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Dos novelas con asesinos muy peculiares

Traigo a estos dos asesinos en el mismo paquete pues, tanto Fortunato como el Señor Y, son bastante peculiares y se quedarán sujetos a la memoria del lector que los encuentre.

por
  • Andrés Gómez Quevedo
    Andrés Gómez Quevedo
agosto 15, 2022
en A librazos
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La novela negra, ese género que tiene muchos adeptos y otros tantos que ni se le acercan, todavía goza de bastante éxito en el mundo editorial y —como casi todo— se ha diversificado, sin perder esa característica principal que acuñara Raymond Chandler en su ensayo El arte de matar: “(…) es la novela del mundo profesional del crimen”.

Las dos propuestas que traigo mezclan lo noir con la comedia y otros elementos de corte más filosófico, histórico, político y artístico, pero son, al cabo, fieles al género, si bien lo anuncian desde sus títulos: El asesino inconformista de Carlos Bardem y El asesino hipocondriaco de Juan Jacinto Muñoz Rengel, ambos autores españoles.

Traigo a estos dos asesinos en el mismo paquete pues, tanto Fortunato como el Señor Y, son bastante peculiares y se quedarán sujetos a la memoria del lector que los encuentre.

Sin más vueltas, para no marear, vamos al lío:

El asesino inconformista de Carlos Bardem

El último párrafo del primer capítulo dice así: 

“(…) La vida, vista con distancia, en su totalidad (…) es un acto trágico. Una historia de muerte que empieza con el nacimiento. Pero la vida en la distancia corta, en lo cotidiano —la lucha siempre frustrante, las ambiciones nunca cumplidas, la torpeza inevitable en el trato con los otros, los amores errados, la entrega irracional a las sensaciones— se convierte en un acto cómico, en un sainete ridículo, muchas veces hilarante. (…) En cuanto desaparece la muerte de la ecuación todo queda en una broma insípida o de mal gusto.
Por eso, Fortunato es un asesino”. Ya con esto, alguien como yo —cuyo lema de vida es búrlate de la vida pues ella es una cínica que se burla de ti, entra en hype lector pues empieza a darse cuenta del tipo de novela que tiene entre las manos. 

Cubierta del libro. Foto: tomada de internet.

Queda claro que estamos ante una novela noir, que a su favor carga con el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón, pero no es la típica historia llena de fórmulas habituales del género, si bien contiene sus premisas esenciales, claro.

Ahora te ofrezco mis ampliadas razones para que entiendas la clase de “Librazo” que me ha dado Carlos Bardem. 

Con constantes aluciones al mundo del cine, y un sentido del humor refinado, buen equilibrio entre la prosa culta y la sencilla, juegos con el lenguaje y momentos de aguda introspección en el que Fortunato, el protagonista, nos invita a cuestionarnos desde a nosotros mismos hasta nuestro entorno, Carlos Bardem nos ofrece la historia de un asesino contada en primera y tercera persona, con mucho flujo de pensamiento y contrastes interesantísimos, como todos los personajes aquí presentes; se sienten totalmente reales.

Se apoya de saltos y mudas para llevarnos al pasado de Fortunato y conocer su vida, las raíces de sus sentimientos, de su ideología y de sus pasos, pero también para ver algunas acciones desde diferentes puntos de vista. 

Al asesino le gusta escribir, y lleva un poemario y una obra de teatro de forma discreta, pero no tanto como su profesión, de la cual ni su mujer sabe. Esta afición dará un giro inesperado en la trama, y es comprensible teniendo en cuenta los códigos morales y éticos que vamos conociendo de este curioso personaje: “(…) Su asesino siempre modificaba e influía en su escritor…”. Claudita, su mujer, que es actriz, adquiere más importancia en la trama a medida que se avanza en la lectura: “(…) del mal solo te salva amar, siquiera a una persona entre toda la humanidad, y ser amado por esta…”. 

El lirismo que alcanza en la prosa eleva muchísimo a la novela, que resulta también un estudio de la España de hoy, del estado en que se encuentra la naturaleza humana en la modernidad: “(…) Cualquiera que llegue a puestos de poder, en la empresa o la política, es por fuerza alguien con rasgos psicopáticos. La falta de empatía es indispensable cuando tu vida es imponerte a otros, pisarles y pasarles por encima. Nos lo venden como sana ambición y competitividad (…), pero es simple psicopatía…”.

Es una novela que combina muy bien elementos de la literatura filosófica, humorística, noir y existencialista: “(…) la soledad escogida es una actividad solo al alcance de los espíritus más refinados…”.

Fortunato, por fortuna —je, je— para los lectores, nos da acceso a su caudal de experiencia y escepticismo para sentenciar varias verdades que muchas veces sabemos y no logramos, o no sabemos, o no queremos poner en palabras; llené el libro de marcas y subrayados, de citas y frases para reflexionar. 

“(…) ¿Acaso no es esa la gran tarea de cada ser humano? ¿Darnos un relato con sentido para, al final, morir menos asustados y perplejos? ¿Se puede explicar el mundo sin mitos, sin personajes?”: Este es el alegato de un hombre maduro cuya sabiduría ha vuelto misántropo, medio fatalista y muy aterrizado, de ahí su inconformidad con el mundo que le rodea, con las realidades que nos imponen las redes sociales y las máscaras de las personas, los sistemas y las leyes: “(…) Odia su tiempo, pero no es tonto, sabe que pertenece a él inexorablemente, así que opta por vivirlo desde la singularidad…”. Se trata de un justiciero psicópata, liberado de las cadenas sociales más mainstream de estos tiempos, un antihéroe anacrónico y cínico a fuerza de exceso de lucidez: “(…) Los psicópatas tienen problemas para sentir, no para razonar (…), yo solo ayudo a que malas personas eliminen a malas personas”.

Fortunato es uno de esos personajes de moral cuestionable y particular sentido de la justicia que se te quedan en la memoria por lo mucho que te cuentan; uno de esos antihéroes a los que se les coge cariño o al menos se le presta real atención, como el Tom Ripley de Patricia Highsmith o el Patrick Bateman de Bret Easton Ellis en su American Psycho. 

Fortunato se rebela contra ese Catolicismo cuasi medieval que aún existe en muchas regiones de España y que sobrevive en la memoria histórica, en la obra y el pensamiento de mucha gente, contra el establishment moderno, contra la tiranía esclavista de las redes sociales y el exceso de tecnología en nuestras vidas. Arremete también contra el sistema corrupto, la demagogia y el descaro político, ¿recuerdan que hace un tiempo les comentaba mi opinión de que la política es el verdadero malo de todos los cuentos? Aquí confirmo y reitero. 

Lo mejor de Nino Bravo es el disco que protagoniza la banda sonora de la historia, ya que Fernández, que a veces se llama González, le da los encargos de asesinatos a Fortunato en medios susurros bajo el sonido del Long Play del tenor dramático. 

Creo que El asesino inconformista es una gran novela filosófica, política, psicológica y realista con un título comercial y un argumento de novela negra salpicada de humor. Una lectura acertada en todos los sentidos.

Lo que en verdad asesina Carlos Bardem, o Fortunato aquí a su nombre, es a la banalidad, pues durante y tras su lectura tu conciencia se verá sacudida ante los eventos cotidianos más simples de hoy, como la inmersión en el teléfono y el cumplimiento de las ene reglas “sociales” de este tiempo. Después de leer este libro me siento —siguiendo el juego de palabras de Fernández-González— ilumingradecido, que viene a ser iluminado y agradecido. 

Carlos Bardem.

El final, que coquetea con el suspenso y la redondez, hace que el lector regrese al título de la novela y sonría ante la jugarreta del autor en esta obra tan profunda y entretenida, que te deja la inquietud del inconformismo con todo lo que se nos impone hoy en día como cierto, falso, correcto, incorrecto, moral… En fin, que no te conformes con nada de esto que te digo, vete a leer esta novela que entre intriga, asesinato, sexo, drogas, teatro, música, corrupción, conspiraciones y suspensos, te mantendrá como decía mi difunto tío — casualmente llamado Carlos también— con los radares engrasaitos engrasaitos. 

Repito: un gran acierto e ideal para leer, no solo en verano y no solo en este tiempo. Carlos Bardem ha sabido dejarnos una novela que contiene los elementos necesarios para mantenerse actual por muchísimos años, pues como él mismo dice entre estas páginas: “(…) las historias más interesantes son siempre las de las personas rotas, perdidas y malditas…”, y si a eso le añades los grandes y clásicos temas de la literatura que también se abarcan aquí; dígase amor, vida, muerte, el paso del tiempo, el viaje interno del hombre dentro de su tiempo y a eso le añades la alta carga filosófica, la acción y lo entretenida que la novela logra ser, pues, ¿necesitas más elementos para convencerte de por qué hablo de este “Librazo”? 

El asesino hipocondriaco de Juan Jacinto Muñoz Rengel

Quienes ya conocen esta columna semanal saben que solo hablo de esos libros que me han impactado, de ahí que se llame A Librazos. Con esta novela ha sido tan fuerte el impacto que la devoré en una tarde, refugio de las malas noticias que rodean a mi país ahora mismo y consuelo para el apagón que sufría mi barrio: ¡Qué manera de reírme! 

Cubierta del libro. Foto: tomada de internet.

El asesino hipocondriaco es una comedia absurda con toques de novela negra, divertida, ingeniosa, entretenida, culta, interesante y muy, muy, muy bien escrita. Se trata de la primera novela del autor, que fue celebrada por grandes como José Saramago y Rosa Montero, y ahora por pequeños como yo. 

Narrada en primera persona, por el señor Y, un asesino a sueldo, la historia inicia con la persecución y espionaje que hace el protagonista a Eduardo Blastein, a quien debe matar. A medida que uno avanza el señor Blastein se convierte en una especie de Corre Caminos esquivo, o más bien el asesino se nos antoja muy a lo Coyote Loco, que lo mismo falla, cae en sus propias trampas o es atrapado en el acto. 

Imaginen a un asesino que dice que hoy es su último día de vida y aún así se empeña en matar al hombre que le han indicado, solo porque le pagaron por adelantado, pero lo principal que tiene en su contra para lograr su objetivo es su mente, su hipocondriasis y su estricto código moral, basado en la ideología de Immanuel Kant que propuso “(…) que se obrase solo de forma que se pudiera desear que todo el mundo actuase de ese mismo modo”. 

Resulta divertido ver cómo en cada capítulo descubrimos un nuevo padecimiento, anomalía y/o infortunio del señor Y, de hecho, Muñoz Rengel logra que el lector se envicie, por ponerlo de algún modo, con este mal ajeno, al punto de esperar a ver de qué forma nos sorprenderá tan singular tipo, tan raro asesino que no solo es estrábico, sino que también sufre el mal de Ondina, por lo que se queda dormido en las situaciones más absurdas e hilarantes; es alérgico al plátano, al kiwi, al aguacate y al látex; padece dermatitis atópica; tiene un curiosísimo apéndice en el cuello —no haré spoiler—;Síndrome de Ménière o enfermedad del vértigo; Síndrome del Acento Extranjero; Síndrome de Proteus,  más cosas y si escucha de otra enfermedad o virus igual se le pega. Tengo una tía hipocondriaca que todos los años se está muriendo de cáncer, o de diarrrrrrreas, como dice ella, creo que ya es inmune a las radiaciones de los rayos X, de tantos que se hace, y sabrá Dios si a algún otro medicamento también, lo cierto es que, aunque uno lo cuente con cierta comicidad, es un asunto serio, y en esta novela, entre risas, uno comprende la severidad de tan increíble padecimiento. 

Yo, hijo de madre con un máster en Anatomía Patológica, me imagino a Juan Jacinto documentándose muy bien para crear a este curioso personaje del cual uno se pregunta jocosamente; hijo, ¿cómo sigues vivo?, ¿quién confía en tu trabajo como para contratarte, con todos esos handicaps? Menudo asesino tú, y por otro lado también logra que el lector desconfíe de todas esas patologías coexistiendo en un solo cuerpo, ¡vamos! Pero bueno, como mismo dice el Señor Y: “(…) Los designios del señor Infortunio son inescrutables…”; hablando en plata cubana, este asesino es un perfecto Malvino Fortuna, al que todo lo malo le pasa. 

Juan Jacinto Muñoz Rengel.

¿Quién quiere ver muerto a un hombre tan simple como Eduardo Blastein? ¿Por qué? Te estarás preguntando hasta el final, y hay otra pregunta que me viene a la mente al pensar en la novela y en sus personajes: ¿qué tanto nos condiciona lo que nos sucede, ya sea mental o físicamente? ¿Somos lo que padecemos o son nuestras reacciones las que definen nuestras vidas? “(…) Siempre así, impasible (…) Eso es lo que a mí me gustaría, que las cosas no me afectaran. Poder vivir con verdadera independiente de las circunstancias, de los accidentes (…) Por encima del bien y del mal. Pero soy humano, demasiado humano”.

La novela discursa también por detrás de las apariencias y se divierte ella sola jugando con la inteligencia del lector, a quien el autor no subestima en ningún momento. 

Es magnífico el sentido del humor de Muñoz Rengel, muy a la inglesa —estoy pensando en Roal Dhal y en Tom Sharpe, por ejemplo — sin desdeñar la influencia de la chanza española y la jarana norte y latinoamericana —dígase Eduardo Mendoza, Woody Allen y otros—, ¡ojo! Estos autores los uso a modo de referencia, en plan estas promociones que se llevan ahora en las que te dicen “si te gustó esto, te gustará aquello”. 

Muñoz Rengel también hace gala de una exquisita ironía, y sus juegos eruditos son totalmente accesibles incluso para los que no han leído las obras de los autores referidos en los pasajes que narra sobre Kant, Proust, Tolstói, Lord Byron, Voltaire, Descartes, Poe, Jonathan Swift, Molière, entre otros, que conforman los referentes culturales, en esos pasajes biográficos que aporta en capítulos salteados para ilustrarnos sobre otros grandes hipocondriacos de la historia y la literatura, como un recurso que ayuda al Señor Y, nuestro simpático asesino protagonista, a sentirse menos solo en sus padecimientos, o al menos a encontrar cierto consuelo en esas mini biografías “paralelas” a la suya: “(…) Mi historia forma parte de otra mayor, más grande y elevada en todos los sentidos, la historia que una y otra vez escribimos con nuestras vidas todos los malditos por el estigma de la desdicha”.

Tiene varios giros inesperados, pero se trata de una novela redonda que de no ser por el ingenio del autor hubiera sido una simple comedia negra, pero no, se monta en el gran tema de la vida, la muerte, las apariencias, la obsesión y el amor por la literatura para desde el humor y el absurdo reflexionar sobre los pilares en los que montamos nuestra existencia, hasta donde es sano un código moral y/o estado mental, pero ante todo, nos invita a burlarnos de la vida, que como ya dije antes, se vive burlando de nosotros. 

Reí leyéndola y reí al hablar de ella. Muy, muy, recomendable. 

Espero que se animen a leer estas dos novelas y que como a mí, les den el “Librazo”. 

Hasta la próxima semana, que advierto, vengo erótico y controversial. Ahí lo dejo.

Etiquetas: literatura contemporáneaPortada
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Andrés Gómez Quevedo

Andrés Gómez Quevedo

Santiago de Cuba, 20 de agosto de 1987. Egresado del Centro de Formación Literaria especializado en narrativa Onelio Jorge Cardoso de Ciudad de La Habana, 2009. Graduado de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, 2013. Trabajó en el Centro de Información para la Prensa, CIP (2014-2015), como columnista en Cubahora, y en el Centro Nacional de Educación Sexual, CENESEX (2015). Tiene publicado como ilustrador el poemario "La paz en el infierno" del autor Ramón Muñiz, Ediciones Exodus, 2019, bajo el pseudónimo de Yunitón. Como autor e ilustrador la novela infantil "Los árboles que querían volar" por la editorial Publishway, Chiadokids. Actualmente se desempeña como artista plástico, escritor y guía turístico independiente en Ciudad de La Habana.

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