Siempre me provoca placer comprobar cómo una obra humana soporta el devastador paso del tiempo. Si se trata de una obra de arte o literaria, su perdurabilidad suele sostenerse en esa sustancia intangible que llamamos belleza, y en la manera como los dilemas, las aspiraciones, las angustias de los personajes alcanzan una dimensión universal que sobrepasa las circunstancias específicas en que fueron concebidos. La muerte, el amor, las trampas del destino o de las bajas pasiones, son comunes a todo lector o espectador que podrá alegrarse, ensombrecerse, emocionarse ante una página, una escena, un cuadro, un edificio que están, incluso aunque no lo parezca a primera vista, íntimamente ligados a su existencia. Si la obra que aprecio se debe a algún amigo, al placer se une el orgullo, la complicidad que me une esas vidas que he tenido la suerte de que se hayan entrecruzado con la mía.
He vuelto a ver Fresa y chocolate, película en cuya realización participaron amigos y colegas a los que mucho quiero y respeto, y verificar la actualidad de algunos de los bocadillos dichos por sus personajes, en lugar de placer, me ha causado desasosiego. No me refiero, como es natural, a las excelencias artísticas de la película, que espero sigan resistiendo el embate de los años. Pero hay conflictos específicos que han permanecido inalterables desde 1993 (incluso desde 1990, cuando Senel Paz escribió el cuento que dio origen a la cinta) hasta hoy.
Veinticuatro años después de estrenado el filme, Diego (o un Diego cualquiera) pudiera afirmar: “Cometí el error de creer que podía decir cosas. Y no, ustedes solo se oyen a ustedes mismos. Lo bueno y lo revolucionario es lo que ustedes dicen y se acabó”. En ese momento, Diego no está hablando de las discriminaciones de que ha sido objeto como consecuencia de su orientación sexual. La intensidad, la profundidad de Fresa y chocolate se deben, en buena medida, a que desborda con mucho el asunto de la represión o la exclusión de los homosexuales en Cuba, y expande su discurso a otros ámbitos.
Recuerdo la anécdota que da pie a esos diálogos (o la cuento, para quienes no han visto la película): Germán, amigo de Diego y escultor, ha realizado unas piezas heterodoxas, en las que se mezclan códigos de diferentes ideologías (Marx con una corona de espinas, Jesucristo con hoces clavadas en su cuerpo). La exposición fue censurada y Germán lo aceptó, a cambio de viajar a México. Para Diego, la de su amigo es una actitud reprobable, y manda cartas en protesta por el acto de censura. Las cartas que envía golpean de vuelta en él como un boomerang: es sancionado en su empleo. “No puedo trabajar más en lo que me gusta”, dice, “y con esas notas en el expediente, ¿quién me va a dar trabajo, quién se va a arriesgar por mí?”
Diego no ve más futuro que marcharse definitivamente de Cuba. Él, que tiene en su casa un altar con una vasta iconografía de la patria. Y le explica a David: “Yo no me quiero ir, compréndelo. Pero no tengo más que esta vida y quiero hacer cosas, tener planes como cualquiera. ¿No tengo derecho, coño? A mí me gusta ser como soy”.
En una escena anterior, David ha agregado otros objetos a ese altar que Diego ha instalado en la Guarida, su casa. Luego de colocar allí un emblema de la Campaña de Alfabetización, un collar de santajuanas (como los que llevaban rebeldes y alfabetizadores) y una foto del Che, el joven militante de la UJC invita a su amigo gay a una conversación. Como respuesta al catálogo de exclusiones que Diego ha sufrido a lo largo de su vida, David argumenta que esos errores “no son la Revolución. Son la parte de la Revolución que no son la Revolución”.
El desasosiego que me provocan estos bocadillos a un cuarto de siglo de haber sido escritos se debe a que ponen en entredicho la buena fe, digamos que la ingenuidad de un David que nos habla desde fines de los 70, en un país más igualitario y esperanzado. Si durante tanto tiempo, y a pesar de tantos reclamos, críticas, se siguen imponiendo regularmente censuras y exclusiones, es porque hay errores que son parte del sistema: suceden en esa zona (cuya amplitud ha variado según los períodos) donde el autoritarismo, la verticalidad han estado atentando contra el proyecto humanista que se propuso ser, desde sus orígenes, la Revolución cubana.
De forma puntual se han enmendado, como política de Estado, algunas equivocaciones. Ya que tomo como ejemplo esta película, es evidente que se ha cumplido un cambio sustancial desde los nefastos acuerdos del I Congreso de Educación y Cultura, en 1971, hasta las acciones recientes en favor de la comunidad LGTBI.
A aquella afirmación de David, Diego contesta: “¿Y a la cuenta de quién van [los errores]? Nadie responde por ellos”. Y sí, sería bueno no solo que alguien respondiera por ellos, sino que alguna que otra vez se ofrezcan disculpas a las víctimas. Son prácticas que hacen más saludable una sociedad y ayudan a curar heridas que pueden estar abiertas. Como las disculpas que aún se deben a quienes estuvieron recluidos en las UMAP.
Pero la razón de esos errores está en procedimientos que se han arraigado dentro. Muchos de ellos fueron traídos de lo que se llamó “socialismo real”, y que, desde 1917 en lo adelante, y sobre todo a partir de que Iosif Stalin se colocó al frente del PCUS, fue sufriendo deformaciones que lo desviaron de su sentido esencial. Siempre he pensado que, luego de que el capitalismo se restableció en los países del este europeo y desapareció la Unión Soviética, Cuba perdió la oportunidad de sacudirse radicalmente de todo cuanto se había adoptado de aquel socialismo que fracasó.
Sería equivocado, sin embargo, buscar el origen de nuestros males solo fuera de fronteras. Para trazar una apresuradísima síntesis, de 1492 a 1898 (nada menos que cuatro siglos) vivimos bajo el mando de una monarquía colonialista, y en las primeras cinco décadas de la República se padecieron dos dictaduras que ensangrentaron el país. Como es de sobra conocido, en las fuerzas que lucharon por la independencia, o que más tarde combatieron aquellas dictaduras, se reprodujeron conductas que mucho tienen que ver con males que nos siguen lacerando.
Hay una frase de Martí que recuerdo con más frecuencia que la que quisiera: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”. Si me desalienta verificar que las quejas de Diego conservan su actualidad, es más sobrecogedor aún leer esa carta escrita en 1884, y dirigida a Máximo Gómez, por quien Martí profesaba un enorme respeto. No importa que Cuba esté bajo acoso, o bloqueada: todo el que tenga en sus manos una parcela de poder, por pequeña que sea, debe considerarse a sí mismo un servidor, y los demás deberíamos saber que él está a nuestro servicio. Esas dos caras de una misma moneda que son el ordeno y mando y la obediencia pertenecen a una forma de comprender las relaciones políticas que nos aparta de la Nación que necesitamos.
Extraordinario!
Excelente!
Este artículo no merece que se alabe con una palabra como extraordinario o maravilloso. Aunque no la voy a escribir, lo que necesita es una una buena “mala palabra”, en mayúsculas. Pero bueno, por decencia vamos a quedarnos con “Excelente”.
Importantísima esta columna, Arturo! Gracias!
Es una situacion en que desgraciadamente no cambiará al menos en un breve o mediano plazo. La frase de David referida a los errores cometidos, en la que quizas algunos todavía sigan creyendo a casi 60 años de revolución es tan ingenua como patética y siempre ha sido utilizada para justificar todo lo que convenga. Todo ha sido diseñado maquiavelicamente para la ausencia de un auténtico debate socio-político y economico y la mejor prueba es una asamblea nacional que alguien ha llamado ¨los niños cantores de la habana¨por su exquisito acople y uniformidad, capaz de lograr votaciones unánimes ininterrumpidamente en toda su larga existencia de 40 años, junto a una prensa domesticada y servicial que jocosamente celebra cíclicamente plenos y congresos prometiéndose cambios para ser creible a la sociedad o al pueblo al que se debe y cada vez se muestra más desconectada y desinformante, tan solo ver el enfoque a la situacion en Venezuela. Y no es cambio de imagen, pues se da el lujo de utilizar periodistas jovenes, lo que trasmitiendo el mismo mensaje descontinuado y descontextualizado. Todo eso no podrá cambiarse ni eliminarse ya que es consustancial e imprescindible para el sistemaHD , y en ganar tiempo prometiendo lo imposible está el ¨triunfo¨. Si a estas alturas del campeonato, todavia se estan estudiando las directivas socio-economicas del sistema, a 50 años de empezado el juego, que queda para lo demas. Es como estar montados en una guagua y al cabo del tiempo, el chofer se vire y diga que está estudiando que motor y que chasis va a utilizar para movernos.
El país necesita un cambio radical, pero no creo que vaya a ocurrir sin que surja un conflicto; porque dudo que el gobierno cubano (que cada día está más militarizado) vaya a ceder el control de buena gana. Si en Cuba se llega a permitir el pluripartidismo, el PCC no vuelve al poder por lo menos en un siglo !!!!! y eso ellos lo saben muy bien.
“Hay que cambiar para que nada cambie”. “Revolución es cambiar lo que debe ser cambiado”. Son frases demasiados parecidas para no establecer una analogía concreta. El gatopardismo es una práctica consustancial al proyecto político cubano desde siempre, más ahora que nunca. Es imposible que nadie que ejerza el poder en Cuba asuma o reconozca los errores e injusticias cometidas hace décadas, no solo contra la comunidad LGBTIQ, que no solo los afectó a ellos en exclusiva práctica discriminatoria, sino a todos los que no se amoldaron a ese nuevo individuo hegemónico, y por tanto irrespetuoso e intolerante, que intentó ser el Hombre Nuevo, un modelo humano fascista, alejado de la realidad, de ínfulas monóliticas e igual de sensible ante la diferencia: una piedra. Es imposible reparar los daños ocasionados, sobre todo a nivel antropológico y personal, en una sociedad donde la simulación y el extremismo ideológico aún son ponderados como virtudes revolucionarias. Pero igual se puede rescatar la memoria histórica. Activar los mecanismos de movilización popular para empoderar a la ciudadanía en detrimento de las estructuras políticas establecidas, autocráticas y verticalistas. Ya está bueno de diálogos de sordos con una pared. Diego se fue de Cuba y con él muchas decenas de miles, sino acaso millones de cubanos orgullosos, y patriotas, que tampoco sabían donde poner el ladrillo. La película es un recordatorio de lo que aún no ha sucedido, un cambio real, en nombre de la justicia y la verdad, el Renacimiento de la República de Cuba, con todos y para el bien de todos, o al menos, de la mayoría numérica.
“Diego no ve más futuro que marcharse definitivamente de Cuba. “Yo no me quiero ir, compréndelo. Pero no tengo más que esta vida y quiero hacer cosas, tener planes como cualquiera. ¿No tengo derecho, coño? A mí me gusta ser como soy”….Solucion a la que han acogido y se siguen acogiendi millones de cubanos.No importa cuan duro sea emigrasr y comenzar de nuevo.Es preferible dejarlo todo, asi al menos tiene uno esperanzas.Yo sali hace veim
nte anos y no he vuelto ni lo hare.Gracias Senor por permitirme abandonar aquella pesadilla
La vida es una sola y hay que vivirla de la mejor manera posible, por eso me fui de Cuba, porque en mi país desgraciadamente no hay futuro para la gente joven
Ya ví ”Santa y Andrés”
Pero nadie en Cuba quiere jugar con el mono,solo juegan con la cadena,entomces no se quejen,miren a Venezuela.