El transporte, o más bien su ausencia, es una de las odiseas cotidianas de los cubanos. No es reciente ni desconocido para quienes habitan, por ejemplo, La Habana; pero en tiempos de crisis como los que vive la isla, el desafío se multiplica.
Moverse de un lugar a otro de la capital, sea por trabajo o por ocio, por necesidad o placer, demanda tiempo, dinero, esfuerzo y no pocas veces creatividad.
Las ruedas, los vehículos de cualquier tipo, se convierten en tablas de salvación, en objetos del deseo. Y también en agujero constante en el bolsillo.
Por eso, para quien no es botero, o chofer de su propio auto, las opciones pueden comprimirse —o exprimirse—, y el tiempo dilatarse tendiendo al infinito cuando de ir de aquí a allá, o de allá a acullá, se trata.
Muchos caminan, otros desempolvan las bicicletas en una ciudad sin ciclovías, o “invierten” en motos o ciclos eléctricos, o se resigan al harakiri de un almendrón o a la espera interminable en una parada.
Algunos arman sus propios carromatos o carretillas y mueven por sí mismos lo humano y lo divino. Otros le regatean una y otra vez a camioneros y taxistas, intentando que el golpe a la billetera sea más soportable.
Por estos días, unos y otros han cruzado los dedos y han mirado al cielo por el anunciado aumento de los precios del combustible y del transporte de pasajeros. O sería mejor decir aumentos adicionales, porque desde los anuncios oficiales, todo ha ido aún más hacia arriba. En los medios particulares y en el mercado negro.
Finalmente, los aumentos oficiales no han entrado en vigor, por un “incidente de ciberseguridad”, según lo informado por el Gobierno.
Los precios que ya subieron, sin embargo, no parecen dispuestos a dar marcha atrás. E, incluso, podrían aún continuar su temido ascenso.
Mientras, los habaneros siguen intentando moverse día tras día —sobre ruedas o a pie—, y también mirando al cielo y hurgando en sus bolsillos: su odisea cotidiana.