Las hacían con una pequeña Kodak Brownie de 8 milímetros. Los extras eran la gente de aquella zona de Coliseo, en Matanzas. Los actores, guionistas, camarógrafos y directores, impulsados por las historietas y las series de televisión de los 50 del pasado siglo, eran tres niños de menos de diez años: Jorge Pucheux, Ernesto Padrón y Juan Padrón.
Fue una decena de películas bélicas, policiacas, y de ciencia ficción, que rodaron también en la ciudad de Cárdenas y en La Habana. Estos filmes, siempre silentes, aparecían bajo el sello de la productora “Troya Sono Films”. La edición y el montaje se hacían también en cámara. Con el trucaje lograron efectos que simulaban los saltos en paracaídas o grandes explosiones.
Años después Jorge Pucheux sería uno de los mejores camarógrafos de efectos especiales del cine latinoamericano; el mayor Padrón, Ernesto, el primer director de un largometraje cubano en 3D, y Juan, el creador de Elpidio Valdés y la película de culto Vampiros en La Habana, genio de los dibujos animados cubanos.
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Unos segundos después de tocar la puerta, apareció Juan Padrón, sonriente.
—Parece que los jóvenes no saben reconocer un timbre —me dice.
Observo con sorpresa entonces una manivela antediluviana que sobresale de la puerta. Juan comienza a reír y me hace pasar.
Lleva puesto un pulóver con la imagen de Darth Vader sobre el letrero I am your father. Decidió cambiarlo por otro sin carteles cuando vio la cámara con que iba a ser fotografiado y grabado eventualmente. Su panza ha ido creciendo a la par de los años, parece un niño grande que ha escondido una pelota de fútbol en su ropa. Su bigote blanco le tapa toda la boca. Sus ojos son azules, extremadamente claros.
Pasamos a la sala de su casa, donde cuelgan lienzos en los que aparecen Elpidio Valdés o algunos de los vampiros, también obras relacionadas con Fuera de liga, el documental de su hijo Ian sobre Industriales, censurado a principios de los 2000.
Padrón nació en enero de 1947 en el Central Carolina, ubicado entre Coliseo y Cárdenas, en la provincia de Matanzas. En aquella zona, meramente azucarera, todo el mundo vivía de la caña de azúcar. La familia Padrón trabajaba, como es lógico, en el Central; su padre llevaba la economía de este, su abuelo era el administrador, y su madre, ama de casa. “Mi padre trabajaba con números, era un hombre muy serio, pero con gran sentido de la ironía, y mi mama tenía un gran sentido del humor”.
Juan entraba al Central y veía cómo funcionaba el proceso del azúcar, jugaba en las locomotoras de vapor de principios de siglo, corría por toda la manigua, se trepaba en los árboles. “Fue una infancia con mucha libertad”. Por otro lado, su hermano y él eran fanáticos de las historietas que salían en los periódicos a todo color. Ya tenían televisor y veían las series de aventuras de Tarzán y Jim de la selva. “De ahí nos vino el deseo de contar historias. Hacíamos cómics en libretas, en blocs de dibujo… A mi padre le regalaron una cámara de 8 milímetros, muy pequeñita, y con ella hacíamos películas de aventuras. Los cómics norteamericanos son los que más marcan mi juventud; Superman, Batman, Los halcones negros, Tarzán, es decir, los clásicos.”
Su infancia transcurrió así, entre los juegos en el monte, las historietas y el colegio. Estudió la primaria en la escuela pública del central, hasta que poco tiempo después fuera matriculado en un famoso colegio de Cárdenas, llamado “La Progresiva”, donde terminó lo que llamaríamos hoy los estudios secundarios.
En 1959, recién fundado el ICAIC, su primo Jorge Pucheux comienza a trabajar allí. De toda la familia, era el primero en tener un vínculo directo con el mundo del cine. Cuando Juan lo visitaba en La Habana, procuraba pasar por el Instituto para ver a los dibujantes de la época en plena faena. Esto termina de convencerlo definitivamente de que es al cine de animación a lo que se quiere dedicar.
Sus primeros años en el mundo de la animación y las caricaturas se pueden resumir así: Padrón se muda en el 63 a La Habana, donde se hospeda en casa de su tía. El objetivo es abrirse camino en el mundo del cine. Su primer trabajo es el de asistente de producciones fílmicas del ICRT, y poco tiempo después, comienza a colaborar también con la sección El Hueco de la revista Mella, haciendo caricaturas. Allí comparte plantilla con Virgilio Martínez, Newton Estapé y Silvio Rodríguez, también caricaturista entonces.
“En la primera película que trabajo es Viva Papi, del australiano Harry Reed, como animador. También hice otras cosas de animación mínimas, que no recuerdo ahora mismo. En la revista Mella, donde comencé a trabajar inmediatamente, me correspondía llenar la sección El Hueco una vez al mes. Ahí aparecen mis primeros personajes.”
Poco tiempo después Silvio se va, Newton Estapé también, y quedan solo Virgilio y él. “Virgilio me dice que me quede con la página, lo que fue el mejor entrenamiento de mi vida, porque para llenar los espacios tenía que entregar un promedio de cinco chistes semanales.”
La Mella era mensual, pero la sección El Hueco, hecha solamente de caricaturas a colores, salía semanalmente. El affaire de Padrón con esta revista no duraría mucho: en 1964 fue llamado a las filas de la Marina de Guerra en su Servicio Militar. “Yo era como el encargado de relaciones públicas. Cuando alguien de la prensa iba a una fragata a hacer un reportaje yo lo llevaba, navegaba en las fragatas, estuve en las primeras coheteras, los primeros antisubmarinos… Después pasé al estado mayor de la Marina, donde se hacía una revista. Ahí trabajé ilustrando y sacando fotos”.
Preocupado por desvincularse del mundo del cine pidió trasladado a la sección fílmica de las FAR, donde finalmente recaló después de año y medio. “Aquellos años incorporaron varias cosas a mi obra posterior, como la nomenclatura naval, también los juegos en la manigua, los nombres de mis amigos de la época para los personajes, algunos paisajes y situaciones”.
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Para cuando termina su Servicio Militar, en el año 1967, Juan Padrón ya había perdido su plaza de animador en el ICRT, y la revista Mella había desaparecido en aquellas fusiones de la prensa que dieron origen a Granma y Juventud Rebelde. Es precisamente en este último periódico en el que comienza a trabajar en suplementos como El Sable, La Chicharra y Dedeté.
En aquellos años había grandes dibujantes que marcarían de algún modo la carrera de Padrón. Entre ellos destaca Tulio Raggi, al que siempre se refiere como “el maestro”. “Tulio escribía historietas para los suplementos de Juventud Rebelde, y yo hacía de ayudante de él para aprender. ¡Lo que mandara el maestro! Incluso me dejó dibujar algunos cuadros.”
Otros referentes importantes fueron el australiano Harry Reed, y el catalán Juan José López (Jan), autor del popular personaje Superlópez. “Harry me enseñó la importancia de contar bien una historia, que tiene sus sistemas, sus reglas, y Juan José me enseña el dibujo de historietas, cómo comprenderlas, cómo componer la página, los globos, la importancia de cada una de las letricas”.
—¿Cómo recuerdas las dinámicas creativas en aquellos años?
—Había menos trabas para trabajar o colaborar con una publicación, no existía eso que hay ahora de evaluación artística. Si le gustaba al editor tu trabajo, se publicaba. Si después en los 80 yo hubiera querido hacer lo mismo no hubiera podido, porque tenía que tener un título de no sé qué. Yo hacía muchas cosas, guiones con Harry Reed, después me iba a casa de Tulio a dibujar, hacia historietas para Pionero, humor en el Sable, La Chicharra, Dedeté, guiones para el ICRT, historietas para Ediciones en colores.
Por aquellos años hubo un pequeño auge del movimiento de las historietas en Cuba. La agencia Prensa Latina creó un grupo llamado P-Ele, que se proponía exportar los cómics cubanos, fundamentalmente a los países latinoamericanos. El grupo atrajo a dibujantes del bloque socialista, yugoslavos, húngaros, seducidos por la idea de publicar sus historietas en el continente. Este esplendor llegaría hasta finales de los 70.
—El movimiento de historietas cubanas es como una montaña rusa –comenta Padrón. Al principio no había casi espacio para publicar, porque todo lo que se publicaba eran cómics norteamericanos, pero con la imposición del bloqueo se dejan de importar estos trabajos y son los dibujantes cubanos lo que se ocupan de llenar estos espacios. Luego alguien dijo que eran veneno capitalista, que eran malos, después renacen con el grupo de Prensa Latina, después se acaba el papel.
A finales de los 60 hubo un momento en que algunas personas comienzan a proclamar que las historietas son perjudiciales para los niños. “Nosotros dijimos que era un argumento estúpido. El problema no es la historieta, sino lo que le pones adentro, pero la realidad es que muchas editoriales dejaron de publicarlas por la mentalidad de quienes trabajaban allí, o de sus asesores”. La otra gran crisis, recuerda Juan, es por supuesto durante el Período Especial: “en la Bienal de historietas nos enseñábamos los originales de mano en mano, porque no había papel.”
El extremismo y las cacerías de brujas, tan comunes en Cuba en los años 70, no le fueron del todo ajenas. Más de una vez intentaron liquidar a los vampiros, verdugos y piojos que hacía para Juventud Rebelde.
Padrón me mira, como intentando explicarme algo que, intuyo yo, le provoca vergüenza ajena.
—Para el 69 o 70, la gente que dirigía el periódico era de estos iluminados que saben lo que el pueblo quiere ver. Ellos sí saben. Cuando dibujaba los verdugos, que eran claramente de la Edad Media, me decían –entonces imita la clásica voz de cuadro oficial– “¡Bien se ve que el compañero no fue torturado por la tiranía batistiana!”. ¡Yo tenía 12 años, cómo me iban a torturar! No me lo prohibían, pero el director del suplemento era un cobarde, y temía que esos chistes no les gustaran a los jefes, por lo que los fue reduciendo poco a poco hasta hacerlos desaparecer.
Los últimos tiempos de Padrón en Juventud Rebelde no fueron fáciles. Sus trabajos recibían constantes críticas de los funcionarios que dirigían la publicación.
—En uno de los momentos más duros de la guerra en Vietnam, Fidel diría “Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre”. Interpretación del iluminado: “Los vampiros parecen una burla a las palabras de nuestro Comandante en Jefe”. Y después sobre los piojos: “Nuestro país quiere ser una potencia médica mundial, y usted dibujando piojos”. Y sobre el humor negro: “El humor negro no es lo que queremos para nuestra juventud, y si no es bueno para nuestra juventud, tampoco para la latinoamericana”. Entonces mandaron a retirar mis chistes. Yo me preguntaba, “¿con tan sólo 22 años ya soy una amenaza para la juventud?”
El final de aquel personaje fue antológico. Por aquellos años ocurrieron diversas revueltas en Estados Unidos por temas raciales. En las calles la policía reprimió con mucha agresividad a los manifestantes. Entonces se publica una foto de un policía negro agrediendo a un manifestante negro que estaba en el suelo, y es cuando el “iluminado”, que consideraba que el pueblo no era capaz de entender aquello, interviene. Ordena a los editores fotográficos que conviertan al policía negro en un policía blanco. Así salió publicado. La prensa extranjera descubrió la artimaña, y fue noticia cómo se engañaba a la gente en Cuba. El pobre fue despedido automáticamente.
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La disyuntiva entre el cómic o el cine de animación nunca ha existido en Juan Padrón: ha preferido siempre al segundo. En Juventud Rebelde se resistían a darle la baja, mientras él intentaba insistentemente entrar al ICAIC, institución que no lo acepta a la primera. Durante algunos años colaboró ad honorem, enviando guiones que muchas veces eran rechazados.
Padrón comienza a buscar trabajo en otros espacios tras las constantes críticas que recibía de parte de sus jefes. Será en la Unión de Pioneros de Cuba, junto a su entrañable amigo Jorge Oliver, donde encontrará espacio. “Yo no quería estar en el periódico porque estaba toda aquella gente en contra mía, diciendo que era un peligro y esas cosas.” Es en ese período en el cual, entre otros trabajos, realiza animados de corte educativo. Surgen títulos clásicos como Los Valientes, o La Pregunta. “Los que dirigían el ICAIC decían que el dibujo animado, o era experimental o para enseñar algo, no se les ocurrió que pudiera ser otra cosa”.
—Yo enviaba muchos guiones, pero a Santiago Álvarez —quien por entonces trabajaba en los estudios de animación– no le convencían, hasta que presenté uno de Elpidio Valdés. Pero eran colaboraciones, no me pagaban por las películas. Tras realizar alrededor de 8 películas en el ICAIC fue que finalmente conseguí la plaza.
Ni siquiera Elpidio Valdés se salvó de la polémica en su momento. Después de las dos primeras películas estuvo congelado alrededor de dos años. Algunos funcionarios lo consideraban una especie de Superman cubano. “Es así, uno siempre tiene iluminados en el camino. Pero en el caso de Elpidio fue el público el que lo salvó, los niños, que enviaban muchas cartas pidiéndolo.”
“También fuera de Cuba han visto a Elpidio como un plan del Ministerio de Cultura para envenenarle la mente a los niños. Hay gente que lo odia, que lo consideran parte del ‘sistema propagandístico del régimen’, y yo digo, coño, si yo fuera un tipo de esos, del ‘aparato’, tendría un buen carro, con aire acondicionado, no un Lada de mierda con el timón roto”.
El origen de Elpidio no es precisamente en los animados del ICAIC, sino cuatro años antes, en 1970, cuando Padrón decide incluir a un personaje cubano en su historieta de samuráis llamada Cachivache. “Me gustó tanto el personaje que dejé Cachivache y decidí hacer una historieta con el cubano nada más. Y ahí nace el primer Elpidio, que no aparecía en las guerras de independencia, sino siempre en otros países, ¡hasta en el planeta Marte apareció en una ocasión!”.
“Yo me enamoré de Elpidio desde el primer día en que lo dibujé”, me confiesa Padrón, consciente de haber creado mucho más que un personaje de animados.
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Las primeras historias de Elpidio no se desarrollan en Cuba porque Juan necesitaba documentarse antes, no se podía permitir cometer errores históricos. “Yo de niño leí millones de historietas estadounidenses, sabía cómo dibujar cowboys, y cómo eran los rifles, los indios, los grados de allá… Pero no sabía cómo era un cabo español, ni qué fusil usaba. Cuando vi que usaban máuser, un fusil de la primera guerra mundial, quedé impresionado”.
Fue entonces que Padrón comenzó a buscar información histórica sobre aquella época. Visitaba cuanto museo pudiera, hacía fotos, realizaba bocetos de los rifles, se pasaba horas en la Biblioteca Nacional buscando los manuales de aquellas armas. Comenzó a realizar un registro de notas y fotografías para dibujar a Elpidio. Hasta que alguien lo vio y lo convenció de convertirlo en libro. Es entonces que surge El libro del mambí.
—¿Cómo construías las diferentes historias?
—Yo pensaba “en esta historia voy a hablar del heliógrafo”, y me construía una historia alrededor de eso. ¿Para qué se usaba? ¿Por qué había que destruirlo? También escribí una sobre los fortines, uno que construyeron los españoles que era de metal. Todas eran cosas históricas, es decir, lo mismo que iba investigando lo usaba para los guiones.
—¿Y los chistes, de dónde salen?
—Es un misterio, es como escribir música. Después de que uno se entrena, y está escribiendo el guion, comienzan a aparecer los chistes. Es un misterio, no lo puedo explicar. Se me ocurren las frases, por ejemplo, esa de los españoles —bestias, no tiréis con ventanas— me la inspiró un texto de Martí, en el que hablaba de cómo los mambises usaban los balaustres para disparar.
—¿En qué se inspiraban los personajes?
—Los nombres de los personajes son los de conocidos míos, por lo general de la infancia. Por ejemplo, Marcial era un viejo mulato mal hablado, que era amigo de mi papá, que había sido mambí. Y me gusta el nombre, por eso le puse así al compañero de Elpidio. Eutelia es el nombre de mi mamá, Elpidio era un campesino que yo conocía, que vivía en la zona cerca del central, tenía un caballo blanco. A Palmiche yo al principio no le presté mucha atención, fueron los niños los que le dieron mucha relevancia, y ahí tuve que construir mejor el personaje.
—El público español, ¿cómo han asimilado ser los villanos de la serie?
—Los españoles en el cine se identificaban con los mambises, o con los soldaditos españoles embarcados, esos que siempre están protestando. Los malos eran los jefes, Resoplez… Allá ellos no tuvieron problemas. Me dijeron que hubo un tiempo en que los diplomáticos españoles estaban en contra de que aquí se pusieran, alegando que se representaba a los españoles como imbéciles. También una vez un periodista español me preguntó si me hacía feliz representar a los españoles como idiotas, y le dije que las aventuras de Elpidio Valdés eran para divertirse, no una película histórica. Pero si ellos quieren que yo dé la imagen real de los españoles, prefiero no hacerlo, porque hicieron la reconcentración, asesinaban a los prisioneros, los heridos… Es mejor que los pinte como idiotas que como lo hijoeputas que fueron en esa guerra.
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Cuando de niños Juan y Ernesto salían del cine en las noches, tras ver una película de vampiros, el recorrido a la casa lo hacían casi corriendo, por miedo a que se les apareciera alguno en el camino. “Imagínate, en el central solo había dos bombillos, todo estaba muy oscuro, eso sí era miedo”. Con los años Padrón se dio cuenta de que los vampiros, de existir, no serían más que criaturas infelices, llenas de limitaciones; no podrían disfrutar de la playa, del sol. Es decir, más que miedo, les provocaron lástima.
“Un día vino un productor alemán y me propuso hacer una película de vampiros, y le dije que sí, que tenía el guion y todo. El tipo dijo, pues hagámosla, yo la produzco”.
—¿Y cómo se le ocurrió la historia?
—Se me ocurrió en un día, de esos momentos geniales que uno tiene en la vida.
Cuando los compañeros le preguntaron a Juan por el guion, les dijo: pues tengo que hacerlo. Lo siguiente fueron días y noches de trabajo ininterrumpido, para poder terminar la película en tiempo. “La verdad es que la película podría haber quedado mejor si me hubiesen dado un poco más de tiempo, pero el capitalista la quería para una fecha y entonces había que hacerla en esa fecha.”
Vampiros era una serie que Juan Padrón hacía en 1967 para El Sable, suplemento de Juventud Rebelde, la cual un día, alguien decidió terminar aludiendo a que no era el tipo de humor deseado para la juventud. Luego, cuando Padrón ingresa al ICAIC, retoma el trabajo con los vampiros, esta vez como parte de la maravillosa serie Filminutos, y entonces ningún “iluminado” protestó.
El guion dibujado Juan lo terminó en 18 días, para que fuera enviado en tiempo al coproductor. Tanto él como su esposa Alberta temieron por su vida aquellos días, en los que incluso le llegó a dar fiebres por las noches, y le quedó un tic muscular en el dedo pulgar de la mano derecha. Alberta esgrimía argumentos como que se iba a morir y el ICAIC seguiría igual. Pero Juan no hacía caso.
Luego el ICAIC demoró 21 días más en fotocopiar el guion dibujado, y mandarlo a los productores alemanes.
En la época en que se realizó, los jefes de Animación intentaban implantar una especie de horario de fábrica en los Estudios, por lo que costaba mucho trabajo concertar las horas de edición. También querían decidir sobre el tamaño de los dibujos o la cantidad de colores que utilizaba Juan. Esto lo ponía histérico, me cuenta.
Además de la presión sobre la fecha de entrega, que alguien, sin contar con los realizadores de la película, había firmado con los productores alemanes, coincidió con que muchos de los animadores con más experiencia se habían ido.
La animación la hicieron personas que prácticamente empezaban, pero los firmantes del contrato no paraban de presionar, recordando que la fecha de entrega era sagrada, temerosos de que les descontaran dinero si se atrasaban.
La grabación de voces, con los talentosísimos Frank González, Manuel Marín, Irela Bravo, Carlos González y Mirella Guillot, fue uno de los mejores momentos del rodaje, así como la inolvidable música de Rembert Egües, y el virtuosismo del trompetista Arturo Sandoval, que se metió mucho en el papel. En la escena de la bañadera llevó un cubo de agua y metió la trompeta dentro, en pleno estudio de grabación.
Cuando estaba casi terminada la película, muy cerca de la fecha de entrega, se descubrió que tenía flicker en la mayoría de los planos. Es decir, que la imagen parpadeaba sin motivo, constantemente. Se siguió filmando, cuidando todos los detalles, pero seguía el flicker.
Ya cuando los camarógrafos estaban al borde del suicidio, y el resto del equipo pensaba en maldiciones del más allá, se descubrió que unos herreros, que se dedicaban a hacer rejas de forma clandestina en aquel momento, se enganchaban al tendido eléctrico de la zona para robar la corriente. Cada vez que soldaban, bajaba el voltaje de las luces en las cámaras. Al final hubo que filmar nuevamente casi toda la película.
Pero ahí no termina la cosa. Como la película no era para niños, hacia ella se lanzaron los inquisidores, al más puro estilo Torquemada. La idea era que los Estudios de animación solo hacían películas para niños. Los filminutos eran una excepción porque se vendían muy bien.
Le pidieron –o le exigieron– a Padrón hacer dos versiones, la que conocemos hoy día, y otra más descafeinada para los cubanos, faltaba más. Afortunadamente, el padre de Elpidio dijo que haría una sola, y que si los extranjeros podían ver tetas animadas, pues los cubanos también. Eso sí, lo convencieron de retocar dos escenas, cosa de la que se arrepiente, y jura que se arrepentirá hasta en la tumba.
El acuerdo fue que se haría una sola versión, pero que se archivaría para Cuba por tiempo indefinido. Este hubiese sido el primer animado cubano archivado. Cuando los alemanes dijeron que estaba buena, que iban a pagar, pues los funcionarios se relajaron un poco. Y le dijeron a Padrón que no era lo que esperaban de su trabajo, que había sido un experimento fallido, que los había decepcionado, por no hacer caso a sus atinadas orientaciones, había salido una película demasiado rústica, vulgar, de poco vuelo artístico, que tenía mucho ruido, que era muy complicada para los niños y que contaba con una clave cubana tan cerrada que no se entendería en el exterior. Pero bueno, para no desechar tanto esfuerzo, la pondrían para mayores de 12 años en los cines de barrio.
Eso sí, por esos mismos días se estrenó una película de Rolando Díaz bajo el título “En tres y dos”, donde una actriz mostraba los senos. Fue para todas las edades.
Como los iluminados no podían reprimir sus deseos de colaborar hasta el último segundo, ordenaron eliminar la palabra posada, aludiendo a que no se entendería fuera de Cuba, y a pesar de que Juan se negó, alguien directamente le cortó el sonido y lo eliminó.
Tratando de que pasara un poco inadvertida, la película salió a los cines sin la correspondiente rueda de prensa de presentación, ni premier. Aun así, rompió record de taquilla en la primera semana de exhibición. Solo tuvo dos críticas en la prensa, una mala, en El Caimán Barbudo, y una buena, nada más y nada menos que de Héctor Zumbado. Obtuvo un segundo premio Coral. Ese año prefirieron dejar desierto el primer premio.
Seis años después de su estreno, y hasta la actualidad, es el animado más vendido por la Distribuidora Internacional del ICAIC. Ocupa el número 50 de las 100 mejores películas iberoamericanas del siglo XX, lista en la cual es el único animado seleccionado. Está en la colección del MoMA de Nueva York, en la que solo se registran dos audiovisuales cubanos, este y un videoclip de Santiago Feliú dirigido por Ernesto Fundora.
En La Habana, frente al Zoológico de 26, hay un bar dedicado a la película, su nombre es Barbaram Pepito’s Bar.
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El llamado Período Especial fue una época fatídica para Cuba, y el mundo del cine no escapó a ello. En aquellos años se perdieron muchísimas películas, muchísimos negativos. Se han podido recuperar algunos, que estaban en embajadas fuera del país. Por ejemplo, de los 22 cortometrajes de Elpidio Valdés, se perdieron 4, los que se pueden ver, pero en muy mala calidad. Juan propone volver a dibujar estas 4 películas, utilizando el sonido original, y filmarlas nuevamente. Desgraciadamente no se puede hacer lo mismo con el largometraje Elpidio Valdés contra dólar y cañón, del cual no se conserva siquiera una buena copia de sonido.
—¿Seguirá haciendo animados de Elpidio?
—Yo después de hacer Más vampiros en La Habana me tomé un año sabático, que duró varios años, en los que me propuse escribir novelas de aventuras. Ahora me ha entrado el deseo de volver al cine de animación. Otra cosa que quiero hacer es dibujar a Elpidio Valdés de nuevo, basándome en los muñequitos de los años 80, para hacer otra serie, digamos, de diez películas. Tengo el deseo de hacerlo en 3D, porque cuando haces el muñeco en 3D ya queda para siempre así y nadie puede distorsionarlo. También quiero volver a escribir las historietas, a mano, como estuve haciendo durante años.
Las historietas de Elpidio se publicaron, de modo mensual, o semanal, desde los años 70 hasta mediados de los 90. Juan sueña con que sean publicadas todas, en una colección, algo así como “Todo Mafalda”, de Quino.
Para el proyecto de Elpidio Valdés en 3D ya está haciendo una recopilación de historias, sobre todo las de los primeros años. “Pero tengo trabajo atrasado, que tengo que terminar, para poder dedicarme a fondo, yo ya estoy viejo, ya no tengo la energía de cuando tenía veinte o treinta años” y aunque él no me lo diga entonces, también su enfermedad ha sido la culpable de que se atrase en el trabajo, de que a veces, fallen las energías.
Otro de los sueños de Padrón es crear un Estudio de Elpidio Valdés, donde otros animadores, más jóvenes, puedan seguir realizando dicha serie cuando él y su equipo ya no puedan. “Nosotros podemos entrenarlos, Frank González haría un casting, conseguiría las voces, historias hay muchas, yo dejaría los modelos en 3D”. También desearía hacer merchandising de Elpidio.
—¿Casi 50 años de Elpidio y cuántos juguetes tú has visto, cuántos maletines, cuántas mochilas? –me pregunta.
—¿Y por qué no se ha hecho?
—Un misterio, porque mira que hemos tratado. Cuando nosotros planteamos hacer el nuevo Estudio de Animación hablamos de lo ideal que sería que cuando se realice una película también hacer un libro con el guion adaptado, el pulóver, la mochila, el libro de colorear, etcétera. Eso es parte de la industria de dibujos animados.
Desde los años 80 yo planteé hacer el traje de Elpidio, el machete de madera, el sombrero, el juego de mesa que se hizo una vez y nunca más. Quizá les sea más barato comprar mil pullovers de Mickey Mouse”.
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Es el año 1984 y llaman a Padrón en el ICAIC.
—Hay un dibujante argentino aquí, que queremos que tú lo atiendas, que lo pasees por La Habana.
—Bueno, está bien. ¿Cómo se llama?
—Joaquín Lavado, pero se le conoce por Quino.
—¡No jodas! ¡Quino!
El creador de Mafalda visitaba a Cuba como jurado de carteles del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. En el tiempo libre Padrón lo paseaba por la ciudad; sitios históricos, bares, tabernas. Entre ambos surgió, casi instantáneamente, una gran amistad. “Quino le decía a la gente: ‘lo de nosotros no es una amistad, es un romance’”.
Quino, en sus asiduas visitas a Cuba por aquellos años, casi vivía en casa de Juan. “Mi hija Silvia, que era muy pequeñita jugaba a peinarlo. Su esposa fue la que me dijo un día ‘Quino tiene la idea de hacer cosas de él en animación, pero no le gusta lo que hacen los japoneses’. Entonces le propuse hacer una prueba, él me mandaba siete chistes, y yo los animaba. De ahí salieron los Quinoscopios.”
Quino quedó encantado con el trabajo, y pocos días después estaría firmando un contrato para realizar seis números más. Tiempo después lo convencieron de hacer una película de Mafalda, y la respuesta del argentino fue: “Sólo con Padrón, en Cuba”. Ahí surgió Mafalda y sus amigos, una serie de 108 chistes de un minuto cada uno. Las colaboraciones entre ambos se hicieron cada vez más asiduas, se les veía trabajando en La Habana, en Madrid o en Milán indistintamente.
En una entrevista publicada en el blog peruano Ciudadano Pop, Padrón afirmó: “Me divertí un montón trabajando con Quino. Como tenía que desarmar sus dibujos y fondos para las películas, aprendí muchísimo con sus puestas en escena y sus diseños. A partir de entonces presto mayor atención a los movimientos de las manos, las miradas y las poses de los personajes. Imito cosas de Quino, por supuesto, si uno va a copiar, copia de lo bueno.”
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Le pregunto por el libro “Crónicas de La Habana. Un gallego en la Cuba Socialista” en el que lleva a historietas textos de Mauricio Vicent.
—Te lo voy a enseñar, me queda una sola copia.
Se levanta y desaparece por unos instantes. Regresa a toda velocidad, con el libro en la mano.
—Estos son textos de cuando Mauricio Vicent llegó a Cuba, que vino y se quedó veinte años. Cogí sus crónicas y las llevé a historietas.
—¿Se presentó hace poco?
—Lo terminamos en agosto de 2016, queremos presentarlo en el salón del Comic, de Barcelona.
Es la primera vez que veo un libro de crónicas cubanas llevadas a comic. Juan se ve contento con el libro, comienza a enseñarme algunos fragmentos. Descripciones gráficas de las colas en La Habana de los 80, la disección de una libreta de abastecimiento de entonces, mucho más grande y compleja que la actual, algunos chistes de la época:
—¿Vieron que los yanquis racionaron la carne y la gasolina?
—¿Sí?
—Una vaca por persona y 100 litros de gasolina por fosforera.
En otra ilustración hacen referencia a los convoyados, no entiendo qué es. “Era un grupo de productos que te vendían, pero los comprabas todos o ninguno. Tu no viviste eso, eres muy joven”.
También están las tiendas paralelas, a las que llamaban el mercado negro-rojo. Cubanos haciéndose pasar por angolanos para poder comprar en las tiendas en divisas, chistes sobre los soviéticos, una descripción gráfica sobre los choferes de guaguas.
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Se escucha la voz de Alberta, que habla por teléfono en la otra habitación. Juan bromea con ella, le dice que va a salir en la entrevista. Regresa, se acomoda en su asiento. Le pregunto por ella, cuán importante ha sido.
—¡Te estoy oyendo! —le grita a Juan desde la habitación contigua.
—Muy buena, muy buena —afirma Padrón con voz impostada, y comienza a reír.
—Siempre me ha apoyado, en todos los proyectos. Otras veces me ha dicho ‘ese tipo es un hijoeputa’ y no le he hecho caso, ‘te vas a morir y el ICAIC va a seguir igual’, y tiene razón. Es la persona que me hace poner los pies en la tierra, en mi mundo no me daba cuenta de que debía conseguir vivir mejor, por ejemplo. Yo tengo un amigo que dice que los artistas son esclavos, el que toca el tambor protesta porque no hay merienda, pero sigue tocando, el pintor por más trabajo que pase, sigue pintando.
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Uno de los momentos más amargos de su carrera fue a principios de los 2000, cuando el ICAIC intentó apropiarse de sus derechos de autor. Todo comenzó porque Juan se propuso realizar un musical inspirado en Vampiros en La Habana, para el cual escribió varias versiones. Funcionarios del ICAIC, al enterarse de esto, alegaron que no podía utilizar a esos personajes en dicha obra ya que eran patrimonio del Instituto.
—Yo les decía, la película será de ustedes, pero el personaje es mío, yo lo creé. Cómo me van a decir que no puedo hacer un libro, o una obra de teatro con Vampiros en La Habana, o Elpidio Valdés. Tuvimos un pleito largo, que al final gané por fuerza. Hablé con Abel Prieto, que era el Ministro de Cultura, que sí me entendió, por eso el ICAIC aceptó. Imagínate, si yo quería hacer una novela tenía que pedirles permiso. Me aplicaron una ley; en resumen, me trataron como si yo fuera de la calle, y yo llevaba 40 años trabajando ahí.
Después de aquel incidente, Padrón, un poco desanimado para dibujar, comienza a contar sus historias desde la perspectiva de las novelas, comienza narrando la historia de Vampiros en La Habana. “No es tan fácil como escribir guiones. Yo de repente me creía escritor, y cuando entregaba los textos la editora encontraba todo tipo de errores. Fui aprendiendo progresivamente, pero también lo disfruté muchísimo” Entonces comenzaron a aparecer las novelas poco a poco; Vampiros en La Habana, Elpidio Valdés contra dólar y cañón, El Vampirenkommando, Como me hice Pepito el corneta, y Prisionero de los rayadillos, que aún está en proceso de edición.
En los últimos años Juan ha realizado las películas Nikita Chama Boom y Xip Zerep, ha incursionado en el mundo del videoclip y ha impartido diferentes talleres sobre guion cinematográfico o Storyboard.
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Juan cumplió 70 años, le pregunto cómo se siente:
—Yo siempre digo que de 74 —y comienza a reírse.
Últimamente ha tenido muchos problemas de salud, de los que afortunadamente ha ido saliendo bastante bien. A Juan, hace poco más de dos años le descubrieron un linfoma, por lo que durante mucho tiempo ha tenido que ponerse los sueros contra el cáncer, entre otros medicamentos. La enfermedad se ha ido reduciendo considerablemente, pero no acaba de desaparecer.
—Yo cada tres meses me tengo que hacer chequeos, inyectarme. Ellos me van chapisteando, pero cuando me hacen el tratamiento, me vuelvo muy propenso a enfermarme, entonces me dan muchas neumonías, cosa que me deprime mucho. Me dejan sin ánimos, me tumban. Me hacen sentir horrible, con fiebre, sueros, y son varios días. Me sucede cada cierto tiempo. La verdad creo que ya estoy saliendo, tengo ganas de trabajar, estoy más animado, con más apetito, todas esas son buenas señales.
Quizá el ejemplo más claro de que Juan está cada vez mejor es la cantidad de proyectos de trabajo que lo ilusionan en la actualidad, entre los que se pueden mencionar un libro de curiosidades sobre Elpidio Valdés, la nueva edición de El libro del Mambí en que se está trabajando, el sueño de realizar junto a su hijo el filme de Elpidio con actores, así como un largometraje de filminutos, también con actores, la fundación de los Estudios de Elpidio, compilar todas las historietas del icónico mambí en una colección, e incluso realizar su propia autobiografía a modo de historietas. Desgraciadamente si muchos de estos proyectos no se han materializado es por la incomprensible falta de apoyo que han recibido.
El resto del tiempo, cuando Juan no está trabajando ni con su familia, lo dedica a ver series de televisión, las cuales, me cuenta, son su más reciente afición. Su favorita es Breaking Bad, aunque le fascinan Vinyl, The Knick o The Wire. Además lee mucho, libros de historia, aventuras, o novela negra. Su personaje favorito es Calvin and Hobbes y en la música se inclina por The Beatles. Si tiene que ser recordado de algún modo prefiere que sea como el creador de Elpidio, que “no cree en nadie”. Pero dice que su mayor orgullo no es su obra, sino su familia.
Y que sueña con dibujar algún día una escena de amor, en un río, entre María Silvia y Elpidio Valdés.
Padrón es genial sin dudas, lo único que no me gusto de lo que ha hecho es cuando Elpidio Valdes se vendio a los españoles. Si cuando hicieron la película, ¨Mas se perdió en Cuba¨ lo echaron todo a perder, cuando vi una pelicular donde unos españoles se unen a los cubanos para expulsar a los americanos, y me entere que fue una co-producción cubano-española vi de que se trato todo. Hay muchos españoles buena gente, pero les puedo decir que esa españa que prefirió vendernos a los americanos antes que dejarnos libres, vive parte de ese colonialismo todavía sino vean la versión de la reconcentración de Valeriano Weyler que alguien visiblemente un español coloco en Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Reconcentración
!!!!!! EXCELENTE !!!!!!!!!!.
Estoy en un aeropuerto a punto de abordar y me ha emocionado mucho leer tanto material sobre mi padre. Gracias a OnCuba y a Mario Luis Reyes por tan amplio trabajo. Hay aspectos de mi propia familia que descubro al leer estos artículos. Gracias en nombre los Padron-Durán.
Ediciones Luminaria, desde Sancti Spíritus, le insistió a Juan Padrón durante un tiempo para que publicara en esa casa editorial sus primeros Elpidio. Nos regocija que recientemente haya salido por el Centro Pablo. No obstante, ahora le proponemos publicar un volumen a dúo con Juan José López (Jan). Roberto Hernández, un reconocido coleccionista holguinero, le propuso esta idea a Ediciones Luminaria. ¿Se embulla, Juan?
Articulo muy inspirador de un hombre grande!!!! Mucha salud Juan.
Ian a mi me paso exactamente lo mismo, conozco a tu papa en familia desde 1962, he disfrutado mucho al leer toda la entrevista, lo recuerdo haciendo cuentos e historias e imitando voces, es un privilegio haberlo conocido, No hay quien borre los recuerdos.
Muchas felicidades!
Expectacular entrevista!!!! Me sacó lágrimas pues mi padre, el caricaturista José Jiménez Hernández alias JotaJota (ya fallecido) era muy similar en la forma de ser de Juan Padrón. Nobles y con un sentido del humor genial.