Existe un Camagüey contado en libros, lleno de historia. Otro que aparece a todo color, demasiado color, en guías turísticas y carteles, empaquetado en ómnibus turísticos de tránsito.
Pero también hay otro, o muchos otros, más reales, a veces tiernos, a ratos dolorosos. Para descubrirlos se requiere caminar, perderse en el entramado de la ciudad, fisgonear a través de una ventana abierta.