Habrá quien piense por ahí que los números son solo para las matemáticas. Pero lo cierto es que nos resultan de mucha utilidad para lidiar, en términos lingüísticos, con múltiples aspectos de la vida cotidiana. En Cuba, donde ya sabemos que la lengua acompaña de forma permanente a la creatividad y originalidad culturales, los números se han infiltrado lentamente en expresiones que no solo sirven para medir o cuantificar, sino que contribuyen a añadir matices muy singulares a determinadas situaciones.
Si comenzamos en orden ascendente tenemos algunas expresiones que se aprovechan de la noción abstracta del cero para significar nulidad, carencia, pero también negativa, asunto que no procede, etc. Si se dice, por ejemplo, “estoy en cero”, según la situación comunicativa la expresión puede significar que no tenemos dinero, o gasolina en el auto, o que no hemos comido o que nos hemos quedado sin ideas ante un problema que debe ser solucionado. “Me fui en cero” o “en blanco”, sin embargo, indica que no pudimos cumplir con una tarea o alcanzar un bien material. “Pelarse al cero” es pelarse al rape, ideal para quien no gusta del pelo o quiere dar un toque de glamour a la calvicie; mientras que “colgar un cero” es, en jerga beisbolera, dar cuenta de una entrada sin recibir anotaciones del rival. Con valor de negación o no procedencia, encontramos varias alternativas.
-Regálame un cigarrito.
-¡Cero! (No).
-¿Salió todo bien?
-¡Cero problema! (Ningún problema).
-Te cambio el pantalón por estas sandalias.
-¡Cero negocio! (No hay negocio).
El número uno, por su parte, tiene protagonismo en nuestras célebres colas. “Tengo el uno” o “yo hago el uno” son expresiones muy escuchadas en ese contexto y que adquieren un particular matiz, bien celebratorio, bien de delimitación. Incluso una popular canción usaba esta frase hace unos años con cierto carácter hiperbólico. “oye, que yo sí tengo el uno”. En esa misma línea, el “tener el uno” se nos ha quedado para marcar a quien siempre está dispuesto para una actividad específica: “para el chisme tiene el uno”, “para ir de fiesta siempre tiene el uno”, etc.
A partir del uno, podemos numerar progresivamente en qué medida no nos interesa un asunto o razón: “lo que digas me importa un carajo”, “me importa tres pepinos lo que piense el vecino”. Estas variantes pueden adquirir grados más complejos de formulación según sea el caso.
Una combinación interesante es la que presenta alternativamente al uno y al dos como eufemismos de las necesidades fisiológicas. Quién no ha entrado a un baño público en Cuba y le han preguntado. “¿Vas al uno o al dos?”.
En el caso del número dos, la mayoría de las veces es sustituido por su variante “par”, que usamos en muchas formulaciones con propósitos bien diversos. Por ejemplo, cuando destacamos que alguien posee “un par de cojones” o “un par de ovarios” no estamos llamando la atención sobre un atributo obvio de la biología, sino que pretendemos destacar el valor, la temeridad, la entrega de esa persona. Si un amigo tiene una cita o se le ve de paseo con dos mujeres muy atractivas, decir que iba con dos no es lo suficientemente expresivo. Se dice entonces que iba con “un par de jevas” o con “tremendo par de jevas”.
Idéntico procedimiento usamos cuando coinciden dos personas de renombrada celebridad por cuestiones positivas o negativas: “¡Qué clase de par se juntó!” o simplemente “¡Qué par!”. El par puede ser simple: “le di un par de nalgadas”, “se echó un par de tenis”, etc.; o indeterminado: “le di par de gritos”, “le dije par de cosas”, “pedí par de pizzas”, etc.
Incluso, podemos escuchar expresiones en las que “par” y “dos” se unen para aportar mayor contundencia a la frase: “ustedes lo que son es un par de comemierdas los dos”.
Muy original también es nuestra denominación “el doble” para esa segunda vuelta de comida que muchos esperamos en las becas o en comedores estudiantiles.
Para ningún cubano son ajenas las frases “comprar tres mierdas” (comprar pocas cosas o cosas sin valor) o “donde el diablo dio las tres voces” (lugar remoto, lejano). Si en un sitio hay pocas personas, especialmente si esperábamos que hubiese más, solemos decir despectivamente: “allí solo había cuatro gatos”. Y si alguien usa espejuelos de alta graduación, de esos que llamamos “fondo de botella”, solemos asignarle el mote de “cuatro ojos”.
Hacerle la vida “un ocho” a alguien es causarle penas, preocupaciones, sufrimiento. Coger “un diez” o simplemente “un dié”, es tomar un descanso, hacer una pausa cuando se cumple con una faena exigente. Ir a “unos quince” alude a una fiesta de quinceañera, pero cuando queremos bromear con alguien que es feo se le dice: “tú no tuviste quince”.
A quien molesta demasiado se le pueden “cantar las cuarenta”, y si alguien va muy rápido o también colérico se dice que “va a cien” o “a mil”. Del lenguaje militar incorporamos el código “tírame por 500” para pedir que nos llamen por teléfono.
En el territorio de lo indefinido tenemos expresiones como “dar mil vueltas” o “había un millón de gente”, que no se refieren a una contabilidad exacta, sino hiperbólica.
Mención especial en nuestra peculiar matemática antillana merecen dos ámbitos de amplio arraigo popular: la charada y el dominó; cada uno con su propio sistema de asignaciones. En la charada cada número, del 1 al 100, se relaciona con un elemento, real o ficticio, que teje una graciosa relación entre el azar cotidiano y el llamado juego de “la bolita”. Así, experiencias de la vida diaria como tropezarse con un gato, soñar con un muerto o ver un bando de tiñosas, pueden ser relacionadas con un número específico al que se le puede apostar. Y, al caminar por el barrio, no es extraño escuchar una pregunta que puede asombrar a cualquier científico: “¿Qué número tiraron hoy?”.
Quizás de ahí proviene esa expresión metafórica que tanto usamos en el español de Cuba: “tirar un número”. Si alguien echa mano a un argumento inesperado, se dice: “me tiró tremendo número”. Si alguien se justifica sin sentido: “déjate de números”. Si atestiguamos un suceso asombroso o poco creíble: “¡Qué clase de número!”. Y si al final le creemos a esa hermosa canción de Polito Ibáñez, “todos somos números.”
En el juego del dominó, en su variante cubana del nueve, cada cifra del 0 al 9 puede ser sustituida nominalmente durante el juego: el 0 o blanco, es “Blanquizal de Jaruco”, “Cerapio”; el 1, “unicornio”, “la pulla”, “puntilla”, “lunar de Lola”, “la que inca”, “la uña”; el 2, “el Duque Hernández”, “el dulce”; el 3, “Tribilín”, “Trío Matamoros”, “Tres Patines”, “tristeza me dan tus penas”; el 4, “cuarteles que son escuelas”, “el cuarto de Tula”, “Cuartel Moncada”, “cuatro mil y más murieron”; el 5, “sin comer no hay quien viva”, “monja”, “sin curvas no hay carretera”; el 6, “Sixto”, “Ceiba del Agua”, “se hizo el loco”, “caja de muerto” (doble seis); el 7, “la peste”; el 8, “Ochoa Mendieta” u “Ochoa”, “Octavio”; el 9, “novena de pelota”, “nuevecito de paquete”, “la gorda”, “la que más pesa”, “caja de laguer”, “la puerca” (doble nueve). Incluso, más allá de estas fórmulas sustitutivas, el juego del dominó posee un rico archivo de frases que exploraremos otro día.
Por hoy, vamos cerrando esta ventana matemática sin olvidar que esa ciencia tiene procedimientos que también tendremos que explorar, como sacar cuentas, meter el lápiz o calcular. Ya veremos si “nos da la cuenta” y si nadie nos reprende por “calculadores”.