Ellos no saben que, alguna vez, tratar de hacer diana en la pequeña tapita plástica al final de la herrumbrosa pared fue más que un juego.
Ellos, ahora, se entretienen compitiendo. Por un peso (moneda nacional) pueden disparar 20 perles y, acaso la inusitada bagatela, o el morbo de sostener las viejas escopetas, los llevan cada tarde a la esquina donde la atracción ofrecida por el “abuelo” le gana a los videojuegos.
El perle se traba y hay que baquetear con un alambre acerado. Doblan el cañón del fusil y cargan. Tiran. Entre los labios, la próxima munición. No se aburren, dicen.
Alguna vez aquí fue imperioso aprender a tirar, aunque fuera con balas de mentirita, por si llegaba el momento de usar las de verdad. Cada cubano debía saber tirar y tirar bien, porque el enemigo estaba demasiado cerca.
Después de un tiempo en el que se desaparecieron del paisaje urbano, vuelven a poblar los espacios esos cajones rojizos con aire de quioscos.
Ahora son los niños los que agregan a la banda sonora de la ciudad el sonido sordo y metálico de la pequeña munición contra la pared de los campos de tiro.
Seria interesante un estudio sobre la perdida de tiempo la corrupcion y desvios de recursos del sercicio militar,yo lo pase del 87 al 90,le puedo asegurar que en lo que menos pensabamos era en un ataque de los americanos.
Muy bonitas fotos Sayli…
Donde puedo comprar un fusil de esos de Cuba estoy en USA Chicago .