A las puertas de la elección presidencial estadounidense de 2016, se pueden apuntar al menos cuatro temas con consecuencias para la política norteamericana hacia Cuba:
Primero: CERO es el número de veces que un candidato ubicado en la posición que Trump se encuentra hoy ha vencido en la contienda electoral, revertiendo la lógica demográfica del mapa estadounidense, la movilización de los votantes, y la tendencia a votar por su oponente en los Estados claves del colegio electoral. Una victoria de Trump no es imposible hasta que el martes el pueblo estadounidense decida, pero ese resultado es improbable, salvo un evento inesperado que altere la trayectoria política actual. Si tal escenario ocurriese, no es de esperar que Estados Unidos cierre su embajada en Cuba o que incluya a la Isla en la lista de países terroristas, pero no auguraría una perspectiva de normalización de relaciones para los próximos años. El candidato republicano ha revertido recientemente sus posiciones favorables a la movida de Obama, anunciando sus intenciones de derogar la directiva presidencial del 14 de octubre de 2016. En contraste la probable primera mujer presidente de EE.UU. ha anunciado su intención de proseguir el rumbo adoptado en el acuerdo diplomático del 17 de diciembre de 2014.
Segundo: INMIGRACIÓN es el tema de política exterior que la presunta ganadora ha establecido como prioritario para su agenda legislativa. Ante las posturas radicales de Trump en el tercer debate presidencial, Hillary Clinton tuvo la oportunidad de bajar el perfil al tema de una reforma abarcadora y atraer al votante mediano pero no lo hizo. Al contrario, la candidata demócrata redobló su apuesta por la movilización del voto latino comprometiéndose a buscar un camino para la legalización de la mayoría de los indocumentados sin antecedentes criminales, en los críticos primeros cien días de su mandato.
¿Qué pasará en un contexto de revisión de la política migratoria estadounidense con la Ley de ajuste cubano de 1966? A ese respecto, el último lustro ha revelado un curioso alineamiento de las posturas hostiles hacia la Ley, tanto del gobierno cubano como de los sectores de la derecha cubana pro-embargo, descontentos con la renuencia de los nuevos emigrantes cubanos a cortar su conexión económica, social y política con la Isla. Esa postura afín entre los sectores más poderosos del tema cubano en Estados Unidos, aun cuando se ubiquen en las antípodas ideológicas, puede incluir la derogación o una reforma sustancial a la Ley de ajuste en la agenda de la actualización migratoria estadounidense. Si esa discusión se abre y el proceso de normalización de relaciones continúa bajo la directiva presidencial de octubre, ¿qué futuro espera al programa preferencial de emigración para profesionales médicos cubanos?
Una revisión de la política migratoria hacia Cuba es plausible dada la prominencia que las travesías riesgosas por América Central y el tráfico de personas organizado por grupos criminales han alcanzado. Agréguense las consiguientes tensiones diplomáticas entre los países de tránsito y EE.UU. por motivo de esa inmigración irregular y la incitación a la deserción a doctores cubanos en servicio allí. Varios de esos países, por demás, integran el llamado triángulo norte centroamericano, sindicado por EE.UU. como un área candente de crisis migratoria y problemas de seguridad.
Tercero: MARCO RUBIO es el funcionario electo cuya victoria o derrota indicará si ha ocurrido un cambio significativo en la correlación de fuerzas políticas con capacidad para desencadenar un cambio sustancial en la discusión del tema de la política hacia Cuba en el Congreso.
El presidente Obama elevó la prioridad del tema cubano como parte de su legado histórico, promoviendo un círculo virtuoso de viajes, contactos y hasta posibilidades de negocios con Cuba. Esas medidas han generado una cascada de presiones sobre el Congreso, empoderando la acción de grupos de interés anti-embargo en Washington, y los distritos electorales. Sin embargo, la realidad hasta el momento es que algunos de esos grupos, que después de 2014 recibieron sustanciales donaciones monetarias para su accionar, han creado un aparato de altos salarios y empleos sin traducir el momento político favorable en ningún desmantelamiento sustancial del embargo / bloqueo en el legislativo.
Hasta ahora, el lobby favorable al comercio con Cuba no ha logrado que una sola de las iniciativas legislativas anti-embargo salga viva de algún comité congresional. En ninguna de las carreras competitivas por asientos congresionales donde el tema cubano cuenta –ni la de Rubio contra Patrick Murphy, ni la de Carlos Curbelo contra Joe Garcia– el cabildeo anti-embargo ha creado tópicos o influido en la agenda de debate de modo sustancial. Si Hillary Clinton es reelecta, y Raúl Castro se retira de la presidencia en 2018, las leyes del embargo / bloqueo serán más vulnerables, pero eso no implica que los defensores de esas posturas se queden cruzados de brazos.
La oportunidad perdida en el caso de Rubio es evidente pues el senador de origen cubano está en el momento más bajo de toda su carrera política después de la debacle de su candidatura presidencial. Una victoria de Patrick Murphy sobre Marco Rubio en la carrera senatorial por la Florida podría ser el clavo en el ataúd de la posición pro-embargo en la cámara alta (el senador Robert Menéndez anda de capa caída por varios escándalos mientras el senador Ted Cruz no ha puesto nunca a Cuba en el tope de su agenda legislativa).
Sin embargo, hoy una derrota de Rubio luce incierta, a pesar de lo reñido de la carrera, en parte porque Murphy ha tenido dificultades monetarias al final de su campaña. El tema de las sanciones contra Cuba, un área en la que el senador Marco Rubio tiene posiciones reñidas con la mayoría de sus electores, ha estado casi ausente del debate electoral floridano. Incluso si Rubio perdiera (un corolario que no es el más probable según el promedio de encuestas en la Florida), nada indica que la actividad de los grupos anti-embargo haya tenido algún efecto relevante en ese resultado.
Cuarto: LIBIA es el caso de política exterior en que la secretaria de Estado jugó un mayor papel en las decisiones de la administración Obama. Hay que preguntarse si la secretaria ha aprendido alguna lección de una historia agria donde un embajador norteamericano perdió la vida a manos de sectores que nunca habrían tenido ese poder sin el vacío creado por la intervención estadounidense y de sus aliados contra el régimen no democrático previo. Lo dicho por la Secretaria de Estado en algunas de los encuentros con banqueros de Wall Street revelados por Wikileaks ofrece señales ambivalentes a ese respecto.
Si bien al discutir la guerra en Siria la candidata demócrata se manifiesta escéptica en torno al optimismo grandioso de los que venden una democracia nórdica para cualquier lugar del mundo, también expresa una nostalgia por una mejor organización y secretismo en la ejecución de operaciones encubiertas para desestabilizar aquellos regímenes de los cuales se discrepa. En los inicios de su gestión, Hillary Clinton cultivó relaciones amistosas con sectores reformistas al interior del régimen libio, particularmente el hijo del presidente Gadafi. Visto con la perspectiva actual, la mejor opción para EE.UU. era quizás la promoción de un proceso gradual de reformas y liberalización política en Libia que, tras la muerte de Gadafi, abriese las puertas a una sociedad políticamente más abierta. Clinton nunca ha discutido esa posibilidad, ni en sus memorias ni en las actividades públicas o privadas que ahora se conocen.
Aunque el análisis político a partir de las analogías históricas tiene el riesgo de dejar fuera los aprendizajes de los actores, no es ocioso intentarlo como ejercicio intelectual. Si la gestión de Clinton en la Secretaría de Estado es guía para su proyección futura, es de esperar que sea adversa a los riesgos en el tratamiento del tema cubano pero abierta a explorar cursos más audaces, amistosos u hostiles, si las oportunidades aparecen. La presidenta procurará ser competente y metódica, evitando sorpresas en un tema de baja prioridad.
En la ausencia de una crisis desestabilizadora, la directiva presidencial del presidente Obama anunciada el pasado 14 de octubre debe continuar como el plan rector de la política estadounidense hacia Cuba. Ese documento proyecta cambios sustantivos en la relación asimétrica entre los dos países con marcadas oportunidades para que un nacionalismo focalizado en el desarrollo económico consolide el reconocimiento explícito estadounidense a la soberanía cubana.
Lo demás son ilusiones de irreversibilidad. Cuba es un país pequeño con muchas variables de la política estadounidense de gran poder fuera de su control. En comparación con campañas electorales anteriores es seguro decir que el tema ha tenido muy bajo perfil y se ha concentrado en momentos fugaces de diálogo de los candidatos con segmentos específicos del electorado, sin un real debate político al respecto.
En ese contexto son los cubanos de la Isla y la diáspora los principales responsables de garantizar la estabilidad política, resolviendo los problemas de desarrollo con equidad, y reconciliación nacional de su país.