Poco a poco hemos ido descubriendo aquellas esferas de la vida cotidiana en las que se pone de manifiesto, con mayor entusiasmo, la creatividad que caracteriza a nuestra singular variante del español. Hoy hablaré de una que atraviesa la agenda diaria de cubanas y cubanos: el transporte.
El estatus de Cuba como emplazamiento clave de las colonias españolas en el Nuevo Mundo a partir del boom azucarero de inicios del siglo XIX y, después, de la expansión estadounidense en el Caribe y América, al comenzar el siglo XX, propició que la isla recibiera antes que otras colonias adelantos tecnológicos como el tren o el automóvil. Uno y otro se expandieron por toda la geografía nacional, llegando a formar parte inseparable de las rutinas de ciudades y pueblos.
Desde la temprana república se asentaron en el imaginario social formas “aplatanadas” para nombrar ciertos tipos de transporte. Es el caso de los célebres “fotingos” y las “guaguas”. Para “fotingo”, el origen aceptado a nivel oficial es el que hace derivar el término de la campaña publicitaria que acompañaba a los autos Ford en las primeras décadas del siglo XX: Foot it and go, en alusión a los pedales que permitían el desplazamiento de sus autos. También para “guagua” parece existir acuerdo en la adaptación de las siglas de la compañía estadounidense Wa & Wa Co. Inc. (Washington, Walton, and Company Incorporated), cuyo membrete identificaba a aquellos primeros vehículos concebidos para el transporte de numerosas personas. No obstante, la existencia del término inglés, wagon, deja la puerta abierta a otra posible etimología.
Sin embargo, es en la segunda mitad del siglo XX donde ocurre un verdadero florecimiento de las formas a través de las cuales hacemos referencia a los medios de transporte. Esto se debe, en parte, al envejecimiento de los vehículos, a la entrada al país de otros menos atractivos visualmente, o a la necesidad de suplir la falta de transporte mediante vías alternativas e innovaciones, incluyendo la tracción animal.
En la isla ya se ha asimilado lexicalmente la denominación de “almendrón” para todo auto, esencialmente de fabricación estadounidense y anterior a 1960, u otro que se le parezca. Y si el almendrón es muy viejo o está muy descuidado, se le puede nombrar también como un “cacharro”, como un “traste” o como un “bumbumchácata”. Este último término fue incorporado a partir de la serie inglesa El Dr. Poopsnagle y el secreto de las salamandras de oro, que transmitió la televisión cubana en algún momento entre finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado.
Al detenerse la entrada de autos desde Estados Unidos después de 1959, comenzaron a llegar a la isla vehículos producidos en Europa del Este, principalmente del antiguo campo socialista. Las motos Ural con vagón lateral fueron bautizadas como el “sidecar”, mientras que otras de menos cilindraje recibieron el nombre, según la empresa productora, de “bejovinas” o “karpatis”.
La palabra “yipi” comenzó a nombrar a todo auto que se diera un aire a los antiguos Jeep americanos y en Cuba les dimos el gracioso nombre de “guasabita” a una especie de van muy utilizado en las fuerzas armadas soviéticas. Los distintivos VW alemanes pasaron a llamarse “cucarachón”, en tanto la pequeña versión mini de los Fiat Polsky quedaron inmortalizados como “polaquitos” o, en versión más jocosa, los “sacapuntas”. El Lada común es también conocido como “ladrillo” y en su versión alargada como “pisicorre”.
La llegada de los años 90 y la entrada en el llamado Periodo Especial trajo aparejada la popularización de la bicicleta, como solución ante la escasez de combustible. No se sabe bien por qué azares del destino a la bicicleta también se le comenzó a llamar “chivo”. Y todavía más intrigante y sorpresiva resulta la denominación para aquellos ciclos a los cuales les fueron incorporando un pequeño motor de combustible: el famoso “riquimbili” que la orquesta Los Van Van inmortalizó en uno de sus temas.
También durante esa misma década, en consonancia con el florecimiento de la industria turística, comenzaron a llegar a la isla autos modernos para el servicio de taxis y de renta. No era raro escuchar por ese entonces la graciosa combinación “turistaxi”, que establecía muy claramente quién podía usar ese servicio y en qué moneda se pagaba.
Las relaciones entre turistas y cubanos, pero también la llegada cada vez más numerosa de familiares del extranjero luego de las primeras oleadas migratorias, comenzó a hacer más popular la presencia de esos autos en calles y barrios, donde constituían un símbolo de poder adquisitivo y hasta cierto prestigio. De ahí que muchas de las denominaciones para hacer referencia a ellos contengan esa dosis de sorpresa o hiperbolismo: “yerro” y “yerricán”, “perol”, “nave”, etc.
El transporte de pasajeros también ha sido un campo muy creativo entre nosotros, desde aquellas guaguas que jocosamente llamamos en su momento “aspirinas” (por su forma y porque pasaban cada cuatro horas) hasta el famoso “camello”, que tantas anécdotas protagonizó entre mediados de los años 90 e inicios del siglo XXI. Los “camellos” cubanos, que no tomaban agua del desierto, pero que sí recordaban su insoportable calor, llegaron a ser no solo una de las principales vías de transporte urbano, también una de las pocas opciones para viajes entre provincias y municipios. Solo que, con ese segundo uso, ya no se les llamaba “camellos”, sino “transporte popular”. Igualmente, entre nosotros al “almendrón” que sirve como taxi se le suele llamar “máquina”, y la guagua que pasa en su último recorrido nocturno es “la confronta”.
Un curioso americanismo muy usado en Cuba es la palabra “rastra”, que denomina a un camión con remolques de carga. Con ese sentido es usado solamente en algunos países de Centroamérica. También llamamos “plancha” a un carro tirado por caballos u otro animal y que sirve para transportar mercancías. Sin embargo, si lo que tira está concebido para transportar personas, le decimos “coche” o “carricoche”. No obstante, también existe una versión ligera de carro de tracción animal muy popular en muchos pueblos de Cuba, a la que curiosamente llamamos “araña”. Incluso, en muchos sitios destacan por sus pintorescas decoraciones y por hacer competencias de velocidad.
Hablando de inventos cubanos, no podemos dejar de mencionar a la popular “chivichana”, un artilugio hecho a base de pequeños trozos de madera y dispositivos de rodamiento que hace las delicias de los niños cubanos en los barrios. Si la yagua de palma reina en los campos de Cuba cuando se trata de lanzarse loma abajo, sin dudas en la ciudad ese señorío es de la chivichana.
También tenemos el curioso caso de la “carriola”, cubanismo con el que hacemos referencia al internacionalmente conocido patinete o patineta.
Sin duda alguna, nuestra variante del español no deja de sorprendernos cuando se trata de aderezar la cotidianidad. En próximas entregas seguiremos explorando esas rutas maravillosas a través de las cuales fluye el habla popular en Cuba.