Esta no es más que una triste crónica, la breve historia de una búsqueda que inició con la esperanza puesta en un posible hallazgo al rememorar la muerte del artista. Y la historia empieza así, con una noticia que descubrí por azar durante mis excavaciones archivísticas. Un recorte de prensa de 1912 comunica la trágica situación con su titular: «Ha muerto Vilalta de Saavedra. Expiró en la Policlínica de Roma. Olvidado y sin dinero, cuando se le adeudaban grandes cantidades. El Ministro de Cuba sufraga los gastos del sepelio». El artista, de nombre prácticamente desconocido en Cuba, que erigió la solemne estatua de José Martí en el Parque Central habanero, −de acuerdo a cuanto pude documentarme− había llegado desprovisto de fortuna a Roma y reclamaba al Ayuntamiento de Cárdenas, a través del consulado cubano, la retribución de una última obra que había realizado en Cuba: el monumento a los Mártires de la Patria en Cárdenas.
Sin embargo, antes de morir no recibió la remuneración que se le debía, lo que generó una situación apremiante para el sufragio del sepelio, que corrió a cargo de Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, en aquel entonces cónsul cubano en Roma. La nota periodística informa que no solo los gastos de los funerales del escultor cubano fueron cubiertos por el Cónsul, sino también la renta de un nicho en el cementerio por razón de unos seis meses, cuyo contrato debería renovarse pasado ese tiempo, de lo contrario, una vez exhumado, el cadáver tendría sepultura en una fosa común municipal. Esta nota representó un estímulo absoluto para mi curiosidad, quería poder reconstruir toda la historia, saber el fin que había tenido el escultor cubano José Vilalta, muerto en Roma.
Todo comenzó así. Justo el pasado 16 de marzo, fecha del fallecimiento del artista, conversé con un amigo, Leandro Varela, estudiante de Archivística en La Sapienza, sobre el recorrido que debía hacer para hallar el sepulcro de Vilalta. No teníamos el dato del cementerio donde en 1912 había sido transitoriamente sepultado el escultor en Roma, ni siquiera el municipio ni el hospital donde había perecido. Todo lo que teníamos era dicha nota de prensa, que además no contaba con fecha ni con título de la publicación. La búsqueda entonces se hacía compleja, pero los razonamientos de este amigo implicado ya en mi emotivo afán de saber arrojó algunos resultados.
El famoso Cimitero Monumentale del Verano, frondoso en sus paseos y solemne por sus obras escultóricas, se tornaba el primer centro de examen. Una tarde soleada, hace pocos días, quise hacer una exploración por aquellos predios, próximos a nuestra universidad romana, para preguntar directamente en alguna oficina y alejarme así de los impersonales sitios web tan frecuentados. El silencio del camposanto se interrumpía con nuestros pasos, con el asombro compartido junto a un colega, poco aficionado a templos y cementerios, que quiso acompañarme .
Una vez superado el inmenso quadriportico inicial hallamos unas oficinas. Me adentré sola, al interior encontré tres personas que respondieron de inmediato a mi petición y comenzaron a buscar en sus archivos al cubano José Vilalta de Saavedra, fallecido el 16 de marzo de 1912. Cuando habíamos perdido toda esperanza, descubrimos que en el registro aparecía un Giuseppe Vilalta (nombre correspondiente en italiano) inscrito el 21 de marzo y exhumado tiempo después, pero no conservaban ningún otro dato. La sugerencia fue acudir al Ufficio Relazioni con il Pubblico, lo que hice al día siguiente. Dejamos entonces el inmenso cementerio y totalmente inspirada en la búsqueda que empezaba a ofrecer algunas pistas se creó en mí una vaga ilusión, tal cual el sueño con que me había adentrado al lugar del reposo eterno.
Llegué al Ufficio Relazioni con il Pubblico después de haber errado por otros dos lugares, una espera motivada por las personas que también venían a hacer consultas sobre difuntos. Solo despachaba un señor, mi turno era uno de los últimos; le expliqué el asunto y mi peregrinación hasta llegar a ese punto. Buscó, resoluto, información, pero solo halló las coordenadas del primer sepulcro, el transitorio, el único que al parecer tuvo el desdichado artista cubano (reparto 93, fila 3, fosa 19); «luego −dijo él− hubo una exhumación pero no hay más, es decir, pudo haber ido a una fosa común. En algunos casos no podemos ayudar totalmente». Agradecí el gesto y salí saludando a las dos personas que quedaban detrás de mí.
La inmensa y triste paradoja se cumple entonces. José Vilalta, el escultor formado en Italia, que había dedicado muchos de sus importantes trabajos a la estatuaria mortuoria en la famosa Necrópolis de Colón de La Habana (las Virtudes que decoran la majestuosa puerta del ingreso al cementerio, el conjunto monumental en las tumbas de los estudiantes de Medicina fusilados en 1871, entre otros) murió olvidado en Roma y reposa hoy en algún lugar de estas tierras que no permite señalar con un simple epitafio el gran artista que fue.
!Qué triste final para quien mereció tanto!Pero de todas maneras él está en cada piedra de su gigantesca obra, Muy interesante tu artículo.
Buena pesquisa, lindo artículo ilustrativo de tu afán de saber y trasmitir; buen repertorio de bondades para la familia de Céspedes -que investigas- lástima la no continuidad de nuestras virtudes históricas, bueno con entusiastas como tu se irán concatenando las buenas acciones de nuestro disperso devenir histórico. Gracias
gracias por el escrito, los cubanos nos sentimos agradecido de todos esos hombres que dejaron una huella en la cultura cubana, y si no aparece el lugar de su ultimo reposo material, como señalaron, ahí tenemos sus obras
Es una historia que saca lágrimas. Tal vez sirva como consuelo que queda a la altura de otro gran artista, quien recibió sepultura en la fosa común.Él no tuvo ni siquiera tumba transitoria.
Olvidé mencionar el nombre del artista: Wolgfang Amadeus Mozart…