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Las historias de “El amante” por Marguerite Duras

Duras tiene algo que me fascina: no escribe mamotretos, sus novelas son breves, se devoran como un postre riquísimo.

por
  • Andrés Gómez Quevedo
    Andrés Gómez Quevedo
diciembre 29, 2021
en A librazos
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No conocía la obra de Marguerite Duras, hasta que hace unos meses Maximiliano Raineri, un joven escritor argentino y amigo mío, me dijo por Whatsapp que él se sentía muy influenciado por Duras y Henry Miller. Luego, en una entrevista que compartió la también joven Editorial dosmanos, Louise Chenneviere, hablando de su novela Como la perra, dijo sentirse influenciada por Marguerite Duras. Días después en el perfil de @Enbookle subían una reseña de El amante, y fue como una llamada.

Busqué la novela y me lancé entre sus palabras, porque igual Duras tiene algo que me fascina: no escribe mamotretos, sus novelas son breves, se devoran como un postre riquísimo, y tienen mucho contenido autobiográfico, por lo que el impulso chismoso que todo humano posee se activa en estos casos. He aquí una maestra de la autoficción, que aunque ahora está de moda es algo con siglos de antigüedad en el mundo de la literatura. 

El amante es una novela corta que no debería leerse de una sentada —aunque es posible—, pues en esos espacios que hay entre los párrafos, en ese silencio que está ahí dispuesto, es donde la mente del lector debe colocar todo lo que la autora no ofreció con meticulosidad, pues la forma de contar en esta historia es muy lírica, sugerente, y a ratos hasta onírica, pues por momentos ella misma te dice que no se acuerda de esto o de aquello, y te preguntas si esto o aquello fue soñado o vivido.

La trama es simple; una joven francesa de diecisiete años (quizás dieciséis) inicia en su estancia en Indochina una relación amorosa con un hombre de una década mayor que ella y poseedor de una fortuna. Afloran los tabúes, las interacciones raras con respecto a las edades y a los dineros, el despertar sexual, sus desafueros, ¿confusiones o revelaciones? Los encontronazos con la madre —también es un toque autobiográfico, dicen que su mamá no fue…digamos que muy amorosa con la niña—, y también se descubren esos impulsos que solo la necesidad económica sabe parir; hablo del disimulado proxenetismo de la progenitora. No digo más.  

No es una novela cargada de acción ni con muchos giros sorprendentes, tampoco es predecible y parece fácil de leer, pero a veces la autora se salta la coherencia y construye con omisiones. Es una obra maestra del tejido elegante, eso sí.

La novela se ha reeditado recientemente, y me sorprende que no haya sido atacada por los “canceladores” y los “ofendiditos”, pero claro, las cosas deben ser leídas desde el contexto, que cada época tiene sus códigos, sus costumbres, sus “normalidades”, y eso es cultura también, leer de forma contextualizada, sin querer destruir rigores históricos o buscar adoctrinamientos para lograr lo políticamente correcto —ejem— que… Bueno, igual es algo variable según dónde se esté. 

Entonces, ¿el amante chino es un asalta-cunas?

Un poco, sí. Pero es delicado, paciente y…amoroso ¿A ella le gusta? No, ¡a ella le encanta!, porque tiene quince o dieciséis años —la autora es regada con la edad— y en la adolescencia los genitales llevan las riendas, ¡eso lo sabe Malanga! Yo recuerdo aún a la mayoría de mis compañeras de escuela de la secundaria con sus novios de veintitantos y hasta de treinta, porque eran tipos ya, porque tenían carros, negocios o dinero, seguridad, carácter, desarollo físico, y nosotros los contemporáneos con ellas teníamos que apañarnos con las que sí querían novios de su edad, o con las menores que nosotros. Al pan, pan, que así era la cosa, según los adultos por esto de que las hembras desarrollan y maduran primero que los varones. Que igual, una relación con un hombre mayor siempre supone una quema de etapas en la vida de la joven mujer, y eso a la postre cobra su impuesto. Ahí lo dejo. 

La novela se me quedó corta con el erotismo, pero eso sucedió por la forma en que me fue vendida la novela: “es una historia erótica” —o igual a mí me va lo hardcore y lo crudo, el expresso cargado, y esto se me quedó en el cafecito americano— en cuanto me di cuenta de que lo de erótico eran unas pequeñas y hermosas pinceladas me concentré en la forma de la novela y la narración de Marguerite, que son, en verdad, lo mejor de esta obra, pues el ritmo y la manera de decir de esta mujer son una maravilla.

Te dice sin decir y en cuatro palabras te cuenta lo que otros contarían en varios párrafos. 100 puntos en economía del lenguaje y en elegancia. Ahora entiendo la influencia de su estilo tan marcado. No cabe duda de que Duras es una dura que perdura — no puedo evitar el jugueteo—.

El amante te deja pensando y construyendo la historia después de haberla terminado. Eso también es genial, no todos los autores logran eso. 

¿Tiene película?

De El amante se hizo una película que según estuve chismeando en Google, ella tuvo sus apuntes y encontronazos con respecto al guión escrito por Jean-Jacques Annaud, porque igual Duras tenía un carácter fuerte y escribía guiones y hacía películas, de hecho estuvo nominada al Oscar por su guión de su novela Hiroshima mon amour, y como quiera que sea se trataba de su historia de vida, ¿quién mejor que ella para apuntar? —por eso es que Madonna está haciendo el guión de su propia película, para que no la trajinen tanto, al final es su vida y ella es la que decide qué decir y qué no, ¡vamos! Aquí nadie es su propio fiscal, todos somos auto-abogados, y ya, que divago mucho—. 

Entonces, como para darle en la cabeza a Jean-Jacques Annaud en esta especie de chanchullo creativo, o en algún acto de “salida con la suya”, o como bien lo pintan en la introducción a la novela; en un arranque de loca alegría por volver a escribir, Marguerite trabajó durante un año en El amante de La China del Norte, que viene siendo una continuación de El amante, con homenaje póstumo al hombre hijo de millonario que la despertó sexualmente —siempre, siempre, siempre, una historia de pasión con un tipo de dinero será tema de novelas, La Cenicienta no deja de vender—: «Supe que él había muerto hacía años (…) Nunca había pensado en su muerte. También me dijeron que había sido enterrado en Sadec, que la casa azul seguía allí, habitada por su familia y niños.» Esto no es spoiler, la novela es una de estas historias que sabes en qué va a parar y cuyo quid radica en el “trayecto intermedio”. También apuntar que Marguerite escribió la novela después de un coma de cinco meses que la mantuvo hospitalizada, con 77 años — dirás, qué dura la Duras, ¡deténganme!—. 

Está narrada “con cierto descaro” en forma de guión cinematográfico, recordemos que esta segunda parte es una revancha contra el guión de Annaud, de ahí que cuente las cosas peliculeramente: «La niña sale de la imagen. Abandona el campo de la cámara y el de la fiesta. La cámara barre lentamente lo que acabamos de ver, luego se gira y retoma la dirección que ha tomado la niña (…) Ella es la que no tiene nombre en el primer libro ni en el que lo había precedido ni en éste (…) A la chica, en la película, en este libro, aquí, la llamaremos la Niña», que, a ver, ella dice que si la Niña sin nombre y todo eso, pero bien que la llamó Hélène en la primera novela, pero bueno, la autora es ella, y honestamente, aconsejo tomar las cosas como diga Duras, porque muchas veces desafiará a tu lógica. 

En esta parte de la historia se cuentan mejor los celos por el amor de la madre, y se desarrollan más las cuestiones familiares: «Los hermanos y las hermanas somos desconocidos los unos para los otros», y me encantó también la escena en la que la madre se ve obligada a confesar que siente predilección por uno de los hijos. Está claro que cuando uno tiene un interés romántico y familia, hay nexos y competencias que inevitablemente se crean.

En ambos libros se habla de los tabúes sexuales, así como de los prejuicios y choques culturales entre los colonos franceses y los asiáticos de esa parte del continente. 

¿Es la protagonista de estas novelas una especie de Lolita?

Sí y no. Hay distancias enormes en todos los sentidos entre la Lolita de Nabokov y la Hélène de Duras. Eso sí, las novelas en cuestión hablan de adolescentes en sus inicios sexuales que desean a hombres mayores que, a su vez, enloquecen por ellas, hablan de marcas en la vida, de jovencitas que quieren salir adelante y romper con las imposiciones maternales, sociales y económicas, usando para ello la seguridad en el sex appeal. Lo cual veo muy bien, pero bueno, cada quién con su criterio y a bailar en la fiesta del respeto. 

Para que veas que una buena novela no es simplemente una novela, sino un árbol eterno con raíces y frutos:

Te cuento que todo esto de El amante estuvo en compinche intelectual a finales de los años setenta con varias obras y personalidades que abogaron por despenalizar las relaciones consensuales entre adultos y menores de quince años —repito: consensual, o sea, de acuerdo a los intereses de ambas partes—. En esa pequeña lucha estaban inmiscuidas, entre otras personas; Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Michel Foucault… Averigua más por tu cuenta, igual es algo curioso, se esté o no se esté de acuerdo. De todos modos, ahora mismo es más importante ver de qué forma impedimos que una niña de primaria perree como bailarina gogo-videoclipsera y repita frases patriarcales de reguetoneros poco sobrios… Ya, paro, que esas cosas me enervan y después me salgo del tema. 

Eso sí, hay que tener en cuenta que la historia de la Niña-Hélène, que es Marguerite Duras, y su amante asiático, no tiene el clásico final feliz, aunque tampoco es el infeliz. Tiene el final real, que es mejor siempre, aunque a ti te guste el amor en almíbar. 

Es, a pesar de todo, la historia de un recuerdo hermoso, a lo canción de Selena: «amor prohibido murmuran por las calles, porque somos de distintas sociedades…», a lo Inolvidable de Nat King Cole, con cada letra de la bella canción, porque aquí el trauma verdadero está en la falta de dinero que tiene esta familia francesa que por ser colonos deberían estar en mejor situación, en los desencuentros familiares y en la bobería de la sociedad que siempre se las ingenia para apuntar con el dedo a lo que no le importa, porque en la intimidad, La Niña bien que goza con su amante… —aquí es cuando uno se encoge de hombros y pone zíper en boca—. 

Sobre Marguerite Duras

Hay mucho que contar, y te invito a buscar sobre ella, incluso a leer más obras suyas, y si puedes, ver las películas en las que estuvo involucrada porque fue también guionista y directora de cine. 

Hay muchas anécdotas sobre su vida, porque fue intensa, le tocó vivir tiempos convulsos a nivel mundial, y ella era una mujer fuerte. 

Nació en Vietnam en 1914, hija de colonos franceses, y murió en París en 1996. Tiene más de cincuenta títulos bajo su autoría, entre novelas y obras de teatro, así como dieciocho trabajos cinematográficos.

También estudió Derecho, Matemáticas y Ciencias Políticas, ¡Vaya trinomio! Durante la Segunda Guerra Mundial perteneció a la Resistencia Francesa y logró escapar con vida de una emboscada. Fue comunista un tiempo hasta ser expulsada del partido. Su vida fue una montaña rusa y la llevó con intensidad, al punto de tener un novio gay en el ocaso de su existencia, al cual utilizó y él, encantado, le sirvió como especie de esclavo, pues era fanático a ella —Busca, chismea, entérate—.

De Marguerite me encantó la forma en la que resumió su propia personalidad: «Yo soy una escritora, no vale la pena decir nada más».

Amén, ¡Dura, Duras!   

Etiquetas: erotismoliteratura contemporáneaMarguerite DurasPortada
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Andrés Gómez Quevedo

Andrés Gómez Quevedo

Santiago de Cuba, 20 de agosto de 1987. Egresado del Centro de Formación Literaria especializado en narrativa Onelio Jorge Cardoso de Ciudad de La Habana, 2009. Graduado de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, 2013. Trabajó en el Centro de Información para la Prensa, CIP (2014-2015), como columnista en Cubahora, y en el Centro Nacional de Educación Sexual, CENESEX (2015). Tiene publicado como ilustrador el poemario "La paz en el infierno" del autor Ramón Muñiz, Ediciones Exodus, 2019, bajo el pseudónimo de Yunitón. Como autor e ilustrador la novela infantil "Los árboles que querían volar" por la editorial Publishway, Chiadokids. Actualmente se desempeña como artista plástico, escritor y guía turístico independiente en Ciudad de La Habana.

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