Una guardia de honor, una banda de música marcial y salvas de artillería. Cuba recibió al papa Francisco con calidez y por todo lo alto. El presidente cubano Raúl Castro, en compañía del cardenal Jaime Ortega, lo esperó al pie de la escalerilla del avión de Alitalia que demoró poco más de once horas en trasladarlo desde Roma hacia La Habana.
En uno de los costados del aeropuerto José Martí, una comitiva de jóvenes coreaban frases como “Cristo vive” y “Esta es la juventud del Papa” mientras un grupo de niños le daban la bienvenida a la misma isla que conoció en 1997 como arzobispo de Buenos Aires, durante el viaje de uno de sus predecesores, Juan Pablo II.
En su discurso de acogida, Raúl Castro agradeció el apoyo del Sumo Pontífice al restablecimiento de las relaciones entre su país y Estados Unidos, aprovechando la ocasión para recordar qué debe ocurrir, según el punto de vista del gobierno cubano, para que se logre una completa normalización entre los gobiernos de La Habana y Washington.
“El restablecimiento de relaciones diplomáticas ha sido un primer paso en el proceso hacia la normalización de los vínculos entre ambos países que requerirá resolver problemas y reparar injusticias. El bloqueo, que provoca daños humanos y privaciones a las familias cubanas, es cruel, inmoral e ilegal, debe cesar. El territorio que usurpa la Base Naval en Guantánamo debe ser devuelto a Cuba. Otros asuntos deben ser también dirimidos. Estos justos reclamos son compartidos por los pueblos y la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo”, dijo Raúl Castro.
Recordó además los 80 años de relaciones ininterrumpidas entre Cuba y la Santa Sede. “El Gobierno y la Iglesia Católica en Cuba mantienen relaciones en un clima edificante, al igual que ocurre con todas las religiones e instituciones religiosas presentes en el país, que inculcan valores morales que la Nación aprecia y cultiva”, dijo el presidente cubano.
Francisco por su parte abrió su primer pronunciamiento en la isla con los saludos formales y transmitiendo sus sentimientos “de especial consideración y respeto” a Fidel Castro, un saludo que extendió a las personas que no verá durante su visita y “a todos los cubanos dispersos por el mundo.”
Desentendiéndose de cualquier responsabilidad o participación en las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos, hizo una valoración del acercamiento entre dos pueblos tras años de distanciamiento.
“Es un signo de una victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del sistema del acrecentamiento universal por sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos”, dijo el Papa citando una frase del héroe nacional cubano José Martí.
Francisco, refiriéndose al reciente acercamiento entre Cuba y Estados Unidos deseó “animo a los responsables políticos” para que puedan continuar “avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar a favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero“.
Un grupo de jóvenes cristianos que se agruparon en la losa del aeródromo para saludar a Su Santidad, coreaban muy distendidamente mensajes de bienvenida, sin protocolo, sino con mucha intimidad, un signo probable que marcará la estancia de Francisco en la isla. “Uno dos y tres, qué Papa más chévere, qué Papa más chévere, nos viene a visitar”.
Casi una hora después de haber aterrizado en La Habana, Francisco subió a bordo del papamóvil de fabricación local para la ocasión, iniciando el recorrido por esta capital, donde decenas de miles de personas lo esperaban al borde de las avenidas para saludarlo durante su camino hacia la Nunciatura Apostólica, donde se alojará.
En un vehículo sin más cristales que el parabrisas frontal, el Sumo Pontífice recorrió los 18 kilómetros entre el aeropuerto y la sede diplomática vaticana en La Habana. En cada tramo del camino, Francisco saludaba a un pueblo exhortado por los medios de comunicación locales a brindarle “respeto, afecto y hospitalidad”. Sentado a su lado estaba el cardenal Jaime Ortega, quien permaneció junto al Papa en todo momento.
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