La cola era tan larga que me hizo evocar la época en que en Cuba sacaban algo por la libre y barato. Pero aquí, en lugar de compatriotas con jabitas, lo que había era turistas deseosos de conocer las Cuevas del Drach, en Mallorca.
Deben su nombre al hecho de que en su interior, cuenta la leyenda, vivió hace muchísimos años un dragón —drach en lengua mallorquina.
Las Cuevas del Drach se ubican en la costa este de la isla. Eran ya conocidas en la Edad Media (cuando se empezó a hablar del dragón), pero no es hasta el siglo XIX que se exploran a fondo y el topógrafo alemán M. F. Will traza el primer plano detallado del sistema cavernario.
En el siglo XX, entre 1922 y 1935, se crean las condiciones —fundamentalmente pasarelas, barandas e instalación eléctrica— para que las cuevas sean visitadas por el público.
Son cuatro cavernas las que conforman las Cuevas del Drach: la cueva Negra, la cueva Blanca, la de Luis Salvador y la de los Franceses, todas conectadas entre sí y a las que el público accede a través de un estrecho camino de cemento. El recorrido por el interior es de unos 1200 metros, a una profundidad máxima de 25 metros.
Este sistema surge entre rocas carbonatadas de más de 6 millones de años, formadas, según el folleto promocional, en el Miocénico superior.
Durante el recorrido se observan impresionantes formaciones rocosas, caprichosas estalagmitas y estalactitas, surgidas todas del gotear del agua a través de las porosas rocas que conforman la isla de Mallorca. También lagos con un agua cristalina y de una transparencia asombrosa.
Como atracción turística las Cuevas del Drach son altamente rentables. Por puro espíritu empresarial de cubano de estos tiempos mipímicos, me puse a sacar cuentas (número de visitantes x precio de entrada x cantidad de recorridos al día, etc.), solo para concluir que las grutas, aun sin dragón, reportan cada año un buen melón.
Supongo que buena parte del dinero se emplea en las propias cuevas, pues disponen de lo necesario para que la visita sea agradable y segura. Todo está muy organizado, limpio, con normas estrictas que ayudan a preservar el entorno y a conservar la belleza de estas grutas.
Casi al final del recorrido, al llegar al lago Martel, hay una explanada con bancos desde la que se disfruta un concierto de música clásica —instrumentos de cuerda y hasta un piano a bordo— tocada desde un bote. Se apagan las luces y está prohibido hacer fotos o vídeos. El silencio es casi total, solo roto por la música que resuena con una acústica formidable, única. Lástima que solo dure 10 minutos.
Después, para finalizar el recorrido, se puede ir hasta la salida de las Cuevas del Drach en bote, navegando por las frías aguas del lago Martel o caminando por una pasarela. La opción náutica es la más popular, con lo cual se termina el recorrido como empezó: haciendo una buena cola.