Nikola Jokic termina los partidos con la nariz roja y una sonrisa blanca, al menos la mayoría de los que jugó en esta temporada. Así levantó el trofeo de campeón de la NBA, hecho de las pepitas de oro que Denver sudó y paleó por 46 años. Jokic ha sido la excavadora en la mina de la ciudad: juntó las piernas de Dikembe Mutombo, el brazo de Carmelo Anthony, la cabeza de Chauncey Billoups, un diente de Allen Iverson, todo lo perdido; y de ese inventario de ausencias surgió el jugador más completo del mundo, el MVP de las finales. La victoria más completa de la franquicia.
Y es que Jokic no puede ser el “Joker”, aunque sea fácil el juego de palabras con su apellido serbio, (como su compatriota y también recién campeón de Roland Garros Novak Djokovic) aunque su físico no sea de héroe, aunque estéticamente su juego luzca hosco, aunque no sea lo que parece: lento, torpe, ramplón, predecible. Porque Nikola no tiene solo una carta bajo las medias, maneja toda la baraja desde las pantorrillas hasta el codo. No es el “Joker” porque simplemente no hay efectismo en su desempeño en la pista, no busca impresionar o incordiar a alguien con la super-acción: el espectáculo es verlo con toda su magnitud corporal, hacer cada una de las pequeñas y simples cosas.
Un pivot de más de 120 kilos y 2.10 de altura, con la obstinación de un minero y la imaginación de un arquitecto. Un centro que alimenta al resto del equipo y lo hace casi imbatible. Más si Jamal Murray, Aaron Gordon, Kantedius Caldwell Pope, Michael Porter Jr., Bruce Brown, Christian Braun, saben cuándo dar pico y cuándo recoger el mineral. El Escuadrón de Jokic no es suicida, y su historial corto, pero funciona. Y así es más fácil ganar en la vida. Y también en el baloncesto.
Así es como único se puede derrotar al Miami Heat de Erick Spoelstra, especialista en poner a prueba a los más talentosos, en generar dudas tanto en héroes como en villanos, en aislar a los rivales con las defensas zonales o a presión. Incluso la combinación de ambas. Si algo pudiera poseer de villano Jokic, es que no cree en héroes ni hazañas. Ni siquiera la que gestó en la postemporada y quiso terminar el Heat.
Pero los latigazos de Jimmy Butler, la potencia de Bam Adebayo y la soltura de Gabe Vincent, Caleb Martin y Duncan Robinson no fueron suficientes esta vez. Miami se atascó en ataque durante casi toda la serie y los triples se congelaron demasiadas veces. Derretirle un partido a Denver e intentar quemarlos hasta el último segundo, resulta un gran mérito para un conjunto inferior a su rival y que jamás pudo contar con una de sus grandes estrellas: Tayler Herro, con una fractura en la mano.
Dos finales en cuatro años para el equipo del sur de la Florida vuelven a realzar al coach Spoelstra en el banquillo de los acusados… de genio. Al mismo que ahora se empieza a asomar Michael Malone, el coach de los Nuggets, quien construyó un conjunto con Jokic como centro. Defensas y ayudas, fluidez en el ataque, sin anarquía, y la combinación Murray-Jokic donde cada uno se desvive por asistir al otro. Casi siempre de forma espectacular.
Malone confió en el europeo, el jugador contracultural, de adaptación arriesgada y capacidad física dudosa. Algunos dirán que lanzó una moneda (Jokic fue drafteado en el lugar 41 de segunda ronda) pero como el Harvey Dent de Batman, siempre supo que caería (de) cara a cada lado. No el rostro del héroe o del villano, sino el del serbio de Sombor. El hombre que termina cada partido con la nariz roja y una sonrisa blanca. Al menos la mayoría de los que juega…