Con cada temporada de lluvias, en la ciudad Camagüey los ríos se vuelven tema de conversación recurrente. Establecida en medio de la cuenca que comparten el Tínima y el Hatibonico, y una miríada de arroyos y cañadas, la capital provincial ha vivido siempre con un ojo prendido sobre sus cursos de agua. Al menos entre mayo y octubre, cuando cualquier sucesión de aguaceros de mediana intensidad basta para que ocurran inundaciones.
Cada cierto número de años un mes de mayo llega para reafirmar la amenaza latente. Incluso con sol, como en 2007, cuando 204 milímetros de lluvia caídos en 24 horas sobre la llanura del Lesca —donde nacen los ríos de la ciudad— causaron desbordamientos inesperados, más de 2 mil evacuaciones y numerosas pérdidas materiales.
La última semana de mayo y los primeros días de junio transcurrieron bajo aguaceros de intensidad regular que, aunque se extendían durante horas, daban posibilidad a los ríos de evacuar el volumen incrementado de aguas, calculado por especialistas del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) en alrededor de 30 millones de metros cúbicos solo hasta el cierre de mayo.
Como consecuencia, las inundaciones no alcanzaron la magnitud de otras veces y el efecto de mayor impacto fue la saturación de los suelos y daños en techos y paredes de viviendas. Se contabilizaron unos 140 derrumbes totales o parciales; casi la mitad en el centro histórico.
De acuerdo con la tradición y la ciencia, ahora debería producirse un “alto” en las lluvias. Lo común sería que los aguaceros regresaran en torno al 24 de junio, para marcar el comienzo del carnaval local.
Un refrán musicalizado enfatiza la circunstancia, asegurando que “el 24 de junio, si no llueve, no hay San Juan”; aunque con el cambio climático trastocando cábalas y registros científicos resulta difícil lanzar pronósticos.
Entre inundaciones y plazos que se acortan
Echando mano a la experiencia de “media vida” en la vecindad del río Hatibonico, el camagüeyano Miguel Marzo aventura sus previsiones: “Después de una seca tan grande como la que tuvimos, casi siempre vienen meses de mucha agua. Por suerte, los aguaceros ‘limpiaron’ un poco el río. Si la avenida grande llega a ser como estaba antes, en menos de dos horas todo esto de aquí se habría inundado”.
Al igual que muchos de sus vecinos en el reparto La Norma, Miguel utiliza como referencia la inundación de mayo de 1988, que alcanzó cotas no superadas siquiera durante el paso de los huracanes Ike e Irma, en 2008 y 2017. Algunos ancianos aseguran que la cronología de desbordamientos del Hatibonico —el más “peligroso” de los ríos camagüeyanos— se resume en tres hitos fundamentales: el ciclón Flora (1963), y las crecientes de 1988 y 2007. Sus dichos apuntan a que estarían acortándose los períodos entre grandes inundaciones, premisa con la que coincide el grueso de la comunidad científica. “Estos eventos se repiten cada año y se acrecentarán si se cumplen las previsiones actuales sobre el incremento de la variabilidad climática debida al Cambio Climático, que ya está provocando la subida del nivel del mar, y la mayor frecuencia de tormentas pluviales severas y ciclones tropicales de gran intensidad”, alertaba en 2018 el Doctor en Ciencias Geológicas e investigador de la Academia de Ciencias de Cuba, Manuel Iturralde-Vinent.
Sobre terreno “de aguas”
En La Norma prácticamente todas las casas tienen segundo piso. Buena parte de estos niveles comenzaron a construirse como espacios para la evacuación de bienes ante crecidas súbitas de las aguas.
Esa imprevisibilidad es casi exclusiva del Hatibonico, que a su mayor caudal suma el hecho de no contar con obras ingenieras . El Tínima, en tanto, es regulado por una presa de 7 millones de metros cúbicos construida en los años 80 muy cerca de su naciente, en el norte de la ciudad.
En marzo de 2010 el INRH calculó que unos 173 mil camagüeyanos vivían en zonas vulnerables a las crecidas del sistema fluvial San Pedro, del cual el Hatibonico es el principal afluente. Ese mes se anunciaba la puesta en funcionamiento de un sistema de alerta temprana, financiado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que vigilaría mediante una red sensores instalados en casetas y un puesto de mando central, la corriente del río a su paso por la capital agramontina.
“Permitirá disponer de una base de datos actualizada durante todo el día” a disposición de “especialistas y dirigentes políticos, gubernamentales, de la Defensa Civil y del Instituto de Recursos Hidráulicos”, declaraban los gestores del proyecto, quienes también refirieron que se pretendía activar el sistema, además, en las cuencas del Cauto, el Guaso y el Sagua de Tánamo.
Al cabo de trece años, las casetas de aquel sistema se pierden entre la maleza, y los datos que recopiló no se han publicado. “Fíjese si hace tiempo que por ahí no pasa nadie a revisar, que los bejucos han crecido encima de la reja de la puerta. Y mucho antes de eso ya faltaba el brazo metálico con la baliza. A saber, si lo desmontó la misma gente del Acueducto [INRH] o si se lo robaron”, explicó un vecino de una de las casetas del sistema, ubicada junto al arroyo Juan del Toro, tributario del Hatibonico.
Tampoco ha vuelto a hacerse un dragado como el que en 2009 ensanchó los cauces de ambos ríos. Se trataba de una inversión sin precedentes, encaminada a aumentar la capacidad de drenaje de esas vías fluviales, sobre todo al sur de la Carretera Central, donde se concentran las zonas más bajas de la ciudad.
En la última década el único proyecto que llegó a concretarse —solo en su primera fase— fue el de “La Ciudad mira sus ríos”, promovido entre 2015 y 2017 por la Oficina del Historiador. Ese plan de inversiones se tradujo en la construcción de dos nuevos puentes, el establecimiento del recinto ferial en la antigua planta eléctrica “Manuel Julién” y de un parque deportivo en las áreas del Mercado del Río, además del tendido de casi un kilómetro de paseos peatonales en la orilla del Hatibonico.
Los trabajos motivaron cambios en el fondo habitacional: los vecinos de la calle Palma, paralela al Hatibonico, comenzaron a alterar la disposición espacial de sus casas para situarlas de frente al río, y en las inmediaciones del mercado los inmuebles se valorizaron, multiplicándose las ampliaciones y terrazas.
Pero las mejoras alcanzaron apenas a una fracción de los más de 20 kilómetros de recorrido que suman el Hatibonico y el Tínima a su paso por la ciudad. En el resto de las riberas siguen abundando las comunidades vulnerables, que los pobladores deben abandonar prácticamente una vez por año para protegerse en casas de familiares o amigos, o en centros de emergencia habilitados por el Estado.
Consciente de la vulnerabilidad de esos barrios, durante la última contingencia meteorológica el presidente de la Comisión de Evacuación de la ciudad, Alberto García Rivero, insistía en que se encontraban “activados” ocho centros de evacuación. “Mantenemos el monitoreo de las zonas bajas, por la experiencia que tiene nuestro municipio”, apuntó.
Aprovechando la falta de controles urbanísticos, numerosas siembras y construcciones han ocupado la franja de desbordamiento del río. En tiempo de lluvias, no pocas terminan arrastradas por la corriente, obstruyendo los cauces. La vulnerabilidad de esos terrenos provoca una pérdida casi segura de cuanto se levante o siembre sobre ellos.
Tal descripción retrata barrios como Piña, reparto establecido entre un recodo del Hatibonico y el talud levantado para el tramo de la Carretera Central que pasa por la capital agramontina. Allí, numerosas viviendas han sido levantadas sobre terrenos inundables, sin más orden que el de algunas calles trazadas por los propios vecinos.
“Hace sesenta o setenta años todo eso eran siembras de hortalizas y flores, que habían empezado los chinos y después siguieron sus descendientes y los cubanos. ¿De dónde cree que salió el nombre de El Jardín [un reparto cercano]?”, comenta Lázaro Malleta, un anciano de la zona.
Varios kilómetros al oeste, entre el río Tínima y un reparto de edificios llamado Sánchez Soto, surgió hace más de veinte años un asentamiento informal bautizado como La Embajada, debido a que la mayoría de sus “fundadores” procedía de Oriente.
El terreno que ocupan había sido dejado como franja de seguridad por los proyectistas de la urbanización, anticipando probables crecidas. La validez de su cautela se ha confirmado tras episodios que han dejado millones de pesos en pérdidas materiales y gastos de evacuación.
Demoler La Embajada y reubicar a sus pobladores resulta impensable, sin embargo. Así, solo queda encomendarse a la suerte cada vez que los aguaceros se extienden más de lo “normal” y las aguas del río bajan turbulentas.
Mientras el Hatibonico no sea controlado con una presa se mantendrá latente la posibilidad del desbordamiento y, con ella, la de potenciales pérdidas humanas y materiales. En definitiva, no son los ríos los que deben adaptarse a la ciudad.