Retirado el velo, los ojos de Alice Walker dieron de frente con el rostro broncíneo de Langston Hughes. En el Patio de la Poesía. En La Habana.
No hubo espacio para el silencio o el sobrecogimiento. Entre aplausos y flashes y exclamaciones, una sonrisa de felicidad brotó de los labios de Alice —la pequeña Alice, la gran Alice Walker—, mientras sus brazos se elevaban con fervor hacia el busto recién develado.
Sobre sus hombros, una simbólica kufiya palestina. En su pecho, la medalla Haydée Santamaría recibida un día antes en la Casa de las Américas.
“You’re beautiful, so beautiful”, se le escuchó decir mirando directamente al Hughes de bronce; en tanto sus manos, las mismas manos que escribieron El color púrpura, palparon con ternura, con devoción, el rostro del escritor nacido 123 años atrás.
Acarició sus mejillas como se acarician las mejillas de un padre, de un hermano perdido y sorpresivamente recuperado. De un amor. Como si en vez de vez del ajeno metal, tocase la carne cálida, entrañable, de un ser imprescindible y vivo.
Luego Alice —la pequeña Alice, la gran Alice Walker— se abrazó con fuerza a Andy Shallal, el artista, el activista, artífice de ese momento, y agradeció con un gesto a Alejandro Lescay, el hijo de Alberto, el escultor, enviado de su padre a la develación del busto nacido de las manos de aquel y también del poder definitivo del fuego.
“Yo creo mucho en la amistad”, dijo en rápidas palabras a la prensa minutos después. Después de más abrazos y fotos y emociones compartidas con Andy y el resto de sus compañeros de este viaje a Cuba, una amplia comitiva de escritores, artistas, activistas, miembros de Busboys and Poets, el centro cultural que Shallal lidera en Washington D.C.
“La amistad es una gran fuerza”, añadió, luego de haberse fotografiado también con el ministro cubano de Cultura, Alpidio Alonso, y con dos de sus anfitriones en La Habana, los poetas Nancy Morejón y Miguel Barnet, con los que intercambió afectos.
“Por la amistad estoy aquí”, confirmó. Por su amistad de años con Cuba —se entendió—, con sus creadores, sus autoridades, sus instituciones, que la arropan como ejemplo de solidaridad y perseverancia; pero esta vez, sobre todo, por la amistad entre Hughes, su venerado, a quien la ganadora del Premio Pulitzer dedicó uno de sus libros, y el gran poeta e intelectual cubano Nicolás Guillén.
“Honrar a Langston Hughes y Nicolás Guillén nos hace ver que tenemos memoria”, había dicho Alice en el acto que antecedió la develación del busto en uno de los patios interiores del habanero Palacio de Lombillo.
“Y la memoria es algo poderoso. Sin la memoria no podemos avanzar. Tenemos que recordar a quienes estaban y se proyectaron antes, y entender que ellos estaban en aquel entonces por nosotros”, consideró.
“De alguna manera, todas esas personas en los campos de algodón soñaron con este día”, poetizó. “Y aquí estamos”.
“Una embajada de solidaridad”
Como hiciera Hughes en 1930 —cuando visitó La Habana y confraternizó con Guillén—, Alice Walker, Andy Shallal y los demás artistas estadounidenses que los acompañan, viajaron a la capital cubana con una amplia agenda cultural que tuvo uno de sus clímax este jueves con la develación del busto del poeta y novelista afroamericano, uno de los íconos del llamado Renacimiento de Harlem.
Por más de una semana visitaron escuelas y centros culturales, compartieron con escritores y artistas cubanos, recibieron homenajes y asistieron al concierto de clausura del Festival Internacional Jazz Plaza, protagonizado por el pianista Roberto Fonseca y el Ballet Nacional de Cuba.
Su visita, no obstante, tuvo otras connotaciones y significados en tiempos en que las relaciones entre la isla y Estados Unidos distan de vivir su mejor momento. Alice, Andy y sus compañeros no solo lo saben, sino que lo enfatizaron siempre que tuvieron oportunidad.
“La inauguración de esta escultura [de Langston Hughes] es un símbolo de que estamos aquí como guerreros culturales para retomar el punto en el que ellos [Hughes y Guillén] lo dejaron y para manifestar una nueva realidad, una que trasciende lo político y que está basada en el humanismo y en el amor”, dijo Shallal.
Al hablar en el acto de este jueves, presidido por las banderas de Cuba y Estados Unidos, el líder de Busboys and Poets lamentó nuevamente el embargo/ bloqueo de Washington y reafirmó el apoyo de su grupo y de muchos otros artistas, intelectuales y estadounidenses en general a la isla.
“Tenemos mucho que compartir y que aprender entre nosotros”, comentó entre las varias razones por las que, en su opinión, ambos países deberían tener vínculos más fluidos y robustos, más allá de las rencillas históricas y las diferencias políticas.
Portando también una kufiya —que momentos más tarde colocó alrededor del cuello del Hughes esculpido por Alberto Lescay—, Shallal elogió la cultura y la resistencia cubanas, y describió a su grupo como “una embajada de solidaridad” frente a “los desafíos” que entraña la política estadounidense hacia Cuba.
Por ello, dijo, “esta visita ya es una victoria”.
Minutos después Alice —la pequeña Alice, la gran Alice Walker— insistió en el poder real de las personas ante el convulso mundo actual y su influencia para lograr cambios necesarios.
“No somos tan débiles como podríamos pensar”, dijo, antes de enaltecer “el poema de la humanidad” a favor de la causa palestina y reafirmar su amistad con Cuba.
La derrota, sostuvo, no puede tener espacio entre los pensamientos y certezas: “Creer en la derrota hace mal. De alguna manera, debemos creer en la victoria”.
Con esa convicción, reverenció luego a Langston Hughes, rodeada de colegas y compañeros de viaje, de periodistas y anfitriones cubanos.
Entre aplausos y flashes y exclamaciones, sus manos, las mismas manos que escribieron El color púrpura, palparon con ternura, con devoción, el rostro de bronce del escritor nacido 123 años atrás, del amigo de Nicolás Guillén.
En el Patio de la Poesía. En La Habana.