No pienso que podamos seguir haciendo lo mismo durante más de cinco décadas y esperar un resultado distinto. Además, intentar empujar a Cuba al colapso no beneficia los intereses de Estados Unidos ni los de los cubanos. Barack Obama, 17 de diciembre de 2014 Como hemos repetido, debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias. |
Hace diez años, los entonces presidentes de Cuba y Estados Unidos sorprendieron al mundo entero. De manera simultánea y solemne, anunciaron el acuerdo de restablecer las relaciones diplomáticas y trabajar por el mejoramiento progresivo de los vínculos entre ambos países. Parecía cerrarse así, definitivamente, el último capítulo de la Guerra Fría en el continente americano.
Dada la enorme disparidad entre Estados Unidos y Cuba en términos de sus respectivos poderíos nacionales, este trascendental acontecimiento (nos referiremos a él como el 17D, según es conocido comúnmente) solo fue posible a partir de un cambio fundamental en la política de hostilidad y guerra económica contra Cuba que hasta entonces se había mantenido sólidamente arraigada en el complejo sistema político, militar y de “seguridad nacional” estadounidense, como respuesta frente al proceso revolucionario en la nación caribeña iniciado en enero de 1959.
Con el beneficio del análisis retrospectivo, las señales anticipadoras y simbólicas de esa modificación podrían rastrearse hasta el año 2008, con Obama como candidato presidencial, cuando en un discurso en Miami, en un evento organizado por la Fundación Nacional Cubano Americana, anunciaba: “Es hora de emprender una diplomacia directa, con amigos y enemigos por igual, sin condiciones previas. Habrá una preparación cuidadosa. Fijaremos una agenda clara. Y como presidente, estaría dispuesto a dirigir esa diplomacia en el momento y lugar que yo elija, pero sólo cuando tengamos la oportunidad de promover los intereses de Estados Unidos y la causa de la libertad del pueblo cubano”.
Del apretón de manos a la diplomacia secreta
El inesperado y muy comentado apretón de manos entre Obama y Raúl Castro, en diciembre de 2013, durante la ceremonia fúnebre en honor a Nelson Mandela, en Johannesburgo, renovó las expectativas de que algo podía estarse cocinando. Pero hubo que esperar a que concluyera el proceso electoral de medio término de su segundo mandato presidencial para que ese “milagro” (1) se concretara. Y el hecho de que se produjera como resultado de un complejo proceso negociador basado en la más hermética diplomacia secreta, con la intermediación del papa Francisco y el gobierno canadiense, e involucrando el intercambio de prisioneros acusados de espionaje en ambos países, contribuyó a conferirle al 17D ribetes de suspense y emoción poco frecuentes, propios de una novela de Yulián Semiónov o John Le Carré.
No es mi intención hacer un recuento nostálgico del desarrollo y los resultados del proceso posterior al 17D, hasta su consabida reversión durante el gobierno de Donald Trump. Aquí solo me interesa subrayar, de manera sucinta y sin pretender en modo alguno una relación exhaustiva, los aspectos que, a mi juicio, resultaron más trascendentales:
- Por primera vez en la historia, un presidente estadounidense se posicionó claramente a favor de la eliminación del bloqueo económico contra Cuba, de manera incondicional. En este empeño, llegó al punto de tomar la decisión sin precedentes de ordenar a la misión de Estados Unidos ante las Naciones Unidas abstenerse en la resolución de la Asamblea General sobre el tema.
- También por primera vez en la historia, un presidente estadounidense declaró solemnemente que Estados Unidos no perseguía un “cambio de régimen”(2) en Cuba, reconociendo así implícitamente al sistema de gobierno del país caribeño como una realidad política legítima, cuyo futuro solo debía ser determinado por el pueblo cubano.
- Aunque el gobierno de Obama no pudo (porque legalmente no podía) eliminar el bloqueo económico, la amplia e intensa implementación, por la vía ejecutiva, de medidas flexibilizadoras, así como la eliminación de determinadas prohibiciones, contribuyó a oxigenar la economía de Cuba y a facilitar, de esa manera, la vida cotidiana de sus ciudadanos.
- El 14 de abril de 2015, en un acto de justicia, el presidente Obama decidió excluir a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo internacional, eliminando así la principal barrera para el acceso de la nación antillana a los circuitos financieros internacionales (el 11 de enero de 2021, el gobierno de Trump restauró esta injustificada y políticamente motivada designación, que ha sido mantenida por el gobierno de Biden).
- El desarrollo del proceso de mejoramiento de las relaciones bilaterales propició un diálogo sistemático y respetuoso entre funcionarios de ambos países, y la firma de 22 acuerdos de cooperación en los más diversos sectores. Cuba recibió a un gran número de autoridades estadounidenses de los niveles federal y estadual, incluyendo la histórica visita del propio presidente Obama, acompañado de su familia.
- Las visitas de autoridades estadounidenses a Cuba tuvieron un efecto contagioso en autoridades de primer nivel de otros países, particularmente de Europa occidental. Además, el nuevo clima positivo, auspiciado por el cambio de la política estadounidense, favoreció la realización de otros eventos y procesos que fortalecieron significativamente la posición internacional de la nación caribeña, como el encuentro histórico en La Habana entre el papa Francisco y el patriarca ortodoxo ruso Kiril, y la reducción del 70 % de la deuda cubana con el Club de París, que había alcanzado unos 11 100 millones de dólares, de los cuales se pagarían solamente 2 600 millones en un período de 18 años.
Objetivos incompatibles y el diálogo como método
Es necesario subrayar que con los acuerdos del 17D ni el gobierno de Estados Unidos ni el gobierno de Cuba renunciaban a sus objetivos estratégicos permanentes con relación a la contraparte. En el caso de Estados Unidos, este objetivo consiste esencialmente en recuperar a la nación caribeña como parte de su dominio hegemónico a nivel global y hemisférico (sustrayéndola así de la eventual influencia creciente de grandes potencias competidoras o rivales, como China y Rusia). En el caso del gobierno de Cuba, su meta existencial es preservar su soberanía nacional y el sistema político establecido con posterioridad a 1959.
Se trata de objetivos esencialmente incompatibles, pero los acuerdos del 17D perseguían encauzar el manejo de este conflicto de manera civilizada y dialogante, con uso intensivo de los poderes “blando” e “inteligente” (en ambos sentidos de la relación), disminuyendo así de manera significativa la probabilidad de hipotéticos escenarios de enfrentamientos entre ambos países, incluyendo la violencia militar.
Como he apuntado en un comentario anterior y aquí reafirmo, dentro de los límites permisibles por el sistema político estadounidense, para Cuba y su pueblo no existe un mejor escenario que la política emprendida por el gobierno de Obama a partir del 17D.
¿Normalización?
En este comentario he evitado con toda intención el término “normalización” de relaciones, tan usual en los análisis sobre el proceso del 17D, que tiene propiamente un carácter jurídico-diplomático y no político. Lo normal, en las relaciones políticas internacionales, es que las naciones más poderosas traten de controlar e imponer su voluntad sobre las naciones más débiles. Por su parte, las naciones más débiles tratarán de contrarrestar tal pretensión incrementando su propio poder nacional, siempre que sea posible, o estableciendo alianzas con otras grandes potencias.
Una reciente investigación académica llevada a cabo por Ellis Mallett y Nicholas Kitchen, de la Universidad de Surrey en Inglaterra, ha aportado interesantes elementos sobre las razones que llevaron al gobierno de Obama a la decisión de cambiar la política hacia Cuba. Se trata de una interrogante que, en su momento, muchos estudiosos del tema trataron de responder (3). El trabajo de Mallett y Kitchen, con profundidad y rigor analíticos, sirve para validar apreciaciones realizadas previamente por varios especialistas cubanos y enriquece significativamente el conocimiento sobre este proceso, a partir de fuentes informativas de gran relevancia, incluyendo entrevistas con algunos de sus protagonistas directos.
De manera resumida y simplificada, puede afirmarse que la decisión de cambiar la política de Estados Unidos hacia Cuba estuvo determinada por la evaluación de una combinación de factores relativos a la cambiante correlación de fuerzas a nivel global, con el aumento de la competencia y la rivalidad entre las grandes potencias; la intensificación de los cuestionamientos y desafíos a la hegemonía de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe (y, como parte de eso, a la política de hostilidad, aislamiento diplomático y bloqueo económico contra Cuba); y la percepción de que las reformas económicas en Cuba, en un entorno global y regional más favorable, podrían propiciar la sobrevivencia de la clase dirigente y el sistema político de la nación caribeña.
Los cambios en Cuba
En cuanto al factor relativo a Cuba, aunque el real alcance del proceso de “actualización del modelo económico” siempre fue observado con reservas desde el lado estadounidense, el gobierno de Obama entendió que ofrecía oportunidades aprovechables en función de los objetivos de su política hacia Cuba y que el “compromiso constructivo” era la única vía eficaz para evitar una mayor influencia de grandes potencias como China y Rusia.
Diez años después, el análisis de ese conjunto de factores interrelacionados, situados en diferentes niveles, tiene particular relevancia al momento de considerar la posibilidad y el grado de probabilidad de que una política hacia Cuba similar a la del 17D pueda ser adoptada en el futuro. La investigación de Mallett y Kitchen anteriormente referida, publicada en 2023, concluye, metafóricamente, que “el deshielo de Obama puede estar congelado por ahora, pero el calentamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba es sólo una cuestión de tiempo”.
En 2024, considerando los resultados del proceso electoral del pasado 5 de noviembre, se hace difícil compartir un pronóstico tan optimista.
Si bien las presiones competitivas que enfrenta Estados Unidos a nivel global se han intensificado, en la actualidad ninguna gran potencia parece dispuesta a asumir un papel de garante de la seguridad y benefactor económico de Cuba, al menos de una manera equiparable al que decidió asumir la Unión Soviética a partir de 1960.
Por otra parte, la situación política regional, aunque no puede plantearse que sea negativa de modo general, ha evolucionado en un sentido desfavorable para Cuba. En 2014, incluso los gobiernos de derecha cuestionaban la política de Estados Unidos hacia la nación caribeña. En aquellas circunstancias, parecía inminente un boicot colectivo latinoamericano y caribeño al proceso de las Cumbres de las Américas, como protesta por la exclusión de Cuba.
Eso solo pudo ser evitado con los anuncios del 17D y pocos meses después, una delegación encabezada por Raúl Castro participó en la VII Cumbre de las Américas realizada en Panamá. En 2022, aunque con ciertas dificultades y escaramuzas, el gobierno de Biden pudo servir de anfitrión a la novena edición del evento, en la ciudad de Los Ángeles, con la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
En el ámbito interno cubano, el espíritu de la reforma económica parece haber sido reemplazado por el de la retranca y la contrarreforma. Por otro lado, la necesidad de una profunda reforma política, en un sentido democratizador, patriótico, antimperialista e ideológicamente incluyente, parece estar totalmente fuera de la agenda de la clase dirigente cubana.
No se requiere de demasiada perspicacia para entender que los acontecimientos del 11 de julio de 2021, la precariedad y las sucesivas caídas del Sistema Electronergético Nacional, junto al generalizado y significativo deterioro que muestran los indicadores económicos y sociales más relevantes para la existencia cotidiana de los cubanos, deben haber afianzado la visión, desde el lado estadounidense, de que el colapso del sistema político cubano ocurrirá más temprano que tarde. Sospecho que este supuesto fue uno de los fundamentos del inmovilismo de la política del gobierno de Biden hacia Cuba.
Mantener la esperanza
Cabe apuntar que el proceso del 17D no ha sido revertido totalmente. Es probable que algunos de los 22 acuerdos firmados sigan vigentes, al menos desde un punto de vista técnico. Las relaciones diplomáticas han quedado formalmente a nivel de embajadas, aunque poco ha faltado para cerrarlas y no han podido servir de mucho durante el nefasto período de vigencia de la política Trump-Biden de “máxima presión” contra Cuba.
Por otra parte, en los últimos años se observa un notable crecimiento de las relaciones comerciales y financieras entre los sectores económicos privados de ambas sociedades. Ese proceso, que estratégicamente pudiera contribuir a socavar la política de hostilidad y guerra económica contra Cuba, corre a su vez el riesgo de ralentizarse o detenerse como resultado de medidas autorrestrictivas tomadas recientemente por las autoridades cubanas, que objetivamente complementan y hacen el juego a las políticas diseñadas desde Estados Unidos para sumir al pueblo cubano en la desesperación y la desesperanza.
Pese a todo, dicen que la esperanza es lo último que se pierde. El proceso del 17D demostró que una relación diferente entre Cuba y Estados Unidos es perfectamente posible y viable, y consiguió muchísimo en muy poco tiempo, en beneficio de los pueblos de ambas naciones. Quiero y trato de pensar que está vivo, solo dormitando, o esperando tiempos mejores para renacer.
Notas:
(1) Como recordaría un artículo de Granma, cinco años después, muchos cubanos atribuyeron un carácter milagroso al 17D, por la coincidencia de los anuncios con las festividades nacionales por el día de San Lázaro.
(2) “Nosotros no buscaremos un cambio de régimen en Cuba. Continuaremos dejando claro que los Estados Unidos no pueden imponer un modelo diferente en Cuba porque el futuro de Cuba depende del pueblo cubano”. Directiva Presidencial de Política — Normalización entre los Estados Unidos y Cuba, 14 de octubre de 2016. Esta directiva presidencial fue un esfuerzo para convertir la nueva política del gobierno de Obama en una política de Estado permanente, intención frustrada con el advenimiento del gobierno de Trump.
(3) Mi propia explicación puede verse aquí: “Why Did US Policy Towards Cuba Change? A View From Havana”. Truthout, February 2, 2015.