La cucaña es un entretenimiento para atrevidos. Un “deporte extremo”, dijo un amigo, ¡claro!, de forma jocosa. Pero, en realidad, es difícil pasar el conocido “palo enseba’o”.
Deslizarse, caminar, dar zancadas, saltar sobre él, cualquiera de estas formas es difícil si se habla de un tronco de árbol sobre el río. Aguas que esperan debajo, grasa que recubre el tronco. Grasa en la más amplia extensión de la palabra, grasa de cualquier procedencia, grasa de guijos de central, grasa de cebo, grasa de copilla, cualquier cosa que al untarse en el tronco saque a la luz la destreza de quien se arriesga.
El objetivo es llegar al final y coger la bandera que te convierte en ganador. Ese es el desafío. Uno tras otros los hombres se empeñan en romper la sombra que proyectan sobre el Río Undoso, el mismo que separa a Sagua la Grande en dos mitades, y sobre el que las cucañas tienen plaza segura varias veces en el año. Mientras más banderas acumules más cerca estará el triunfo, algunos llegan a siete.
La cucaña es muestra de esa tradición que han dejado los que nos antecedieron como legado y que se mantiene viva a pesar de desconocerse la fecha exacta en que comenzó a ser un atractivo entre los pobladores sagüeros. Y demuestra que el refranero popular siempre tiene la razón: En un “tronco” liso cualquiera resbala y cae.