El Latino era un hervidero, una olla de presión. Atestado, repleto hasta más no poder. Desde bien temprano en la mañana no había espacio disponible. La restauración valió la pena. Al emblemático Latinoamericano de La Habana, al Coloso del Cerro, lo volvieron una joya para recibir a Obama y los Rays de Tampa Bay.
Cuando el presidente de los Estados Unidos y Raúl Castro hicieron entrada entre los palcos bajos detrás del Home plate, las gradas reventaron en ovación cerrada, quizás un minuto y tanto de aplausos, un apoyo a la visita. Ambos mandatarios estuvieron observando las incidencias del choque solo durante el primer tercio de innings, luego se marcharon.
La agenda de Obama en la isla llegó a su final. El Latino se encargó de despedirlo. Cuando Barack se levantó y movió una de sus palmas de la mano, de un lado hacia otro, cuando le sonrió por última vez al folclor cubano, los presentes volvieron a reverenciarlo, nuevamente el graderío dobló su torso y le deseó buen viaje hacia la Argentina.
En la grama los vaticinios se cumplieron. Cuba no pudo con Tampa, cero ofensiva, pitcheo demasiado manso, en un partido algo enjuto, los visitantes desbancaron a los anfitriones. Como en 1999 el equipo de la MLB volvió a triunfar en La Habana. Esta vez, por el momento, no habrá revancha para los cubanos en suelo norteño.
El partido amistoso concluyó 4 carreras por una a favor de los visitantes quienes contaron con excelente pitcheo abridor de Matt Moore y con jonrón de James Loney. Por los cubanos Rudy Reyes también conectó cuadrangular, mientras Yosvani Torres perdió el choque.
Dayron Varona: “La afición de Cuba no tiene comparación”
Tengo fresco en la mente el último recuerdo de Dayron Varona en Cuba. En el año 2013, el patrullero camagüeyano jugaba de refuerzo con Villa Clara, justo en la temporada que los Naranjas lograron liberase de una larga maldición y se coronaron monarcas del patio.
Varona, con un atuendo blanco debajo de la gorra, se desplazaba por el solitario bosque central, dilapidando cualquier conexión. En el cajón de bateo, lastrado por una lesión que le impedía un buen agarre del madero, no ofreció grandes números, pero su seguridad y despliegue en el campo resultaron fundamentales para los villaclareños.
Meses después, aquel talentoso jardinero se unía a la extensa lista de peloteros cubanos que salieron a probar suerte en otros horizontes. Travesía en bote, brusca ruptura con su familia, desafío constante al peligro, así vivió su aventura rumbo al sueño de ser jugador de Grandes Ligas.
Mucho ha llovido desde entonces, y muchas cosas han cambiado. Ya el presidente Obama y Raúl Castro se sientan en una misma mesa a comer, ya Obama visita una paladar de La Habana, ya Obama pasea por la Catedral con Eusebio Leal, bromea con Pánfilo y le dice qué bolá a los cubanos, así, en el más puro dialecto de la jerga nacional.
Han cambiado tanto las cosas que se habla de deshielo tras un largo y crudo invierno de más de 50 años; en el béisbol, el parque Latinoamericano, triste y desaguisado en el corazón del moribundo municipio Cerro, se ha convertido casi en un parque del Big Show de la noche a la mañana, con dibujos en la grama y un sinfín de vallas promocionales por doquier.
Para más asombro, Rob Manfred, comisionado de MLB, y Tony Clark, rector de la poderosa Asociación de Jugadores de las Grandes Ligas, hablan en La Habana de las fuerzas que se hacen desde las dos orillas para lograr un flujo normal de peloteros entre Cuba y Estados Unidos.
Las cosas han cambiado tanto (y esto ya es mucho decir), que Higinio Vélez ofrece discursos coherentes y tira noventa millas frente a las decenas de scouts de las Mayores que se pasean por la isla; favores que le hace el tristemente célebre Heriberto Suárez. Estas cuestiones eran impensadas hace tres años, cuando Dayron Varona se alejó de Cuba sin la más mínima de su fecha de retorno. Pero el panorama, tan radicalmente distinto en un lapso tan corto, ha propiciado que el agramontino esté de vuelta en sus terrenos, vistiendo ahora la franela del Tampa Bay Rays, organización a la cual se integró hace solo unos meses.
“Todo es impresionante, hasta que no llegué al aeropuerto en La Habana no lo podía creer, te lo juro. Estoy en una nube, y debo agradecer a los Rays, a la gerencia, y al gobierno cubano por dejarme estar una vez más en mi país”, confesó el jardinero tras terminar una leve práctica de bateo este lunes en el Latino.
Varona atendió a decenas de medios de prensa, interesados por conocer su historia de punta a cabo, desde la partida de Cuba hasta el reencuentro con los suyos en la noche del domingo, cuando finalmente vio a su madre en el lobby del hotel Meliá Cohíba.
Steven Souza Jr., uno de sus compañeros en Tampa, escribió en Twitter que no podía contener la emoción por el viaje a nuestro país, y se imaginaba todo lo que podía estar pasando por la cabeza de Varona.
“Intenso, muy intenso. Es difícil mantener la calma, porque las cosas han pasado muy rápido”, expresó el camagüeyano, quien dijo tener una mezcla de asombro y certeza respecto al desenlace de la historia.
“Si me sorprendió porque no es común que peloteros cubanos regresen en tan poco tiempo, pero estando a tono con los cambios que se viven, no me sorprendió. Ya en diciembre estuvieron en Cuba José Dariel Abreu, Yasiel Puig, Alexei Ramírez, eso habla a las claras de un punto de giro muy positivo para todos”, absolutamente convencido del camino que tomó.
“Yo no me arrepiento de nada, he asumido mis decisiones y todo lo que he hecho ha sido para mejorar. Llevo poco tiempo y he alcanzado buenos resultados, y en parte por eso también estoy aquí. Es cierto que los principales jugadores del equipo apoyaron a capa y espada mi presencia en La Habana, pero eso no hubiera sido posible sin un rendimiento adecuado”, afirmó.
“He crecido como pelotero, de no ser por eso ni me hubieran tenido en cuenta. No estaría ni invitado a los entrenamientos de primavera, me siento mucho más maduro ahora”, confesó Varona, quien apoya la postura de que el béisbol cubano sigue en un sitial destacado.
“Sigo diciendo que la pelota cubana es muy buena, hay muchos en Grandes Ligas que son magníficos, estrellas, renombrados a nivel mundial, eso habla claramente del nivel que hay en nuestro país, porque todos salimos de aquí, nadie más nos formó”, aseguró Dayron, inmerso en el proceso de adaptación a la pelota rentada.
“Son muy organizados, no digo que en Cuba no lo seamos, pero nos superan en ese sentido. Todo lo tienen cronometrado, en 15 minutos hay que hacer más de cinco cosas, debes mantenerte siempre concentrado”, añadió el agramontino, ansioso por ver de nuevo el Latino lleno.
“Jugar aquí va a ser maravilloso, la afición de Cuba no tiene comparación, de verdad me emociona mucho tener la oportunidad de volverme a parar en el home de este parque y sentir el calor de nuestros terrenos”, nos confesó Varona, quien esperaba, de corazón, que los fanáticos recordaran su nombre y se pararan a aplaudirlo en el histórico duelo entre Tampa Bay y la selección nacional. Como ocurrió.
Fuera de juego
Los muertos se lo habían dicho a María de la Caridad Fleites. Su marido (fallecido) se le apareció un día de mayo de 2015 en un tambor (ritual yoruba) para decirle que ella volvería al estadio del Cerro, al Latino, a ver a un equipo de Grandes Ligas.
Francisco Córdova, esposo por 45 años de María, había sido uno de los porteros del parque por más de 35 años. Paco, aficionado empedernido al béisbol, siempre quiso ver a un equipo de Grandes Ligas jugando en La Habana, pero en 1999, cuatro horas antes de que los Orioles de Baltimore tocaran la grama del emblemático estadio, un paro cardíaco le cerró los ojos para siempre mientras custodiaba la puerta 4.
María también llevaba más de 35 años trabajando en la recepción del estadio. “Después de enterrarlo dije que no iba más al Latino, me dediqué a coser en mi casa, no quise saber mas de pelota”.
Sin embargo, en aquella tarde de tambor sucedió algo tremendo: “Paco se montó en mi sobrino Aldo y me habló, me dijo que tenia que ir de nuevo al Latino porque los americanos volverían a jugar allí y para ese entonces yo tendría que ver lo que el no pudo”.
Un mes después, volvió a caminar las tres cuadras que separan su casa del estadio para ver si había alguna plaza disponible. A María le dijeron que ya estaba muy envejecida para sentarse en la recepción a recibir visitantes y llamadas, que lo que le podían ofrecer era un puesto de vendedora de entradas, de portera.
Esta tarde, los que pudieron asistir al juego amistoso entre Cuba y el Tampa Bays de la MLB, los que entraron por la puerta 4 del Latino, pudieron ver a María recogiendo las invitaciones vestida con pantalón y blusa amarilla, como una buena hija de Oshún.