Donde los pollos y las sonrisas se pasean crudos

Después de la ciudad, de sus calles, sus ruidos, su rutina -tantas veces mutiladora- se extiende otra vez Cuba. Dos decibeles más tranquila, como tres verdes más montuna. Una porción indispensable de la nación que comparte sus males, sus aciertos y sus sueños. Ya sé que no es sensato automedicarse. Pero cuando la ciudad se espesa, y la ombliguitis urbana me satura, siempre me receto el monte. Esa Cuba donde el sol es más temprano y más veces. En cada hoja de árbol, ala de sombrero o metal de machete madrugado. Hay en esa fuga, de la ciudad eléctrica al aislamiento de la noche rural, un acto de reconstrucción. Lo ratifico, a pesar de Max Jacob, Lucas y Cortázar: me gusta el monte, “ese lugar donde los pollos -y las sonrisas- se pasean crudos”*

Frase tomada de “Lucas, sus meditaciones ecológicas”, relato de Un tal Lucas (1979), de Julio Cortázar.

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