Es usual que en casi todas las lenguas se produzcan procesos de contaminación entre los términos que nombran ámbitos diferentes de la realidad. Es el caso del universo vegetal, con un extendido glosario de frutas y plantas cuyas cualidades, sabores, texturas o simple apariencia, facilita que sean usadas metafóricamente con distintos fines o integradas al habla popular a través de la fraseología.
Muy singular, en el caso del español de América, es la analogía entre “papaya” y el órgano sexual femenino. Algunos textos registran ese contraste entre el uso disfemístico americano y el valor original que se extendió al resto del mundo, el cual perdura hasta hoy. Sumamente interesante resulta el hecho de que, al ser registrada botánicamente, a la fruta se le denominó “Carica papaya”, combinando la raíz griega karike (nombre de una higuera) y el término derivado del maya páapay-ya (zapote jaspeado). Del “carica” parece haber nacido la aún más tabuizada “crica”, a partir de un proceso de paralelismo sinonímico. En el caso de Cuba, se produjeron lógicos procesos de intensificación que aluden al volumen de lo designado (el papayón) o al carácter y temple de quien la posee (una papayúa). No obstante, ser una papayúa puede modificar su significación según el contexto, pues designa tanto a una mujer con especial arrojo, que a una muy obstinada en una empresa o indiferente a razones. Esta última variante ha dado lugar a frases como “me sale de la…” (lo hago porque quiero) o “me lo paso por la…” (hago caso omiso a lo que dices).
Más que el hombre, la mujer ha sido depositaria de múltiples analogías con el orbe frutal. En Matanzas, por ejemplo, se escucha todavía la referencia a una muchacha hermosa como “mamey del primer gajo”. Y aún más extendido hoy es el uso, con idéntico propósito, del apelativo de “mango” o “mangón” (si se trata de calidad superior), aunque al ser denotativo de belleza, funciona para ambos sexos. Ese valor positivo, sin embargo, tiende a perderse en “manganzón”, para hacer referencia a hombre ya crecido y especialmente lento o moroso en el cumplimiento de una tarea. En el caso del mango, nos dejó también una frase que ya se escucha poco: “le zumba el mango”, para expresar una contrariedad.
Otra fruta que ha transitado por diversas modificaciones es la piña, que por su similitud con el disfemismo “pinga” generó graciosas apropiaciones como la de clásica guaracha “A María le gusta la piña pelá”. En su andar por el habla popular, piña nos dejó “piñazo” (golpe fuerte con el puño) y “piñacera” (reyerta colectiva), y si se “arma una piña”, se sabe que es bulto, molote, aglomeración de personas, o componenda entre unos pocos para agenciarse algo (“tienen armada tremenda piñita entre ellos”). De igual forma la guayaba, pasó a significar una mentira, algo increíble, un tupe; o derivó en “guayabito” y, si creemos a una de las teorías de esa historia sin descifrar aun, también en “guayabera”. La historia cubana de la guayabera relata que los campesinos a orillas del Yayabo dieron forma a esta prenda. Su relación con el cultivo de la guayaba pronto hizo que la “yayabera” se transformara en “guayabera”, dado que sus grandes bolsillos eran ideales para recolectar la fruta. No obstante, dominicanos, mexicanos y filipinos se disputan el origen de la prenda, sin saberse aún quién está “metiendo la guayaba”.
Las partes del cuerpo también han recibido el influjo de las frutas. Así, a la cabeza se le puede decir “güiro” (inmortalizado en el juego infantil de “la ruleta en el güiro”) o “coco”, esta última con sus propias derivaciones: perder el coco (volverse loco, perder la razón), descocado (alocado, descontrolado) o descocarse (caerse de cabeza). Güiro también es fiesta, cumbancha, jolgorio… Y el Coco, quien viene a buscar de noche a los niños que no duermen o se portan mal. Antes mencionamos el gajo, que en algunas zonas de Cuba designa al pene, y este se asocia igualmente con la yuca (que si está seca, como reza el son tradicional, se le pone quimbombó para que resbale). Por lo general, todo elemento vegetal alargado y duro, ha servido para sustituir creativamente al órgano sexual masculino, como el “bejuco”, el “tronco” o el “cuje”, este último muy usado en el Occidente como dispositivo para curar las hojas de tabaco, pero con sus propias derivaciones verbales: “cujear” (azuzar a una persona o preparar a alguien para enfrentar una tarea o la vida) y “cujeado” (quien domina un arte o habilidad). Es hoy raro el uso de “melones” para referirse a los senos de la mujer, pero más común su empleo para cantidad significativa de dinero o ganancia que se ha percibido: “tremendo melón te pagaron”.
Muchas son las frases de origen vegetal que atesora el español que hablamos hoy, algunas de ellas muy populares como “estar la caña a tres trozos”, indicativa de una situación difícil. Hablar “cáscara de plátano” es decir cosas sin importancia o que parten de la ignorancia sobre un asunto o tema. “Malanga y el puesto de vianda” es criterio de agrupamiento para quien quiere expresar un punto de vista, razón, o simple sustitución del “todos”: malanga y el puesto de viandas fue a la fiesta. Si se arma una trifulca es un “berenjenal” y si nos han encargado algo imposible o que no se desea hacer, pues “le ronca el tallo”. También quien no desea bañarse, dice que “la cáscara guarda al palo”.
Su histórica relación con la poesía puede ser la razón por la cual el universo de las flores nos ha dejado referencias muy populares para nombres propios: Rosa, Jazmín, Flor, Violeta, Azucena, Dalia, Margarita, Hortensia, Orquídea… También la toponimia de nuestros pueblos se ha apropiado de nombres de frutas y árboles típicos de ciertas regiones: Guásima y Guasimal, Guanábana, Jagüey, Ceiba, Palma, Pinar, Uvero, Tamarindo, Manguito, Aguacate…
Si rico es ese universo de relaciones entre la flora y la lengua que hemos apenas esbozado hoy, mucho más amplio y diverso resulta el que emana de nuestra fauna. Pero esa es historia para otro día.
Excelente artículo! Soy amante de la fraseología. Me gusto mucho!