Parecía que los Tigres de Uzbekistán serían una piedra en el zapato de los Domadores de Cuba. Que el avance de los púgiles cubanos en la VII Serie Mundial de Boxeo podría quedar entre las garras de una franquicia que hacía alardes de fiereza sobre el ring. Parecía.
La victoria de los Tigres 3 a 2 en Samarkanda –con triunfo incluido sobre el campeón olímpico Arlen López– y el llamado a varios de sus “tipos duros” para su presentación en La Habana, pintaba nubarrones en el hasta entonces despejado horizonte de los boxeadores de la Isla.
Sin embargo, los Domadores borraron las dudas a puñetazo limpio. Lo que sucedió el pasado viernes en la Ciudad Deportiva fue una paliza categórica, rotunda, absurda incluso. Los uzbekos, titulares olímpicos por equipos y recién coronados como campeones de Asia, fueron si acaso mansos gatitos y no los majestuosos felinos que la ocasión merecía.
Dirán que el mérito todo es de los cubanos y quienes lo hagan llevarán mucha razón. Los actuales reyes de la Serie Mundial no dieron tregua: impusieron el ritmo, plantaron bandera y amedrentaron a sus oponentes. La “guapería” caribeña se combinó con su mejor técnica boxística para propinar a los visitantes una barrida que pocos entendidos vaticinaban.
Los Tigres, por demás, no estuvieron a la altura. Latipov, por ejemplo, se dejó robar la iniciativa por Veitía y jamás fue el rival que pudo ser. Giyasov intentó forzar el combate, pero el Rosniel que tuvo enfrente fue muy superior al que venció en Río. Y Jalolov, por más que soportó el aguacero de golpes de Larduet, poco hizo por honrar la ventaja que le otorgaba su estatura.
El público vociferó, aplaudió, celebró cada éxito local, abucheó cada caída ajena. La prensa de la Isla ensalzó la remontada y los Domadores hincharon el pecho y elevaron los puños con la altivez que despiertan las victorias aplastantes.
Sin embargo, más allá de lo anecdótico, ¿qué opciones reales tenían los uzbekos? ¿Qué posibilidades de triunfo mostraban, no digo hombre a hombre, que algún éxito pudieron haber arrebatado –y, de hecho, lo hicieron cuando fueron locales–, sino como conjunto, como sumatoria de poderes sobre el encerado. Me atrevería a decir que ninguna.
Lo que este match de cuartos de final ha puesto al descubierto es una verdad de Perogrullo: la Serie Mundial, como competencia, reserva pocas, muy pocas sorpresas para el equipo cubano. Ninguna otra franquicia posee su contundencia, sus armas, su capacidad para optimizar el éxito, y esos valores se traducen en victorias inequívocas.
En resumen, aunque se rebelen de vez en vez los demás equipos parecen condenados a ver cómo a la postre los Domadores los “entran en cintura”.
No importa que este equipo no sea tan avasallante como el que logró siete títulos olímpicos en Barcelona, que en las últimas dos décadas haya perdido a varios de sus hombres “seducidos” por el profesionalismo, y posea divisiones sin una figura dominante en la arena internacional. Su señorío, al menos en la Serie Mundial, parece incontestable.
Si algo puede hacer caer a los cubanos son ellos mismos: el exceso de confianza, la desidia que nace de la arrogancia o la pérdida de la ambición, tras conquistar el título una y otra vez.
Previo al tope con los Tigres, el capitán de los Domadores, el semipesado Julio César La Cruz, dijo algo significativo y, al mismo tiempo, sintomático. Al pronosticar con total seguridad el éxito, “La Sombra” afirmó que frente escuadras exigentes como la uzbeka él y sus compañeros “se lucen”. Ponen más empeño que contra rivales a los que suponen más débiles.
Factor motivacional, diagnosticarán los psicoanalistas. Guapería “en strike”, dirán los psicólogos de calle. En cualquier caso, resulta una revelación de que, por un lado, los cubanos necesitan reforzar su condición de machos alfa en una liza con muy pocos retadores a nivel colectivo –los kazajos, los rusos, los propios uzbekos y pare de contar– y, por otro, de que una apreciación equivocada sobre el adversario podría llevarlos a una relajación peligrosa.
El hecho de que el éxito (o no) sea colectivo funciona también como un arma de doble filo. Ganar combates de la Serie Mundial, a pesar del nada desdeñable estímulo monetario –los organizadores pagan más de mil dólares mensuales a los pugilistas –, no tributa a una corona individual como sí lo hacen los campeonatos del orbe y los Juegos Olímpicos. Y aunque se resalte oficialmente que el equipo es lo más importante, este elemento puede pesar en la psicología de los boxeadores.
Sin embargo, la propia naturaleza colectiva de la competición resulta una fortaleza. La posible falta de motivación de unos es suplida por la motivación de otros, sobre todo de aquellos para los que la serie es una oportunidad de probar su talento o de reivindicarse.
No por gusto quienes han tirado del carro de los Domadores este año son hombres como José Ángel Larduet, deseoso de consagrarse entre los superpesados tras la salida de Leinier Perot de la escuadra antillana; Andy Cruz, en igual situación en los 64 Kg tras la baja de Yasniel Toledo; y Rosniel Iglesias, a por todas luego de su decepcionante papel en Río de Janeiro. Mientras, monarcas universales como Joahnys Argilagos y Arlen López no se han hecho justicia.
Enfrente, ciertamente, encuentran conjuntos que podrían estar en la misma situación. Pero la transición constante hacia el profesionalismo de muchos de sus oponentes, evita que el número de rivales calificados y fogueados llegue a convertirse en un obstáculo para la franquicia cubana. Revise las nóminas de los equipos contendientes y –más allá de individualidades– me dará la razón.
Lo que viene
Los próximos oponentes de los Domadores serán los Heroicos de Colombia, eufóricos tras su remontada frente los Truenos de Italia en cuartos de final. Cubanos y colombianos coincidieron en el mismo grupo eliminatorio y en el match particular los Heroicos triunfaron como locales (3 a 2 en el formato C-1) pero luego fueron arrollados por los antillanos en La Habana (5-0 en el C-2).
Los cafeteros tienen a hombres de nivel en sus filas como el plateado olímpico Yuberjen Martínez (49 Kg), Ceiber Ávila (52 Kg), Jorge Vivas (75 Kg) y el “importado” ecuatoriano Carlos Mina (81 Kg). El estar por primera vez en semifinales de la Serie Mundial y el haber derrotado ya una vez a los de Cuba deben ser elementos de inspiración. Pero de allí a vencer a los Domadores en el tope pactado para inicios de junio, va un buen trecho.
En la final, los cubanos deben encontrar a los Astaná Arlans de Kazajstán. Los lobos kazajos se deshicieron de los rusos en cuartos y son favoritos en semifinales frente a los Corazones de León de Gran Bretaña. No obstante, no está de más ser cautelosos: el año pasado la franquicia de Astaná sucumbió en esta misma instancia frente a los británicos, lo que coloca al match entre la venganza y la incertidumbre.
Pero más allá del presumible rival de los Domadores, el tope de cierre tendrá aires de revancha. Y la revancha vende. Si son los kazajos, los cubanos querrán vengar a golpes la derrota sufrida ante ellos dos finales atrás, la única hasta hoy en sus tres participaciones en la serie. Y si son los Corazones de León, serán estos los que intentarán compensar su fracaso en la final pasada. El espectáculo parece garantizado.
El resultado, sin embargo, debe ser el mismo. A menos que la vanidad y la confianza desmedidas, o quizá imparciales no tan imparciales, hagan flaquear a los de la Isla inesperadamente. Los Domadores deben alzar su tercer trofeo y seguir enriqueciendo su historia en la Serie Mundial, un torneo cuyo techo parece quedarle cada vez más bajo al conjunto caribeño.
Buen artículo. Y el boxeo cubano, para pesar de muchos, sigue vivo y coleando..(más bien, dando palizas).
Ya, y ahora como se explica la derrota?