Con este provocador título me propongo recomendar dos novelas ideales para pasar un rato divertido: Que se mueran los feos, de Boris Vian y El consejo mundial de los Indiscretos, de varios autores.
Se acerca el fin de año, y entre visitas familiares, responsabilidades, fiestas y resacas, quizá no tengamos cabeza para adentrarnos en historias muy enrevesadas, tochos de casi mil páginas o montañas literarias.
Traigo dos opciones ligeras que no supondrán gran esfuerzo y que, de seguro, te sacarán unas risas o, al menos, te resultarán entretenidas.
Que se mueran los feos, de Boris Vian, es un libro breve, catalogado por algunos como “novela negra”. Se trata de una historia que coquetea con varios géneros y que fue hecha para divertir y escandalizar.
Boris Vian, autor francés que fue un gran polímata, cultivó la narrativa a través de la poesía, la dramaturgia y de diez novelas que dejó a la posteridad; fue, además, pintor, actor, crítico, periodista, traductor, compositor, jazzista e ingeniero. Vamos, lo que se dice un “hombre del renacimiento”.
Tuvo un ácido sentido del humor que lo llevó a usar varios pseudónimos para escribir: Boriso Viana, los anagramas Baron Visi, Brisavion, Navis Orbit, Bison Ravi, y muchos más, entre ellos: Vernon Sullivan, que fue el que usó para escribir Que se mueran los feos.
¿Por qué usó todos estos pseudónimos? Porque en los años que publicó, entre los 40 y los 50 del siglo pasado, la crítica elitista y los códigos morales del momento no admitían obras “subidas de tono”, como las de Vian. Con los pseudónimos pudo burlarse de todos, procesos policiales y multas por violar las buenas costumbres aparte. Cuando se descubrió que estaba detrás de estas obras, tanto él como su editor fueron repudiados, aunque Boris murió en 1959 y apenas pudo sufrir las consecuencias del repudio.
Como Sullivan escribió sus títulos más provocadores: Escupiré sobre vuestra tumba; Con las mujeres no hay manera; Todos los muertos tienen la misma piel y la que nos ocupa hoy.
Que se mueran los feos no sé si me gustó mucho o es que no se parece a nada que haya leído antes. Me ha dejado una sensación extraña que oscila entre diversión y confusión. Es un relato que no te deja indiferente. Es una novela descarada, irreverente, sexual y desopilante.
Rocky Bailey, el protagonista, es un joven hermoso que fue “Míster California”, y que se esfuerza por mantenerse virgen como un reto personal. Frecuenta bares de jazz. De pronto es seducido y drogado por una mujer que lo lleva hasta un sitio que luce como laboratorio en el que unos hombres lo obligan a tener sexo con ella. El joven inicia luego una investigación para desenmascarar a esta red de pornógrafos extraños que parecen experimentar con gente hermosa como carnada. He aquí la parte policiaca y medio pornográfica, al menos para la época.
Más adelante, entra en escena el doctor Schultz, que se salta la ética médica para llevar a cabo investigaciones genéticas en aras de “mejorar la humanidad”. ¿En qué consiste el mejoramiento? En destacar la belleza física; según Schultz, los habitantes del planeta deben ser personas hermosas y vigorosas —la ética por la estética—. Aquí cobra sentido el título de la novela, que parece un deseo o una maldición.
¿Cuándo se enreda la pita de la historia? Cuando los colaboradores, secuaces o empleados del meticuloso Schultz empiezan a vender fotos pornográficas de sus experimentos. En esas fotos lo mismo hay gente copulando que órganos y asuntos clínicos (ya sabemos que los fetiches abarcan un amplio abanico de posibilidades).
Bailey, el hermoso protagonista, al haber sido raptado para los experimentos hala en su investigación a una serie de personajes que conforman la aventura: periodistas mediocres, desordenados agentes del orden, jóvenes mujeres un tanto ninfómanas, mafiosos, así como los propios seres experimentales salidos del laboratorio del doctor Schultz. He aquí el lado pulp y cómico de la novela.
Para muchos es la peor novela de Boris Vian. Yo creo que es la más divertida, la menos enrevesada en cuanto a la narración y a la historia en sí. Quien haya leído La espuma de los días, El arrancazorazones, La hierba roja y otros de los títulos de Vian sabe que fue un autor que cultivó el surrealismo, pero no solo eso, también lo mezcló con otros géneros, lo cual para algunos es confuso, y al no entenderlo, lo catalogan mal, lo malinterpretan.
Que se mueran los feos es una novela para divertirse, para conocer otra faceta de la obra de Vian y para entender que los géneros literarios no han de llevarse de forma purista, que a veces ciertas mezclas jocosas pueden ser acertadas y explosivas. Si me preguntan con qué pudiera comparar el libro, definitivamente lo haría con un Long Island Iced tea, un cóctel que tiene dentro varios mililitros de diferentes bebidas espirituosas; puede partirte el cerebro en dos y dejarte un buen resacón de recuerdo.
El consejo mundial de los Indiscretos, por su parte, es una rareza en todos los sentidos. Con tan solo 165 páginas, la novela es toda una curiosidad, un experimento literario; se trata de una especie de Cadáver exquisito, y por lo tanto obra de un colectivo de autores.
Tomo de la sinopsis: “Los diez autores de este libro escribieron un capítulo cada uno sin conocer más que el capítulo inmediatamente anterior y el resultado es una historia perfectamente congruente. ¿Una novela policial? En el fondo sí, pero con más ambición que la que determina ese género”.
Aquí la lista de los diez autores, en el mismo orden en que aparecen sus intervenciones: Erich Landgrebe; Fritz Habeck; Hans Weigel; Herman Kasack; Hans Rudolf Hilty; Heinrich Böll; Christine Bruckner; Werner Helwig; Hermann Friedl y Reinhard Federmann.
Presenta, como es lógico en este caso, ciertas diferencias discursivas. La intención narrativa de los autores varía un poco en cada caso y no me creo del todo que no hayan sabido más que del capítulo anterior, pero bueno…
Habeck le da un poco de crítica social a los diálogos; Kasack introduce el giro más intrigante y hace la primera mención al título de la obra, y, me atrevo a decir, fue quien le dió más profundidad a esa primera mitad de la historia, si bien los autores anteriores crearon las bases para el misterio del crimen y colocaron los personajes clave.
Destaco este fragmento del cuarto capítulo, escrito por Herman Kasack —primera vez que leo algo suyo—, que me parece, puede crear bastante expectativa con respecto a la historia, que presenta la muerte de un reputado doctor, algo siniestro, y que vive con un gato, sabe del mundo por Bella, una empleada, y tiene un inquilino, Amandus, que fue amigo de su hijo, quien abandonó el hogar con 19 años. Hay dos testamentos distintos en manos diferentes, hay intriga sobre su supuesta causa de muerte, gente misteriosa, la casa también es misteriosa, nexos extraños y una “organización” o Club al que el doctor “pertenecía”, del cual nadie parece saber nada. Comparto el fragmento, que me enrollo:
“‘Por la presente damos a conocer que uno de nuestros más veteranos compañeros, el pensador y doctor Leopoldo Ambrosius Finsterer, ha pasado de la temporalidad a la eternidad. —El Consejo Mundial de los Indiscretos.’ (…) Amandus quedó perplejo al leer quien le ofrecía sus respetos: E.T.A Hoffman, Miguel de Cervantes, G.B. Shaw (…) Fedor Mijailovich, Dostoyevsky, Anastasius Huber, Walt Whitman y Henri Beyle-Stendhal (…) ¿Qué significaba está broma macabra de enviarle al hotel las tarjetas de visita de tan ilustres espíritus de personalidades fallecidas hacía tanto tiempo? (…) ¿Quién era ese Anastasius Huber? Un enigma tras otro…”.
Los hijos del doctor, Martin y Hertha, emocionalmente desvinculados de su padre, son llamados al entierro; él intrigado por el pasado, después de haber dejado Alemania más de 20 años atrás en plena época nazi para mudarse a Estados Unidos, y ella, que es periodista, convocada por su editor jefe para averiguar de qué se trata eso de El Consejo Mundial de los Indiscretos. Pero Hertha tiene rencores añejos, su hermano se fue y la dejó, la violó el médico de la familia a sus 16 —nazi además—, la embarazó y le quitó la criatura de “pura raza”, “soldados para el Führer”… En fin, todo un enredo político-familiar-conspirativo que, incluso teniendo asuntos predecibles, logra sorprender.
La novela tiene giros totalmente inesperados y celebro, además, la forma en la que lograron enredar a los personajes. Noté como hubo sutiles rencores entre los autores con respectos a algunos giros, y eso me encantó. El final, que quedó en las manos de Reinhard Federmann fue más bien cómico, y aunque a mí me gustó mucho así. Para otros puristas del género noir pudiera tratarse de un rompimiento reprochable. De todos modos, ya saben lo que pienso de las cosas “puras”.
Sé que es un librito difícil de conseguir en este momento, así que, si lo ven en una de esas librerías de uso, háganse con él, se trata de una rareza literaria que vale la pena (erratas aparte, que tiene varias, sí).
Yo no soy fan de las novelas policiacas, aunque la estética pop de lo noir sí me fascina, y la portada de este libro (que yo creía que era de cuentos, pero no), me atrapó desde que la vi. Es entretenida y un tanto alocada, intriga, sorprende y también da risa.
Por esta semana me despido. Espero que diciembre se esté portando bien y que despidamos 2022 —que nos lleva a paso de conga entre COVID-19 y otras cosas— con un poco de alegría y tranquilidad.