Cuba tiene una rica historia musical que es fruto de las más variadas confluencias culturales. Alejo Carpentier celebraba en “La cultura de los pueblos que habitan el mar Caribe”, uno de sus clásicos ensayos, esa suerte de hilo sonoro que conecta a las islas de las Antillas con Europa, África, el Medio Oriente y hasta la lejana Asia.
Uno de los rasgos que mayor peculiaridad otorgan a nuestra “música popular” radica en el sostenido diálogo que establece con el habla cotidiana. Se apropia de formas de decir y significar cargadas de picardía y sabiduría acumuladas por siglos. La guaracha, el son, la trova, la salsa, la rumba, la timba y hasta el reguetón o el reparto son géneros imprescindibles para asomarnos a esos valiosos imaginarios que van de la lengua cotidiana a los acordes, y de ahí se filtran nuevamente hacia la comunicación diaria.
La burla hacia situaciones o personajes de las más diversas esferas, la celebración de las tradiciones o nexos sentimentales con pueblos y ciudades, jocosos ritos, apelativos, actitudes y mitos de “lo cubano” son asimilados por nuestra música y puestos a circular en versiones que el imperio del ritmo amplifica.
Que si “Marieta a mí me pidió”, que si “el cuarto de Tula le cogió candela”, que si “no dejes camino por coger la vereda”, que “si tres de azúcar y dos de café”, que si se pinta o no los labios María…
Quien dice que “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí”, quien defiende a “Santa Isabel de las Lajas querida”, quien quiere ir “a Bayamo en coche”, o quien etílicamente encuentra en el terruño solución a la carencia de ciertas bebidas, pues “si no hay cerveza vamo´ a tomar, Guayabita del Pinar”.
Sé que esta historia sería interminable y que todos pueden aportar su gota. Por eso, sólo voy a recordar algunas de las frases que me acompañan desde la niñez, las cuales son también un mapa sentimental, una especie de cartografía de las emociones que se ha ido transformando con los años, pero que ha dejado una huella indeleble en mí.
Entre los recuerdos de mi infancia, allá por los años 80, conservo estribillos que fueron muy pegajosos y que después usé en otros momentos de mi vida. Ahí están el clásico “Bacalao con pan”, de Irakere; pero también éxitos de la Aragón como “Cachita está alborotá” o “toma chocolate, paga lo que debes”.
Es célebre en Pinar del Río el “Suave, suave”, de la Revé; mientras que aquel “rucucurrucurucu, pa’ Santa Clara”, también de Irakere, siempre me remite a las emociones de la Serie Nacional de Béisbol y a la atmósfera que se vivía en los play-offs. Mezclados en la memoria también están el “a la hora que me llamen voy”, el “¿quién ha visto por ahí mi sombrero de yarey?”, el “traigo la última”, el “yo sí tengo el uno” o el “coge tu palo y vete”.
Una nota destacada en esta peculiar dimensión de lo “lengüístico” cubano la merece esa institución de la música isleña que son Los Van Van. Viéndolo en perspectiva, la orquesta es quizá uno de los mejores exponentes —si no el mejor— de esas relaciones armónicas entre la música y el habla popular.
Con más de cinco décadas de existencia, Van Van constituye una referencia invaluable para asomarse al habla cotidiana del cubano, a su humor y a sus giros inesperados. Ahí están, para probarlo, las célebres tonadas “la candela”, “yo no como gallina vieja”, “chirrín chirrán”, “sandunga” y “sandunguera”, “por encima del nivel”, “el buey cansa’o”, o “eso que anda”. También icónicas frases que forman parte indisoluble de nuestras conversaciones diarias son: “Pastorita tiene guararey conmigo”, “súmate a mi actividad, muévete, muévete”, “yo soy normal, natural, pero un poquito acelera’o”, “voy a publicar tu foto en la prensa”, “ven ven ven, pa’ qué tu veas cómo está el tren”, “chapeando con Iré”, “aché pa la Ocha”, “¿qué cosa?, que cosa la costurera”, “el regala’o murió en el 80”, “ay, recaditos no” o el muy popular “que no me toquen la puerta, que el negro está cocinando”.
A esta historia podríamos sumar muchas otras referencias que provienen del rico universo de la música campesina o de la trova. Las nuevas generaciones, por ejemplo, aunque probablemente ya no escuchen tanto Palmas y Cañas, conservan esa herencia a través del clásico de Celina González, que reza: “Yo soy el punto cubano”; aunque hoy la idea de “punto”, como ya vimos en una entrega anterior, tenga otras asociaciones.
La generación de Pablo y Silvio nos dejó clásicos del romance como “la prefiero compartida” o “yo no te pido que me bajes una estrella azul”. Por no mencionar la producción asociada al espíritu revolucionario de los años 60 y 70, tan repetida después en marchas y actos políticos. Emblemático, en ese sentido, es el “será mejor hundirnos en el mar” y “la gloria que se ha vivido”, del propio Pablo Milanés, hoy con usos muy variables según el contexto o situación comunicacional en que nos encontremos.
Otro momento de nuestra historia reciente que marca una intensa relación entre la música y la lengua popular es sin duda la década de los 90, en buena medida por el auge de ese fenómeno que fue la timba cubana. Orquestas como la Charanga Habanera, la Revé, Dan Den, Manolín “El Médico de la Salsa”, Paulito FG, NG La Banda, Adalberto Álvarez y su Son, entre otras, abrieron un camino que llega hasta agrupaciones como Havana D´ Primera, Maykel Blanco y su Salsa Mayor o Manolito Simonet y su Trabuco.
Si existe un elemento distintivo en términos lingüísticos en estas, es precisamente su capacidad para asimilar el “presente” del español de Cuba, con todos sus claroscuros, giros y contextos de formulación.
Una rápida mirada a ese rico universo da fe de los intensos diálogos a los que hacía referencia al inicio: caminos cruzados que van de la cotidianidad a la música y de ahí regresan a la comunicación del día a día del cubano:
“Hay que estar arriba de la bola”
“Qué linda, qué fina, la niña estudia Medicina”
“Somos lo que hay, lo que se vende como pan caliente”
“El que esté que tumbe”
“No lo comentes, eso es pa´ tu consumo”
“Tú que decías que yo, que no podía que no… Yo voy a mí”
“Tú no hables, tú no digas / Camina pa´ alante y sigue pa´ arriba / Pero si te dicen, di; y si te tiran, tira…”
“Coge La Rampa, baja por L, pregunta en el Vedado, Buenavista y Atabey, quién es el rey…”
“Guapo y faja’o”
“Mi salsa tiene sandunga”
“Tremendo chu chu chú”
“¿Y qué tú quieres, mami?”
“Yo te toco y tú me tocas”
“Hay gente que te dice que no creen en na’ y van a consultarse por la madrugá’”
“Échale limón”
“Tú eres una bruja, una bruja sin sentimientos”
“Dale pa´ que te den”
“Dale al que no te dio”
“Lola, Lola, tú estás muy buena pa´ un toque de bola”
“Búscate un temba que te mantenga”
“Un papirriqui con guaniquiqui”
“Pa´ que se entere La Habana, aguamala”
“Tú eres mi estrella, mi estrella”
“En una fiesta de piratas, cualquiera se tapa un ojo”
“Se te secó el picadillo”
“Ella está con su carita de pasaporte”
“Camina por arriba ‘el mambo”
“Porque en La Habana hay una pila ‘e locos”
Como apuntaba, la lista crece hasta el infinito, dando color y ritmo a nuestras conversaciones e intercambios en cualquier espacio.
Y si miramos a géneros muy actuales, como el reguetón o el reparto, nos encontramos con un mapa absolutamente nuevo, que es el de la comunicación de las nuevas generaciones, por lo general más abiertas a transformaciones lingüísticas, menos celosas de normas como la gramaticalidad o la moralidad.
Asociados casi siempre a registros “vulgares” (apelativo que hemos examinado antes con ojo crítico), estos modos y modas de la música no dejan de aportar expresiones que luego se popularizan como fórmulas comunicativas. Piénsese, si no, en el “hasta que se seque el malecón”, de Jacob Forever; el “me voyyy… pa mi casa”, de Cimafunk; el “bajanda”, de Chocolate MC; o en el “dura Magaly”, de Yomil y el Dany.
Sin duda, es un campo al que habrá que prestar atención cuando se intente hacer la historia del español que hablamos los cubanos. Una lengua que no renuncia nunca a su musicalidad, pero tampoco a la sorpresa que se esconde en vivencias, sufrimientos y anécdotas de todo tipo acumuladas durante siglos.
Una canción, un estribillo, e incluso la figura de un músico que recordamos, puede dar pie a formulaciones que nos singularizan. Mi mamá, por ejemplo, suele decirme, cuando no me entero de un chisme, que ando como Tanya, “perdida en el tiempo”. Y con esa imagen me manda a enterarme del asunto.
Y por hoy, “chirrín chirrán… que ya se acabó”.