Hace unas semanas reflexionamos sobre las conexiones entre la Geometría y los usos de la lengua en la cotidianidad cubana. Tirando de ese hilo, llegamos al ámbito de las ciencias exactas, un infinito “universo” del que nuestros hábitos “lengüísticos” se nutren para dar un color especial a la comunicación diaria.
La Astronomía y las Ciencias Ambientales, la Química y la Física, la Matemática y las Ciencias Técnicas nos han dejado referencias que hemos adaptado a las más disímiles circunstancias.
El origen del universo, por ejemplo, fue uno de los primeros territorios que despertó la curiosidad científica en el ser humano. Ese “universo”, como categoría, nos sirve para nombrar también en la vida diaria espacios abstractos o poco definidos: “los problemas de la economía son todo un universo”, “la mente de Fulano es un universo”, y así sucesivamente.
Otro tanto sucede con la noción de “órbita”, que describe el movimiento alrededor de un centro de atracción. “Ponerse en órbita” es, entre nosotros, indicación para prepararse, para moverse, para desplazarse o para insertarse de forma activa en una empresa o tarea. “Desorbitarse” o “ponerse fuera de órbita” son lo contrario: moverse fuera de un plan esperado, de una ruta o comportamiento estables: “Mengano se desorbita cuando ve a Fulana”, “lo vio pasar y se puso fuera de órbita”, “se le desorbitaron los ojos con el chocolate”.
Están también los diferentes cuerpos que el ser humano ha descrito como partes del cosmos: planetas, lunas, estrellas, cometas, satélites. El término “sol”, por ejemplo, suele usarse como sustituto de algo positivo: “mi sol” (como vocativo) o “sol de mis ojos” (mi amor); los planetas Marte y Júpiter como referencias de distancia: “vas a caer en Marte” o “…en Júpiter”; “satélite” es de quien no se sabe muy bien cuándo o cómo va a aparecer; un “cometa” la persona o cosa que va muy rápido.
Mientras, las estrellas pueden tener valor positivo o negativo, según la ocasión. Polo Montañés, por ejemplo, popularizó una frase ya conocida como propuesta romántica (“bajarte un montón de estrellas”), pero también suelen usarse en otros casos, como cuando recibimos un golpe fuerte o deseamos propinárselo a alguien: “va a ver las estrellas”.
Las nociones de tiempo y espacio también han hecho lo suyo, a veces en formulaciones que suelen ser un poco crípticas. Siempre me ha causado mucha gracia escuchar “como pasa el tiempo”, como si fuera necesario advertirle a los demás que, efectivamente, el tiempo nunca deja de transcurrir.
Pero entre nosotros la anterior es una fórmula que remite no al transcurso, sino a la sensación de que el paso del tiempo es tan real como imperceptible. Sobre todo cuando vemos a una persona después de un largo tiempo.
Muy diferente es el llamado a ubicarse “en tiempo y espacio”, que imperativamente nos obliga a atemperarnos a una situación concreta, a disciplinarnos en función de cierta circunstancia.
En otro plano, nos encontramos con frases de carácter más meteorológico o geográfico. Especialmente ilustrativas me resultan nuestros isleños sentidos del “ambiente” y la “atmósfera”. “Ambiente” entre los cubanos alude a un entorno sociocultural reducido y local: el barrio, los vecinos, la zona, la situación: “¿cómo está el ambiente?”, “¡qué clase de ambiente había en esa fiesta!”, “no me gusta que andes en ese ambiente”, “esa es gente de ambiente”.
“Atmósfera”, sin embargo, se relaciona con una circunstancia todavía más concreta y particular, más efímera: “la novia llegó y le formó tremenda atmósfera”, “él siempre anda con una atmósfera distinta”, “deja la atmósfera y háblame claro”. En esos casos, los términos pueden caracterizar el comportamiento de una persona: “ser un ambientoso/a” o “un atmosférico/a”.
En el ámbito de la Química hemos aprovechado hasta el nombre mismo de esa disciplina. Si decimos que “no hay química” entre dos personas, es porque son de personalidades diferentes, porque no se producen convergencias afectivas entre ellas o, llevándolo al campo de la materia, porque son “como el agua y el aceite”.
Y ya que hablamos de los “elementos”, empecemos por la palabra misma. Ser un “elemento”, en Cuba, es destacar por sobre otras personas, generalmente para mal. Nos pueden tildar de “elemento” por graciosos, simpáticos, jaraneros (“Eres un elemento”); pero también por actitudes fuera de las normas sociales o morales (“Esa chiquita es tremendo elemento”, “No te juntes con ese elemento”).
Siguiendo con los elementos químicos que han sido de provecho para la lingüística cubana, tenemos al hierro (que sustituye simbólicamente al pene, a la virilidad, a la entereza, a un arma de fuego, etc.), al alcohol (para asuntos y situaciones “inflamables”: “lo que metió fue alcohol”), a los metales en general (“se le calentaron los metales”), al plomo (“le metió plomo a esa jeva”, “eres un batido de plomo”), al agua (“dale agua al dominó”, “dale agua a ese socio”, “¡Aguaa!”), al formol (“ese se conserva en formol”).
También nos hemos aprovechado de ciertas reacciones químicas: “tremendo explote hubo en la empresa”, “el jefe se sulfató y empezó a dar gritos”; e incluso de los niveles inferiores que componen la materia: “No cuentes con él que es un electrón libre”, “ese carro está atómico”, “se me querían colar y me puse atómico”.
Y habría que mencionar, igualmente, un término que se ha hecho muy popular últimamente como indicador de comportamientos negativos: “la toxicidad”. Así, escuchamos frases como “no soporto esa toxicidad” o “Fulanito es un tóxico” para designar ambiente o persona que no nos hace bien.
Otro territorio muy provechoso para la lengua cubana es el de la Física, ese campo científico que se ocupa de variados fenómenos. Ahí tenemos, por ejemplo, los estados “frío” y “caliente”, con todas sus combinaciones: “eso no me da ni frío ni calor” (no me preocupa), “eres una persona fría” (inconmovible, apática, desinteresada, poco amorosa), “eres caliente” (fogoso/a), “tienes la pata caliente” (caminas mucho), vestir un “calentico” (prenda que cubre poco y muestra mucho), ir “pa´arriba de la caliente” (a solucionar un asunto urgente o al que otros temen), coger “la cosa en caliente” (abordar un asunto mientras está activo o es reciente), no querer “tibieza” (medias tintas, posiciones no definidas), descubrir “el agua tibia” (lo que ya se sabe) o “quemarse con leche fría” (querer hacer notar algo que resulta evidente), se le “calentaron los laguers” (alterarse, perder la compostura o el juicio).
En ese mismo orden tenemos las expresiones relacionadas con la electricidad: “ponerse eléctrico” (alterado, descompuesto), andar con “tremendo voltaje” (de forma llamativa, a la moda), andar o funcionar “con 220” (muy rápido, con energía), o “entrar en corte” (manifestar desacuerdo con algo o alguien).
Las relacionadas con el movimiento: “me metió tremenda velocidad” (increpó, insultó, “metió el pie”), “no te me aceleres” (no te alteres), “ando acelerado” (alterado, descompuesto, borracho, drogado), salió “como un cohete” o “como una bala” (con rapidez), caminar “por inercia” (extremadamente cansado), o “irse de revoluciones” (perder la compostura).
También podríamos sumar frases relacionadas con el sonido (“la tiró en estéreo”), con los campos magnéticos (“esos dos son polos opuestos”) o con el lanzamiento (“no te proyectes”).
La Matemática, por su parte, también nos ha dejado fórmulas deliciosas: “eso no da la cuenta” (no alcanza, no acomoda los cálculos), “me metió tremendo número” (me engañó), “multiplícate por cero” (desaparécete, vete), “despeja x” (márchate), “tú a mí no me calculas” (no tienes idea de lo que puedo hacer), o esa frase que todos aprendemos con las primeras nociones de cálculo y que solemos traer de vuelta en múltiples situaciones de la vida cotidiana, “el orden de los factores no altera el producto”.
Aunque muchos nos invitan constantemente, sobre todo si existe algún asunto turbio de por medio, a “dejar la mecánica”; lo cierto que hay mucha ciencia detrás del dicho popular que afirma lo contrario: “eso no tiene ciencia”.
A veces los asuntos más sencillos son los que esconden las historias más complicadas. Así que la próxima vez que te digan “ni inventes ni experimentes”, puedes responder que si hay algo científicamente comprobado como índice de cubanía es el “invento”. Y todos preguntarán “¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo el invento?”. Pues hasta que desistamos de la técnica. Porque la técnica es la técnica y, sin técnica…