“Me gustan sus cuernos”, de Antonio Elio Brailovsky

Una picaresca novela que, entre humor y erotismo, desmitifica una serie de personalidades como el Don Juan Tenorio y su autor José Zorrilla, y Miguel de Cervantes con su Dulcinea.

Recién bautizado por mi amiga Denisse como “El Van Helsing de los libros de uso”,  buceaba entre las opciones que hay en Telegram, pues sucede que hay varios grupos en esa red social dedicados a la venta de libros de segunda, tercera, cuarta y hasta decimoquinta mano, y me encontré con dos ejemplares rosados y vistosos, con el típico diseño de portada de La sonrisa vertical, una colección de literatura erótica del sello Tusquets, cuyo concurso dejó muchas obras inolvidables. 

Por un precio —no tan módico— pagué la mensajería y al otro día, ya con mis nuevos libros, me dispuse a leer uno de los dos, antes de terminar la inacabable lista de libros pendientes que, recelosos, me miraban hojear y ojear al recién llegado: Me gustan sus cuernos, de Antonio Elio Brailovsky.  

¡Vaya Librazo que me he llevado! Lo leí en dos noches, y aunque ya subí mi reseña express a Instagram, tenía que compartir mis impresiones de la novela por aquí, ya que intenté enfrentar otro libro para esta columna, pero no había modo, al menos, no hoy. Sigo borracho de esta historia de Brailovsky, que me ha hecho reír y pensar. 

Me gustan sus cuernos es una picaresca novela que, entre humor y erotismo, desmitifica una serie de personalidades como el Don Juan Tenorio y su autor José Zorrilla, y Miguel de Cervantes con su Dulcinea. Parodia y se divierte, pero, ¿pudiera ser que también los aterriza un poco más al vulgarizarlos? Juega a reescribir el pasaje bíblico de Sodoma y Gomorra cuando Lot huye y su esposa se convierte en sal por mirar atrás, y se burla del rey Schariar y de cómo conoce a Scherezade.   

Decamerónica, pudiera decirse, cuela varias historias “de relajo” —hablando en plata cubana— dentro de una historia principal que es más bien casi un policíaco. A esta técnica se la conoce como “Caja China”, según bien me enseñó Eduardo Heras León. 

Parece como si el autor hubiese sido poseído por el Marqués de Sade a la hora de crear la trama, pues inicia con las confesiones que hace una boquifresca mujer en un juicio de la inquisición, la cual es leída por una historiadora a un cura. Imaginen que esta historiadora se va a pasar casi toda la novela leyéndole a ese cura toda una serie de anécdotas y chismes históricos que desmienten mitos y exaltan deseos, pues lo mismo se habla de ángeles hipersexuados, mujeres cachondas y hombres de lubricante labia, entre otros embustes y escándalos. 

Yendo al grano…

A las manos de un cura llegan unos documentos antiguos que datan de los tiempos de la inquisición, en ellos hay plasmadas varias confesiones, de mujeres principalmente, que acusaban a diferentes hombres importantes, ya sea por engaño, comportamientos inmorales y otros asuntos. El cura busca a una historiadora llamada Laura, y juntos empiezan a investigar la veracidad e importancia de esos papeles, por los cuales también están siendo perseguidos por unos entes “mafiosos” que a cada rato disparan y rompen una lámpara o un cristal, o dejan alguna nota amenazante. 

Que entre los vaivenes históricos de la trama, al regresar de un salto de tiempo, de pronto el lector enfoque a Laura y al cura, solos en una habitación, haciendo algo clandestino, mirándose al hablar y con algún que otro pensamiento poco católico, haya también una situación de típica novela negra, pues resulta hilarante. Tan bien está trabajado el kitsch, ¿o pudiera ser Pulp? Este libro se mueve entre varias categorías y géneros, y ese es su mejor ingrediente, aparte de la insolencia. 

Yo reía al imaginar la cara del cura cuando se habló de los ángeles, esos que aparecen muchas veces tan sensuales en las clásicas representaciones pictóricas, y que aquí más bien aparecen tan sexuales. Para no hacerles largo el cuento, les muestro un trozo, digo, un fragmento, de lo que se lee sobre una de las mujeres enredadas por la labia de don Juan Tenorio: « (…) Lo empuña con las dos manos y empieza a chuparlo, mientras don Juan habla de esos ángeles desaforados tras mil años de castidad, que se meten en todos los hombres y mujeres de Sodoma bajo la espantada mirada de Lot, el único que no se atreve y que desde su ventana ve cómo el Arcángel Gabriel llega hasta su mujer violada rutinariamente un par de veces, narra la voz de don Juan, ya con la respiración entrecortada, mientras Inés chupa con más y más fuerza, apoyada sobre las piernas de Don Juan, el ángel voltea a la mujer de Lot y la hace gozar por única vez en su vida, hasta tal punto que el día de la tragedia, cuando bajaba el fuego sobre Sodoma y Gomorra, la mujer de Lot volverá la cabeza para mirar una vez más al ángel que la hizo feliz, mientras cae del cielo esa lluvia de fuego que sale de las entrañas de Don Juan, y doña Inés separa la boca del miembro para recibir el chorro de esperma en pleno rostro…» —Uh, lah, lah, J’adore, con el debido perdón de Dios.

Iconoclasta, burlesca, pícara, erótica, la novela mezcla sexo y religión, y la crítica a la manipulación cultural que ejerce la burguesía para hacer una novela cautivante y exquisita, claro, si no te ha mordido nunca el bicho pasguato que puritaniza al humor. 

«(…) Somos tan pobres que lo único que tenemos realmente nuestro es la risa», ¡ay! Eso parece dicho por un cubano, pero no, lo dice Aldonza, una campesina española del antihigiénico medioevo, frente a unos jueces inquisidores, en medio de sus acusaciones contra Miguel de Cervantes por usar su persona para crear a Dulcinea, en una novela de locos y caballeros que fue leída por primera vez en un prostíbulo, entre pechos, alcoholes y risas; campesina también enredada por don Juan Tenorio, que aquí es un tipo pequeño y velludo, de proporciones modestas pero de labia grandiosa: «Cuando don Juan habla, el chiquero se transforma…».

En esta novela se despoja a don Juan de todos esos atributos que la manipulación literaria e histórica le ha puesto, pero, ¿por qué inventar a una personalidad como él y defenderla al punto de querer matar, siglos después, a quienes pueden desmitificarlo? Bueno, tampoco te voy a regalar la historia, que esto es para reseñar y motivar, no para hacer spoilers

Me fascinó como Antonio Elio se “carga” todo el respeto por cualquier figura, en un divertidísimo ejercicio de iconoclasia, y por otro lado te hace preguntarte; ¿acaso esas figuras que hoy mitificamos no fueron humanos también, con todo y lo que esa condición lleva? Miguel de Cervantes, como bien dicen aquí, tenía culo y estuvo preso, y por algo terminó escribiendo tanto: «(…) historias de caballerías que le hagan olvidar los coños de mujer.»

La novela pone en tela de juicio los referentes modernos de lo que consideramos erótico, tanto en el hombre como en la mujer, y advierte que hay más: « (…) Nuestra cultura quiere darnos una única imagen del erotismo (…) Sospecho que es más variado (…) Diverso en el físico y diverso en la mirada.»

Esta es una novela para reírse y repensar la historia, los mitos, las leyendas, y los pilares sobre los que hemos montado nuestras fantasías eróticas, también para recordar lo gozosamente sexuados que somos como especie, e instarnos a un sano hedonismo que aderece nuestras existencias tan propensas a las religiosas y absurdas culpas. Lo que en jerga de animador y/o Dj u operador de audio en una discoteca vendría siendo el clásico: «¡Goza, goza, que esa es la cosa!». 

El final del relato es tan emocionante como el de una comedia romántica de acción, una mezcla de persecución, espionaje, muerte anunciada y libido alterada por la adrenalina. Algo que parece advertir el autor páginas antes cuando pone en boca de un personaje: «El amor pasional, desaforadamente intenso, está demasiado cerca de la muerte». —¡Ay, Shakespeare!

¿Quién es Antonio Elio Brailovsky?

Es un escritor argentino, nacido el 17 de diciembre de 1946, graduado de Economía en la Universidad de Buenos Aires, que luego desarrolló gran interés en la relación que tiene la contaminación con las problemáticas sociales y económicas, acercándose de esa manera a las perspectivas de la justicia ambiental. Es profesor universitario en la Universidad Nacional de San Martín. Antonio defiende con ahínco la incorporación de la educación ambiental en todos los niveles educativos.

La mayor parte de su obra es de contenido académico, aunque también ha cultivado el teatro y la literatura infantil en aras de la educación ambiental. Tiene varias novelas de ficción: Identidad, Libro de las desmesuras, El asalto al cielo, Tiempo de opresión, Esta maldita lujuria, Me gustan sus cuernos y No abrirás esta puerta.

La editorial cubana de Casa de Las Américas publicó su novela Esta maldita lujuria en 1992. Por ahí debe andar en librerías de uso. 

Al parecer a Antonio le gusta el medioambiente sano y la carne picante, a juzgar por sus títulos y este Librazo en particular; Me gustan sus cuernos, que fue finalista del XVII Premio La sonrisa vertical.

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