad de que habló Zygmunt Bauman. El ser humano como una gota, una emanación que fluye, que destila a través de abstracciones como el espacio y el tiempo. La búsqueda de un nuevo continente para soportar el contenido que todos somos, la capacidad de la readecuación constante.
Interior de El Cerro, la cotidianidad post apocalipsis. Un volver a empezar después de haber recorrido tantos siglos. El rescate del arte rupestre, el cuidado de los animales. Alguien lee. En la hoguera sirven de combustible los libros de Hegel y de Kant, pilares del pensamiento occidental fallido.
2020, una odisea social es pieza cargada de referencias intertextuales. En primer término, el filme de Kubrick de 1968 como parábola insuperable de los peligros que la sociedad tecnológica depara a la humanidad. Cuando se estrenó la película, apenas se hablaba de la inteligencia artificial, un tema sobre el que no terminamos de ponernos de acuerdo, pues son muchos los matices éticos sobre los que habría que legislar para salvaguardar los valores que han constituido la base de nuestra civilización. Camejo nos señala que hay dos referencias más, también de primordial importancia: las novelas Breakfast of Champions, de Kurt Vonnegut, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
La primera habla de la “sustitución de la historia por un pensamiento mediocre”, la banalidad de todo, la llamada sociedad del espectáculo; la segunda, toca el siempre actual problema del dominio de la información: quién genera los contenidos, hacia dónde van dirigidas las matrices de opinión, cómo el poder intenta capitalizar ese constructo que llamamos “verdad”.
Polvo del Sáhara / Oro de Moscú, tema de gran actualidad por nuestros días, discursa sobre la dependencia de nuestro país a vectores económicos y políticos foráneos, al juego sangriento entre las potencias, y sobre nuestra poca capacidad de decidir por nosotros mismos nuestro rumbo, siempre condicionado a los avatares, a los chirridos de la enmohecida máquina del mundo.
Pienso que Memorias del Antropoceno es una exposición que, más que hablar, dará de discutir. Pero como una cosa no marcha sin la otra cuando se habla de un maestro, mucho de goce estético va a encontrar quien se asome a la histórica Galería L con ánimo polémico, un espacio que está pidiendo a gritos una programación de primer nivel, como en los tiempos inaugurales, cuando estaba bajo el cuidado de Fayad Jamís.
Qué: Exposición de artes plásticas Memorias del Antropoceno.
Dónde: Galería L, Edificio de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, Calle L e/21 y 23, El Vedado.
Cuándo: Todo junio, de lunes a sábado de 10:00 a. m. a 5:00 p.m.
Cuánto: Entrada libre.