Conocí a Martín Rojas una noche de noviembre de 1967, durante el primer Festival de la Canción de Varadero. Sonorama 6, el grupo que había creado y dirigía, había sido enviado a actuar en el night-club del hotel Kawama, igual que yo. Cuando le vi por primera vez, él iba con Eduardo Ramos, que tocaba la segunda guitarra en el grupo. Ya ellos sabían de mí, por el programa Mientras Tanto; y yo, de oídas, también sabía de ellos. Había escuchado sobre las habilidades guitarrísticas de Martín, por lo que tenía muchos deseos de conocerle. A partir de aquel primer encuentro empezamos a compartir a diario, no sólo por razones musicales. Una de aquellas noches, por recomendación expresa de Martín (y de Cotán, otro gran guitarrista), tragué, con mil muecas, mis primeras líneas de ron, como remedio al nerviosismo de salir a escena. Fue una especie de novatada “artística”, un mínimo ritual que marcó mi existencia durante décadas.
Para mí, sobre todo en el plano guitarrístico, aquel encuentro significó el momento entre un antes y un después. La imaginación guitarrística de Martín parecía no tener límites. Armónicamente bebía, como la mayoría de los músicos jóvenes de entonces, de dos fuentes fundamentales: por un lado, Michel Legrand; y por otro Tom Jobin y el bossa-nova. Viendo tocar a Martín aprendí a desplazarme tonalmente sin cambios abruptos, a través de enlaces armónicos que anteriormente intuía y buscaba, pero que hasta entonces no había sabido resolver. Creo que a su influencia debo canciones como “El Barquero“, que después cantó la gigante Elena Burke.
Una frase de una canción de Martín se me hizo tan presente que incluso llegué a soñarla: “Se fue tornando púrpura su paso”. Más que un sueño era una especie de pesadilla. Era de noche y yo estaba de pie, al lado de una cama donde Martín yacía. Era un cuarto en un alto edificio que daba al malecón habanero y cuando miraba por la ventana veía las aguas oscuras en las que se movían unas extrañas culebras luminosas. De pronto las aguas empezaron a inundar la ciudad y aquellas luces inquietas entraban con ellas, y yo subía a la azotea. Desde allí, impresionado, veía elevarse el nivel de las aguas a cada segundo. Entonces distinguía que aquellos seres luminosos eran como humanos que serpenteaban por el mar a gran velocidad. Cuando las aguas estaban a punto de llegar a donde me encontraba, algunos de aquellos seres me invitaban a saltar y unirme a ellos. Siempre lo hacía. Y ahí me despertaba.
Sonorama 6, aquel grupo de jóvenes talentosísimos que después cada cual tomó su propio rumbo, llegó a acompañarme en algunas canciones que canté en Mientras Tanto. Por ahí están las grabaciones. Algunas, como “Ahora sé”, tienen una intención experimental que, visto desde ahora, parecen anticipo de lo que pocos años después resultó el Grupo de Experimentación Sonora.
Sin dudas Martín Rojas fue (es) sustancia creadora de las inquietudes que comenzaban a gestarse entonces en la música cubana. A su memoria envío mi gratitud infinita, esperando que le acompañe en la eternidad.
Este texto se publicó originalmente en Segunda Cita, blog personal de Silvio Rodríguez, y se reproduce con la autorización de su autor.