El centro histórico de La Habana es célebre por muchas razones. Por sus palacios y castillos coloniales; por sus pintorescas plazas y sus monumentales iglesias, como la imponente Catedral, argumentos irrefutables para que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La Habana Vieja es conocida también en todo el mundo por bares y restaurantes como El Floridita y La Bodeguita del Medio. Y es igualmente afamada por hoteles como el Ambos Mundos y el Inglaterra, y por espacios públicos como el Parque Central y el Paseo del Prado.
En este recuento no puede olvidarse su gente, gentil y luchadora, nacida en la capital cubana o llegada de otras partes de la isla. Como tampoco pueden pasarse por alto sus grandes contrastes, sociales y arquitectónicos, con sitios y edificios hermosos y restaurados, y otros en decadencia o totalmente en ruinas, a la espera de mejor suerte.
Pero, si de lugares célebres hablamos, también debemos mencionar sus calles. A varias de ellas, grandes y pequeñas, céntricas u ocultas, nos hemos acercado en trabajos anteriores. A arterias turísticas, como Obispo, y a otras no tanto, como Bernaza.
Ahora, queremos proponerle una mirada a otras calles, más o menos conocidas, del centro histórico habanero. Calles pequeñas, que fueron creciendo y cambiando su fisonomía con el paso del tiempo, o que se han mantenido sin grandes cambios, ajenas al trasiego habitual de las grandes vías.
También a callejones de antaño, algunos más vistosos y retocados, con sus mesas y sombrillas, como el de Espada, y otros más humildes en corto andar citadino, como el de Bayona.
A estas calles nos acerca con su lente Otmaro Rodríguez, en su afán de retratar La Habana de hoy, con sus colores y claroscuros, sus contrastes y avatares cotidianos.
Estampas del presente de una ciudad profunda que es mucho más que la visión edulcorada de las postales turísticas, empeñada en seguir adelante sin olvidar lo que alguna vez fue.