Ver la iluminación del árbol de Navidad fue el pretexto para, junto a unos buenos amigos, viajar hasta la cercana ciudad de Belén, en Cisjordania ocupada. El lugar donde, según cuentan, nació hace casi 2021 años un tal Jesús de Nazaret.
Debo confesar que a mí la Navidad, el espíritu navideño, los Reyes Magos o su versión anglosajona panzona y barbuda, me importan tres pepinos. Me formé en una Cuba en la que nos faltaba poco para celebrar el nacimiento de Karl Marx y en la que al pobre Jesús lo festejaban unos pocos, en casa y en voz baja.
Pero las ganas de conocer y aprender siempre están. Soy un “patas calientes”, así que allá me fui, como siempre con mi infaltable cargamento de cámaras y lentes.
Belén, en el centro de Cisjordania, es una pequeña ciudad administrada por la Autoridad Nacional Palestina, de unos 30.000 habitantes, divididos fundamentalmente entre musulmanes y cristianos ortodoxos. Eso sí, de una religión u otra, casi todos en Belén viven del turismo, especialmente en Navidad, cuando la ciudad solía abarrotarse de peregrinos y visitantes que venían a montones a conocer la tierra natal del Mesías. Esos eran los días de gloria para el comercio local. Sobra decir que, en tiempos de pandemia, la cosa no pinta bien para esta pobre gente.
Construida de piedra caliza, como casi todos los edificios de Palestina, la ciudad ofrece al visitante una monotonía cromática, un todo ocre, que tiene su encanto y que actualmente luce en todo su esplendor después de una reciente y cuidadosa reparación.
El “plato fuerte” de la visita a Belén es ver la Basílica de la Natividad, también restaurada recientemente, algo que se agradece, pues llevaba casi 500 años sin que le pasaran la mano. En este edificio del siglo IV, considerado uno de los templos cristianos más antiguos del mundo, profesan su fe cristianos ortodoxos, armenios y católicos, también ortodoxos sirios y coptos.
En una pequeña cripta, bajo el altar de la Basílica de la Natividad, decenas de personas veneran cada día el humilde lugar donde nació y fue venerado por los Tres Reyes Magos el hijo de Dios hecho hombre. Los peregrinos encienden velas, se arrodillan hasta tocar el suelo con la frente, lo besan, rezan y por supuesto se hacen selfies en esta gruta que nada tiene que ver con la imagen del “nacimiento” que tenemos instalada en nuestras cabezas.
No soy cristiano y suelo ser muy escéptico, pero ahí abajo se respiraba un misticismo sobrecogedor. Una energía especial, contagiosa, que logró vencer mi escepticismo e hizo que, muy a mi manera, le hiciera alguna petición a nuestro Señor, mientras de arriba llegaban, atemperados por la roca caliza, los cánticos de una misa ortodoxa.
Fuera de la Basílica la vida bulle. La gente es amable y alegre en Belén. En la zona comercial los vendedores parecen encantadores de serpientes y muy eficientes, por cierto, de esos que insisten sin llegar a ser pesados y que al final logran siempre venderte algo. Y la artesanía palestina es muy linda y eso corre a su favor.
Estuve unas 30 horas en Belén. A pesar de tenerlo a pocos metros no vi el encendido del árbol, ni me acerqué luego a hacerle fotos. Me abrumó la cantidad de personas que abarrotaban la plaza para ver el momento cero, me aburrió lo eterno del acto que, con sus bailes, canciones y extensos discursos, me parecía la versión árabe y cristiana de una de nuestras inacabables “tribunas abiertas”.
Me perdí algunas fotos, por pura pereza, pero no lo lamento. Me fui con la certeza de haber estado en un lugar histórico, de haber palpado el misticismo y la energía que allí imperan. Me marché sintiéndome un privilegiado. Y me fui también con la sorpresa y el regocijo de haber descubierto, en un restaurante, bebiendo cerveza Taybeh (made in Palestine) y atracándome de falafel y hummus, un viejo radio hecho en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que me llevó de vuelta a mi infancia sin Navidad, Reyes, ni Jesús.
Generalmente soy amante de de los articulos que se publican en esta revista. Este articulo sobre la visita a Belen me deja en un estado psicologico dificil de describir. La ironía y el sarcasmo que expresa el autor es la esencia de lo que siento . No soy catolico pero siempre soy muy respetuoso y cordial con los origenes y festividades de la religión catolica. Visitar el lugar donde nació Jesus es visitar un sitio religioso y no histórico y en la religión prima la Fe por sobre la razón. Me doy cuenta que lo más importante que le pasó al autor del articulo en su viaje fue ver el viejo radio que todos conocemos.
Es demasiado despectivo e irreverente. Mejor la fotografía sin texto, para que no lo estropee, en eso de escribir no eres bueno. Hay que ser ante todo respetuoso