Era el año 2001. Se preparaba para descender 74 metros en inmersión libre. Tenía 34 años. Vestía un neopreno y calzaba un par de aletas de rana. Era toda su indumentaria, la imprescindible para regresar a la superficie con toda la propulsión posible luego de 2 minutos y un poco más sin oxígeno. Inhaló algunas veces, agarrada a la torre de acero, y dio la señal de descenso. No sabía hasta dónde llegaría, pero la meta estaba clara. Ese día, en Punta Francés, Isla de la Juventud, Cuba, Deborah Andollo (9 de mayo de 1967) bajaría a buscar la titularidad de la marca hasta entonces en posesión del apneísta francés Pierre Frola.
Se había preparado por nueve meses junto a su mentor, Eduardo Medina, y durante los entrenamientos quedó claro que podría romper el récord sin dificultad, pero el mar es un ambiente temperamental, terreno fértil para los imprevistos.
El final ya lo conocemos. Deborah destronó a Frola sin contratiempos, y desde aquel 27 de julio hasta hoy ha reinado sin consorte en las profundidades del océano en la modalidad de cuerpo libre.
Veintitrés años después, ningún atleta, hombre o mujer, ha superado la marca de la cubana. Además de Frola, solo se le acercó la británico-estadounidense Tanya Streeter, quien en 2002, un año después de la proeza de la habanera, logró bajar hasta los 70 metros.
No obstante, la historia con los deportes acuáticos de la cubana, tetracampeona centroamericana, elegida entre los 100 mejores atletas cubanos del siglo XX, empezó tres décadas antes, a la temprana edad de 4 años. “Desde entonces el deporte se convirtió en el centro de mi vida”, confiesa la recordista. “Desde niña el mar me atraía intensamente. Mi padre fue un excelente nadador. Fue él quien me inspiró a aprender, pero la que tomó la iniciativa y me llevó hasta mi primera escuela de natación, la Ciudad Deportiva, fue mami”, contó a OnCuba.
A los 11 años empezó en la que sería su segunda disciplina en los deportes acuáticos, después de la natación: el nado sincronizado. Lo practicó durante 12 años, antes de enamorarse de la apnea. Por 8 de ellos integró el equipo nacional de Cuba, con el que ganó bronce en los Juegos Panamericanos de 1992.
Como el amor a primera vista, el flechazo por la apnea vino inesperadamente. Fue cuando modelaba para un amigo durante un concurso de fotografía submarina en Trinidad que el fondo del mar la deslumbró.
La apnea es una modalidad deportiva en la que la capacidad pulmonar es el sustento del atleta, en un ambiente —el mar— en el que la presión hidrostática que el cuerpo recibe es directamente proporcional a la profundidad que se ha recorrido en la inmersión. A la disciplina, iniciada en 1949 por el italiano de origen húngaro Raimondo Bucher, se dedicaría Deborah Andollo el resto de su vida deportiva.
Cambió las presillas nasales y los lyotard con pedrerías por neoprenos, aletas de rana, ejercicios de respiración y el deseo de que sus pulmones se volvieran lo más anfibios posible. Dos minutos bajo el agua y el resto de horas en tierra; ese fue su pacto con el mar. Dejaba, así, el nado sincronizado para sumergirse a cuerpo completo, literalmente, en la disciplina de la que son fruto los 16 récords mundiales que logró hasta su retiro del deporte activo, en 2002. Algunos de los más sobresalientes fueron: 110m sin límites (1996, Isla de la Juventud), 90m lastre variable (1997, Cerdeña, Italia), 115m sin límites (2000, Parghelia, Italia).
¿Por qué decides cambiar de modalidad?
El nado sincronizado fue el puente a lo que después se transformaría en una pasión deportiva sin límites. Mi etapa en este deporte fue de emociones extremas, en la que me descubrí, además de buena nadadora, apasionada y entregada a lo que hacía.
Durante los entrenamientos que hacíamos descubrí que las sesiones anaeróbicas y de apnea dinámica eran mis favoritas. Estar bajo el agua, sin respirar, era placentero. Me agradaba bajar metros de más en las pruebas que hacíamos. Fue así, en el descubrimiento de esta nueva e insospechada habilidad subacuática, que la pasión por el nado sincronizado encontró reemplazo. Me despedí de esa disciplina durante los Juegos Panamericanos de 1992, con un resultado que en ese momento fue épico para el nado sincronizado cubano: medalla de bronce en la modalidad de equipo.
¿Cómo es la rutina de entrenamiento de una apneísta?
Como pasa con el resto de las disciplinas deportivas, la esencia del entrenamiento en apnea es crear capacidades para tolerar el esfuerzo físico, depurar los elementos técnicos que aportan perfección al gesto deportivo, desarrollar habilidades para adaptarte a las diferentes cargas que llevas contigo, y repetir hasta la perfección.
Cuando estás en apnea el cuerpo se somete a enormes presiones hidrostáticas. No seríamos capaces de tolerarlas sin una preparación previa. Un sistema nervioso fuerte y firme, a prueba de balas, es esencial. Practicar yoga y pranayamas (ejercicios de respiración) ayuda a serenar el pensamiento, a tener mejor disposición psicológica y emocional, a oxigenar correctamente el sistema cardiorrespiratorio y, por ende, el torrente sanguíneo.
Comprender la apnea implica comprender los procesos de intercambio gaseoso, que es en definitiva la esencia de la vida. El cerebro y nuestro cuerpo reconocen como seguros determinados niveles de oxígeno y dióxido de carbono en sangre. Entrenar la apnea es justamente enseñar y adaptar al organismo a subsistir con poco oxígeno o, lo que es lo mismo, tolerar su déficit, así como a adaptarse a la elevación de los niveles de dióxido de carbono.
La base de estas habilidades y destrezas es la capacidad aeróbica, la misma que logramos cuando hacemos entrenamiento de carreras, natación y bicicleta, por ejemplo. El resto de la preparación es más específica. Consiste en realizar ciclos de repeticiones de oxígeno y dióxido de carbono en las diversas modalidades. Por eso, antes de practicar de verdad, hay que perfeccionar estas técnicas a través de la repetición y la corrección.
Si estás en buen estado físico y mental podrás identificar mejoras inmediatas en los entrenamientos. Ya como parte del “entrenamiento invisible” hay que tener en cuenta otros aspectos que son muy importantes: la nutrición, la suplementación, los exámenes clínicos para identificar las respuestas orgánicas a las cargas de entrenamiento, las terapias y hasta la recreación.
Una apneísta es ante todo una atleta de mentalidad. Hace falta mucha concentración y ecuanimidad para permanecer serena en un ambiente tan imprevisible y poco controlado como el submarino. Durante tu carrera en el deporte activo, ¿cómo preparabas tu mente para los momentos de inmersión?
Un récord se gesta en los entrenamientos. La mejor manera de prepararte para lograrlo es entrenar bien, con constancia y determinación, evitar la improvisación y, en caso de recurrir a ella, que sea de manera excepcional. El entrenamiento mental ayuda a optimizar el pensamiento, hacerlo útil y colaborativo. La práctica de pranayamas, por su parte, te ayuda a respirar bien, a optimizar la capacidad pulmonar y aumentarla, expandir la caja torácica y flexibilizar los espacios intercostales. Los ejercicios de respiración previos a una inmersión o apnea son muy específicos y complejos, e implican mucha preparación.
En 2001, con 34 años, justo un año antes de tu retiro, alcanzaste el récord mundial absoluto de inmersión libre, lo cual significa que no llevabas contigo ningún equipamiento; solo tu propio cuerpo. ¿Qué sentiste en aquel momento?
Fue un récord logrado con mucho esfuerzo, en especial porque el atleta al que debía superar, el francés Pierre Frola, era de los grandes. Se logró gracias a la dedicación de mi equipo de buzos aseguradores y del perfecto programa de preparación diseñado por mi entrenador, el Lic. Eduardo Medina, actual metodólogo del Instituto de las Ciencias Aplicadas al Deporte “Manuel Fajardo”. Entrené con mucha convicción y compromiso y el récord se alcanzó sin contratiempos. Sentí una enorme satisfacción, valió la pena cada instante de entrega y dedicación.
De algún modo aquella fue una experiencia extrema. ¿Qué te llevó a proponerte alcanzar esa marca y qué sentiste al conseguirla?
La idea inicial era romper mi propia marca (65m), pero durante la preparación logré muy buena forma física y comencé a coquetear con la cifra del récord masculino, que ostentaba Pierre (73m). En pocos días el coqueteo se convirtió en una posibilidad razonable.
¿Cómo es estar en apnea profunda? ¿Cómo nos lo describirías a quienes nunca lo hemos experimentado?
Yo viví un proceso progresivo perfecto para exponerme a esa experiencia en el mar. Primero fui nadadora, lo cual me permitió desarrollar un vínculo estrecho con el agua. Luego, como atleta de nado sincronizado, aprendí a disfrutar estar debajo del agua, a moverme dentro de ella de forma controlada. Soy habanera, así que el mar estuvo siempre presente en mi vida. Disfrutarlo en todas sus variantes fue la mejor diversión. Con el tiempo y la práctica mi cuerpo se volvió más acuático, por ende, cualquier aventura marina, más que un desafío, era y es una pasión.
Estar en apnea es agradable para la mente. Te sientes ecuánime. El silencio es una oportunidad de estar atento a los latidos del corazón, a dejarte cautivar por la presencia de alguna especie marina, y por el atrayente misterio de explorar lo desconocido.
La apnea profunda es una práctica muy introspectiva, yo diría que es como una inmersión al alma. Es la manera más atrevida y acuática que tenemos los humanos de explorar todo nuestro potencial.
La teoría de nuestra evolución plantea que, en algún momento del pasado, fuimos mamíferos marinos. Los apneistas y pescadores submarinos somos los representantes de esa hipótesis. Cuando descendemos podemos preservar la integridad física hasta cierto punto, gracias a algunas adaptaciones fisiológicas, específicamente la vasoconstricción y la bradicardia, que vamos desarrollando con la práctica. Este es un don que compartimos con los mamíferos marinos de nuestra era: ballenas, delfines, manatíes, focas y leones marinos.
Hija del mar, al mar retorna
“Desde muy pequeña soy del océano, de sus secretos y sus mitos. Entre esos mitos, hay uno en especial que une a los isleños en la magia y en el tiempo”, se le escucha decir en off en un video publicado en su canal de YouTube, titulado “Génesis”.
Un plano abierto nos muestra a una mujer que saluda a Yemayá en las profundidades del océano. La corriente la despeina, como si los vientos costeros también se sintieran en el fondo del mar, pero su cuerpo permanece encima de la piedra, firme como la roca misma. Los brazos se mueven, en señal de reverencia, con un dinamismo que llega a ser anacrónico dentro de un ambiente tan denso y salino. La mujer usa un bañador azul zafiro, del mismo color con que se representa en la religión yoruba a la gran madre a la que saluda y honra cada vez que se sumerge. Es Deborah, que se mueve de un lugar a otro con la agilidad de quien conoce perfectamente el medio, los recovecos, las algas, los corales y las medusas.
“En aquellos tiempos, los hombres, hechos a imagen y semejanza de los dioses, podíamos bajar hasta las profundidades como peces, y Yemayá comprendió que su obra iba a ser destruida, que sus hijos no estaban preparados para ella. Le dolió hacerlo, pero desde ese día nos privó del don de nadar como los peces”, dice mientras relata el mito de la génesis del océano, cuando una desconsolada deidad cuyo nombre en yoruba significa “madre de los peces”, se retiró a las profundidades líquidas del planeta para distanciarse del caos que habían provocado en la tierra sus hijos, los humanos. Debajo de sus pies, ajena a toda la catástrofe de la superficie, la diosa creó su universo, y desde allí, cuenta la leyenda, nos permite entrar y permanecer hasta cierto espacio, solo por determinado tiempo. La transgresión de su mandato nos cuesta nada menos que la vida.
En el video, Deborah no respira, porque la gran madre no quiso que las grietas branquiales que permiten a los peces habitar su cosmos marino formaran parte del cuerpo humano, ni siquiera del suyo, el de una hija tan devota. Pero la impresionante capacidad de sus pulmones tras décadas de entrenamiento le permiten moverse con gracia y soltura en el que para la mayoría es un territorio inhabitable, aunque sea por pocos minutos. Yemayá la deja acercarse, y, mientras lo hace, la sirena cubana se siente más cerca de sí misma.
Desde hace unos años, Deborah se retiró oficialmente del deporte, pero ni este ni el mar han dejado de formar parte de su vida. “Tengo dos perritas. Los fines de semana caminamos en la jungla y luego nos vamos al mar”, cuenta sobre su rutina en otra isla, Cozumel, donde vive junto a su familia. En México es educadora e instructora, en equipos como Los Tiburones, un grupo de triatletas que entrenan en aguas abiertas. En Blue Yemayá Academy y el Mayan Sport Center, como instructora de apnea y buceo enseña a sus alumnos lo que aprendió en su fase profesional en Cuba.
Por otro lado, el ambientalismo sigue entre sus prioridades, una labor que llevó a cabo formalmente durante los cinco años que presidió la Federación Cubana de Actividades Subacuáticas y que ahora, en Cozumel, ha encontrado la forma de explorar, incluso dentro del más esencial de los contextos: su propia casa.
“La educación ambiental forma parte de la vida cotidiana en mi casa. Mis hijos han crecido viéndome minimizar la basura con desvelo, reciclar y llevar el reciclaje a los depósitos destinados para su separación y selección. En casa separamos la basura orgánica de la inorgánica, hacemos compost y creamos tierra, ahorramos el agua y la electricidad, protegemos a los animales, los de la familia y los abandonados, evitamos el consumo desmedido e innecesario, y trabajamos sin descanso para contagiar a todos con nuestras prácticas”, contó a OnCuba.
¿Qué es lo que más te gusta del océano?
Me fascina su composición perfecta de la vida, la armonía que hay entre sus especies. La insospechada inteligencia de algunos seres marinos que son expertos en mimetismo, sus relaciones simbióticas y su autofecundación. Me encanta la diversidad del ecosistema marino y la perfección anatómica de algunos peces. Algunos lo son tanto que no han necesitado modificar su estructura orgánica o fisionomía para adaptarse al paso del tiempo.
El océano, además, es el mayor proveedor para la especie humana. Deseo firmemente que las generaciones futuras logren retribuir su infinita bondad.
Tu amor y respeto por el mar se ha manifestado no solo en el deporte, sino también mediante el activismo ambientalista. En 2023 obtuviste el Premio Isla Verde por tu trayectoria en este campo. Tras tu retiro, ¿has encontrado maneras de seguir involucrada en estas esferas?
La Isla de la Juventud fue mi hogar por más de 10 años. Allí encontré el cobijo y la calidez necesaria para construir cada récord que logré. Punta Francés es un lugar histórico para el buceo cubano y del mundo. No pude haber tenido mejor hogar. Por todo eso, que Pichy [Jorge Perugorría] me tuviera en cuenta para el premio Isla Verde fue muy gratificante, y recibirlo en la Isla de la Juventud fue lo máximo.
A veces, cuando quiero serenarme o silenciar un pensamiento nocivo e inútil, cierro los ojos y navego por ese pasado, por los años de preparación en el Hotel Colony, la sesión de yoga a las 6 de la mañana, el desayuno, el embarque en la marina Siguanea 40’ de Navegación, la llegada a Punta Francés, la búsqueda del punto de inmersión, la revisión del programa, la preparación del equipo, la cuerda, el carro de descenso, los buzos preparando sus equipos, las bajadas, la tensión, luego el regreso a entrenar de nuevo: correr los 7 km diarios y de nuevo el yoga. Algunos días todo era luminoso y perfecto, otros no tanto, pero todos fueron especiales y únicos.
Cualquier persona debe tener un sitio donde pueda cobijar sus penas, tristezas e inseguridades. El mío es ese recuerdo. Allá llego a través de mis memorias, que quedaron detenidas en el tiempo, no se transformaron. Le llamo a ese lugar mental “el Colony sembrado en mi cerebro”.
Por algunos años tuve la oportunidad de presidir la Federación Cubana de Actividades Subacuáticas (2006-2011). A través de su comité científico pude vincularme a acciones y campañas orientadas a la educación ambiental y la protección de ecosistemas marinos costeros, y en ocasiones colaboramos con los programas y proyectos de “Acualina”, junto a Ángela Corvea, con quien hicimos campañas de limpieza de playas y seminarios de educación ambiental.
En Cuba necesitamos una verdadera revolución ambiental que despierte tanto a la conciencia ciudadana como a la voluntad gubernamental. Hay muchísimo trabajo por hacer, un ejemplo de lo que nos falta son leyes que minimicen el impacto ambiental, que posibiliten el cuidado de nuestras playas y ríos y que incentiven una interacción sostenible entre el ciudadano y el medioambiente.
La educación ambiental a mayor escala, y el rescate de ecosistemas, áreas y/o desastres ambientales se han visto de alguna manera relegados y hasta olvidados dada la situación económica que atraviesa nuestro país. El escenario no es muy alentador.
El dilema se extiende al resto del planeta, no es un problema solo de Cuba. Como si no bastara tanta pérdida, el mundo sigue apostando por las guerras como alternativa para la solución de los conflictos. Las pérdidas humanas y ecológicas que estas implican constituyen un daño enorme para el mundo. Las ciudades y los pueblos deben estar limpios, más que para verse bonitos. La basura no se degrada sola, termina en el océano, contaminando nuestros mares y masacrando a las especies marinas. Nuestra basura contamina también los ríos, el aire, y calienta la atmósfera; contamina el agua, nuestra fuente de alimento; contamina la tierra, donde sembramos nuestros alimentos; mata los manglares y deja sin refugio y comida a las especies marinas en edades infantiles y juveniles que allí se resguardan. Nuestra basura nos desconecta de un mundo que fue creado con perfecta precisión.
¿Qué podemos hacer a escala local y global para preservar nuestros océanos?
Muchísimo. Una de las consignas icónicas del proyecto Acualina es “salva tu pedacito”. No hay que esperar a que nuestras playas estén provistas de cestos de basura para que seamos responsables con nuestros desechos. Lo que botamos es nuestra responsabilidad, no pertenece a nuestras playas, ríos, calles, parques o esquinas.
Entiendo que en Cuba existe un déficit significativo en la logística para la recolección de la basura, sobre todo en La Habana, y esto es algo que obviamente complica mucho el sistema de higiene de la ciudad y afecta la cotidianidad de los habaneros. Pero existen otros recursos que ayudan a minimizar el volumen de desechos. Uno de ellos, que está al alcance de casi todos, es hacer compost con los restos de alimentos orgánicos que descartamos al cocinar. El otro es reciclar. Los países más desarrollados del planeta cuidan con esmero estas prácticas: separan la basura, aíslan los desechos orgánicos de los sólidos, desperdician lo mínimo posible, reciclan y reutilizan envases. Estas son prácticas de poblaciones ambientalmente cultas. El tema de la basura y su descomposición es uno de los mayores retos de la humanidad, así como lo es también el cuidado del agua potable y de los recursos energéticos.
Además del activismo y la educación ambiental, ¿te mantienes vinculada a los deportes acuáticos?
Me mantengo muy activa. Actualmente soy entrenadora de natación en el Mayan Sport Center, de Cozumel, y directora deportiva. Tenemos una vida muy acuática. Estar en el mar sigue siendo mi vitamina.
Fuera del mar, ¿qué pasiones te cautivan?
Mi trabajo es bastante demandante en horarios y entrega. También soy ama de casa, nadadora y madre de una joven atleta de alto rendimiento en natación que inicia sus días a las 4: 50 am en la piscina, luego va a la escuela y en la tarde nada otra vez. Esto implica para mí un enorme sacrificio como chofer, cocinera, y psicóloga. También me sigue encantando bajar en apnea y explorar nuevos sitios en el océano. Nadar en aguas abiertas es mi nueva pasión
¿Hay algo en el mar a lo que le tengas miedo?
No. No le tengo miedo al mar, pero lo respeto.