Fotos: Amaurys Betancourt
Basta el tercer día de mayo y una caravana con banderas de decenas de países sobre automóviles, coches y bicicletas para saber cuanto ocurre.
“Llegaron las Romerías”, dirá una vecina. Su portal ofrece vista a la Avenida de los Libertadores, vía primera para el desfile de la mañana. Comienza en el monumento al Che Guevara, pasa por el parque Calixto García, punto escogido para el acto de inauguración, y termina en la cima de la Loma de la Cruz, hasta donde la muchedumbre lleva en hombros una réplica gigante del Hacha de Holguín.
El Hacha aborigen es un elemento primitivo de la cultura regional. En los años noventa del pasado siglo, cuando los jóvenes retomaron la tradición, uno de sus asesores era José Manuel Guarch, arqueólogo experimentado que funcionó como eslabón entre dos tiempos.
Quienes al hombro cargan el Hacha para ascender los peldaños, que terminan cerca de la cruz de madera, probablemente no saben esta historia. Sin embargo, la mayoría puede leer en cualquier parte una frase ilustrativa: “Porque no hay hoy sin ayer”. Es lema de las Romerías y también encierra el objetivo de estas festividades: la mezcla del pasado, el presente y el futuro en un solo tiempo.
La vecina puede que también haya divisado esa especie de oruga humana ascendiendo la Loma de la Cruz con el Hacha a cuestas. El alto cerro se logra ver desde casi la totalidad de las viviendas. Y en igual número de hogares se sabe qué son las Romerías de Mayo. Primero, porque el bullicio de los artistas desborda el interior de museos y galerías para plantarse en plena calle. Segundo, porque los vecinos esperan la fecha para salirse de la rutina.
Un día se verá a un grupo de artistas frente al Museo de Ciencias Naturales. Su sede es un edificio de corte neoclásico, con escalinatas y leones de piedra por los cuales les reconoce la comunidad. Dentro hay un manatí disecado, un fósil con miles de años y una excelente colección de caracoles llamados polymitas. Pero, lo más atractivo en las Romerías es siempre lo que sucede en su corredor: bailarines bolivianos, gaiteros gallegos, niños cubanos… Disfrutan bajo el duro resplandor del verano.
Ocurren cosas raras en las Romerías de Mayo. El nombre se ha convertido en símbolo asociado a la creatividad bullente, al intercambio del artista con su público, a la reflexión teórica, a la libertad y a la sorpresa. Corre la semana y se logran los más inesperados acontecimientos personales: historias de amor y desamor, descubrimientos de personajes populares. Mucho asombro.
“Llegué tarde a mi casa porque me entretuve con un grupo de teatro”, dice un amigo. Iba rumbo a su casa después del trabajo y encontró a su paso un espectáculo callejero. Hablaba sobre tortugas que se quejaban de la contaminación. Era una historia para niños, pero la siguió hasta el final, aun cuando cerca unos colombianos imitaban una escena medieval.
De los momentos de las Romerías ninguno es tan delirante como la noche de clausura. Las áreas cercanas a los edificios más altos de la ciudad se colman de curiosos. Familias completas acuden hasta allí, se levantan tarimas y quioscos para la gastronomía. Se mezclan en la muchedumbre el investigador, el estudiante, el Premio Nacional de Historia, los pintores de graffiti. Actúan los músicos. Se canta en lenguas diversas y la gente baila luego de aplaudir los fuegos que iluminan la noche. Bailando llega la madrugada. Sin lluvia y con un cielo estrellado como sombrilla.