Fotos: Néstor Martí OHC y Alain L. Gutiérrez
El 11 de octubre de 2012, tras una ausencia de más de 200 años, una Tarasca regresó a La Habana. Durante todo un día se mantuvo en vigilia en la Plaza de San Francisco de Asís, y luego, tarde en la noche, fue llevada en carnavalesca procesión hasta la explanada del Castillo de La Punta, a la entrada misma de la bahía, donde fue quemada.
Se trató en suma de un macro espectáculo de Gigantería, compañía de teatro callejero que desde hace 12 años se presenta habitualmente por las plazas del Centro Histórico. Arte popular, forjado en las calles adoquinadas de La Habana Vieja, en contacto con transeúntes que se convierten de espectadores pasivos en actores directos.
Se cuenta que la Tarasca fue un monstruo que vivió en las cercanías de Tarascón, en Francia: arrasaba sembrados y hundía barcos. Antiguos grabados nos muestran una criatura de apariencia espeluznante, mezcla de león y dragón, con lengua viperina, caparazón de tortuga, escamas, patas de oso y cola de escorpión. Según la leyenda, todos le temían a la bestia por sus continuos ataques y por su fiereza, que no pudo ser domada por medio de la fuerza, pero sí por la virtud de Santa Marta.
Para los cristianos, desde la Edad Media la Tarasca se interpretó como un símbolo de vicio y paganismo, y con esta visión se sumó a las fiestas del Corpus Christi, instauradas oficialmente en Europa desde 1264. Con frecuencia aparecían en el comienzo de la procesión, abriendo paso entre los curiosos, como huyendo del sacramento triunfante; y en ocasiones, con el fin de la celebración, se quemaban, dando lugar a un rito popular de purificación.
También en Cuba, basándose en la evidencia de las Actas Capitulares que se conservan en los archivos del Palacio de los Capitanes Generales, ha sido reconocido por algunos historiadores que el títere de la Tarasca alcanzó cierta celebridad en los festejos del Corpus, principalmente entre los siglos XVI y XVII. Con el fin de presentar de un modo más atractivo el mensaje litúrgico y lograr un realce espectacular de sus convocatorias, las procesiones cristianas se fueron transformando en pintorescos carnavales. La Tarasca, a su vez, formaba parte de un cortejo de carromatos, músicos, danzas, enmascarados, títeres y diversas figuras tradicionales, como los Diablitos, los Gigantes y los Cabezudos.
En San Cristóbal de La Habana, el gremio de los taberneros era quien hacía las colectas para restaurar las Tarascas, pero también se exhibieron en varias de nuestras antiguas villas, Santiago de Cuba, Trinidad, Matanzas… En ocasiones, se traían en barco desde España, pero también se construían en Cuba, imitando el esplendor de las Tarascas hispanas.
Ya a finales del XVII, a partir de un conjunto de disposiciones del rey Carlos III, las Tarascas fueron prohibidas en todos los reinos a los que llegaba el poder de la iglesia, alegándose en su contra que eran tan del agrado popular, que su presencia contribuía al enfriamiento de la fe, lo cual era contrario a los intereses que propugnaban las fiestas del Corpus Christi.
Y pasó el tiempo y pasó. Tras una ausencia de al menos dos siglos, Gigantería se propuso que una Tarasca regresara a La Habana. Fue en abril de 2010 cuando se concretó este empeño, convirtiéndola en el eje temático de un espectáculo que transitó por la periferia del Centro Histórico y también por sus calles y plazas principales. El recorrido se realizó durante tres días seguidos, y culminó con la quema del títere en la plazoleta de La Punta, a la entrada de la bahía de La Habana. Con similares características el evento se repitió un año después, en abril de 2011.
Gigantería se inspira en este antiguo rito callejero que fue pasear y quemar la Tarasca, y la conecta con otra antiquísima costumbre: la de exponer públicamente a un chivo expiatorio y sacrificarlo como un acto ritual de purificación. La Tarasca se ofrece a sí misma como responsable de todos los males del mundo, o como aviso de que es posible sacar el mal de nuestras vidas. Por eso termina en la hoguera, donde también podemos quemar cualquiera de los males que nos aquejan.
La quema de la Tarasca es un acto poético y performativo, donde los espectadores son libres de involucrarse de diferentes maneras. Hasta donde hemos podido comprobar, centenares de personas se conectan con los trasfondos místicos y espirituales que durante siglos han vibrado con la Tarasca: por eso su quema está más cercana a un rito que a una representación. No es secreto para nadie que el pueblo cubano posee una poderosa y vasta espiritualidad; y el sincretismo es tal, que muchos transeúntes reverencian al títere, se despojan frente a él, le rezan o escriben en su enorme caparazón todo aquello que quieren quemar en su propia vida. Es un asunto de fe, aquello que comienza donde termina la razón.