El siglo XX fue para la nación cubana un momento de cambios trascendentales. Con el nacimiento de la República, Cuba se despojó de sus vestiduras coloniales, insertándose directamente en la Modernidad. La arquitectura fue uno de los campos que más evidenció esta posición: en las primeras tres décadas de la centuria diferentes estilos y tendencias como el Neoclasicismo, el Eclecticismo, el Neohistoricismo, el Art Nouveau y el Art Decó, transformaron la faz de las ciudades cubanas. El arquitecto Eduardo Luis Rodríguez, estudioso de este tema, ha señalado al respecto que no fue hasta el Movimiento Moderno que, en términos formales y funcionales, Cuba alcanzó el mismo nivel de los países desarrollados. Uno de los más enconados debates concernientes a la inserción de este fue la necesidad de no perder los valores propios de las tradiciones constructivas precedentes, surgidas a partir de las condiciones particulares del entorno, el clima y las costumbres propias del país. Ello se evidencia en muchas de las construcciones de la época, con indiscutible fuerza en la vivienda. En el municipio Playa de la capital cubana, hoy pueden apreciarse, cual un enorme museo, los más bellos y variados ejemplos del devenir de la arquitectura moderna de carácter doméstico.
Una de las viviendas que inició el camino en la expresión de los preceptos de una arquitectura moderna con matices locales es la casa de Eutimio Falla Bonet (1939)1. Su arquitecto, Eugenio Batista, le incorporó elementos de la tradición colonial a la construcción, como el desarrollo de la trama alrededor de espacios tales como patios, portales y galerías.
La casa de José Noval Cueto (1949)2, diseñada por la firma Bosch y Romañach y ubicada en el antiguo Country Club, es uno de los ejemplos de la consolidación del Movimiento Moderno por la limpieza de sus volúmenes y la funcionalidad de sus plantas. En el mismo año de su construcción, obtuvo la Medalla de Oro del Colegio Nacional de Arquitectos. La casa posee tres niveles y está elevada sobre pilares, esto último, característica distintiva en muchos ejemplos del estilo internacional, así como el uso del hormigón armado.
La vivienda que Max Borges Recio (1950)3 diseñó para sí mismo, es uno de los mejores ejemplos del racionalismo de la escuela cubana. Caracterizada fundamentalmente por la pureza de las formas geométricas, la flexibilidad de sus espacios y la relación interior-exterior, este inmueble de relativamente pequeñas dimensiones posee una fachada equilibrada y gran ligereza estructural.
Un inmueble que no puede dejar de ser mencionado cuando se habla de la vivienda moderna es la casa de Alfred de Schulthess (1956)4. La planta baja es un gran espacio continuo con estrecha relación con los magníficos jardines y en el segundo nivel se ubican las habitaciones, desde las cuales se puede apreciar la secuencia rítmica de vigas en voladizo. Si bien no fue un proyecto nacional, hoy día se le considera como una joya de la arquitectura cubana por diferentes razones: obtuvo en 1958 la Medalla de Oro del Colegio de Arquitectos, es la única obra de Richard Neutra en el país —realizada de conjunto con los cubanos Raúl Álvarez y Enrique Gutiérrez—, el bello diseño de los jardines fue realizado por el paisajista brasileño Burle Marx y ostenta un impecable estado de conservación. Desde el triunfo de la Revolución ha sido la residencia de los embajadores de la misión diplomática suiza, quienes a lo largo de los años han sabido apreciar y mantener tan valioso patrimonio.
Otra de las casas pertenecientes a la etapa cúspide de la arquitectura moderna cubana es la de Rufino del Valle (1957)5. Su arquitecto, Mario Romañach, fue uno de los más reconocidos en su época, sobre todo por la intención expresa de adaptar el estilo a las condiciones nacionales, y por ser uno de los que más fuertemente abogó por recuperar algunos de los elementos arquitectónicos coloniales. En este ejemplo, se intercala una sucesión de espacios abiertos y cerrados, zonificando los espacios y estableciendo la comunicación por medio de galerías. Todo ello se revierte al exterior por medio de una acentuada volumetría, que se ve reforzada por el uso de celosías, vidrios de colores, rejas y pavimentos adoquinados.
El último ejemplo que mostramos, la casa de Higinio Miguel (1958)6 o Casa del Río, como también se le conoce es posiblemente la mejor obra realizada por la firma constituida por Fernando Salinas y Raúl González Romero, gracias al uso de los diferentes niveles, juegos de puntales y el dimensionamiento de los espacios en dependencia del uso. Lo que comenzó por ser un proyecto en el que su dueño deseaba una casa estilo Renacimiento español, se convirtió en asimilación de la arquitectura moderna, con leves toques tradicionales y una gran vocación plástica. La tamización de la luz por intermedio de filtros y pantallas cromáticas, la expresión de los materiales y la intimidad de los espacios interiores, todo ello habla de una influencia clara de la casa tradicional cubana.
El Movimiento Moderno marcó en Cuba una época, un pensamiento, una forma de ser y de vivir. Fue la carta de presentación de los arquitectos cubanos al mundo. En cada una de estas viviendas y en muchas otras que enriquecen el patrimonio inmueble cubano, ha quedado marcada no solo la impronta de toda una generación de arquitectos, sino la visión de los habitantes de una ciudad cosmopolita y deseosa de insertarse en las vanguardias del momento.