Las calles estaban llenas a pesar de la fría llovizna y de que los termómetros se aproximaban a cero grados. Pero la gente estaba feliz, eufórica, risueña, entregada al disfrute de la temporada navideña. Turistas y locales recorrían, alcoholes y comida en mano, el recién inaugurado Mercadillo Navideño de Budapest.
Algo había visto por ahí, pero el de Budapest era mi primer “mercadillo de Navidad” en toda regla. Decenas de casetas de madera llenaban una plaza en el centro de la ciudad, junto a la Catedral de San Esteban; muy iluminadas, coloridas y decoradas con motivos navideños.
Productos estrella del mercado de Budapest son el vino caliente; el ponche de frutas, también caliente y sin alcohol; y el chocolate hirviendo. Bebidas infalibles para calentar el cuerpo y el alma en estas fechas. El típico goulash húngaro, salchichas de mil formas y sabores, pollo paprika, langos y otras delicatessen completan la oferta. Tampoco faltan nunca las castañas asadas.
Además de la gastronomía, los mercadillos ofrecen todo tipo de productos para la ocasión, como guirnaldas, luces de colores, muñecos de Santa Claus de todas las tallas y pesos, bolas de colores y adornos para los árboles. Por supuesto, juguetes también.
Otra oferta abundante es la ropa de estación: bufandas, gorros, guantes y suéters; acompañados de accesorios. Bisutería, bolsos y carteras. No hay grandes marcas. Todo es de producción local y muchas veces 100 % artesanal. En algunos “timbiriches” los vendedores elaboran la mercancía frente a los clientes.
Dicen que la Navidad es la mejor época del año. No lo sé; no tengo, como muchos de mis compatriotas, apego alguno a una tradición inexistente durante muchos años en nuestra isla. Mi abuela sí, nostálgica de otros tiempos, siempre me hablaba de la Navidad, de las golosinas y las luces, de los anuncios lumínicos de la calle Galiano.
Los mercadillos navideños surgieron en Europa, en la Edad Media. En el lejano siglo XIII, en Viena, los montaban en diciembre durante un par de días para que los campesinos se aprovisionaran antes de que el invierno pegara fuerte. Las ciudades alemanas de Dresde y Bautzen se disputan el honor de haber celebrado entonces el primer mercado navideño tal como lo conocemos hoy. Poco a poco estos comercios temporales fueron ampliando la oferta y se transformaron en jolgorios asociados a la fecha más importante de la cristiandad: el nacimiento de Jesús.
Hace un par de días supe que encendieron un árbol de Navidad en La Habana, en la calle Galiano. Supongo que a mi abuela le habría gustado ver de regreso al menos una pequeña parte de la tradición que tanto extrañaba. Ojalá la Navidad regrese a nuestra isla. A muchos les hará ilusión. Será una Navidad calurosa en la que resultará imposible bajar un vino caliente; pero podremos celebrarla a la cubana, con ron y cerveza fría.