El Domo dorado de Jerusalén

El Domo de la Roca es el rostro de la ciudad, su mayor ícono.

El Domo Dorado, Jerusalén. Foto: Alejandro Ernesto.

Su cúpula dorada refleja intensamente los rayos del sol, es visible desde muchos puntos de la ciudad y aparece en miles de fotos y pinturas desde hace muchos años, incluso en un muy viejo póster turístico que evidencia la soberanía palestina sobre este lugar tan disputado. Es sin duda alguna el edificio más emblemático de Jerusalén. El Domo de la Roca es el rostro de la ciudad, su mayor ícono. Es la edificación que más aparece si uno busca en Google imágenes de la “Ciudad Santa”. Creo que sin el Domo, la ciudad perdería mucho de su encanto.

Ubicado en la Explanada de las Mezquitas, en un punto elevado dentro de la Ciudad Vieja, el Domo fue construido por el califa Abd al-Malik entre los años 687 y 691 DC, con el fin de proteger la piedra sagrada desde la cual los musulmanes, que llaman a este lugar Haram al Sharif, creen que el profeta Mahoma subió a los cielos al encuentro de Dios. Aunque los judíos y cristianos, para quien también la roca es sagrada, creen que fue el lugar en el que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac por orden de Yahveh, el Dios de los judíos. Además, para los hebreos es también el lugar donde estuvieron enclavados los templos de Salomón y Herodes.

Por su forma octogonal, el Domo no es una mezquita en toda regla, pero lo parece. Es uno de los lugares de culto musulmán más antiguos que se conserva intacto y en funcionamiento, con una arquitectura de influencia bizantina. Su fachada está cubierta de mármol, mosaicos y placas de metal, con inscripciones religiosas escritas en árabe y coronada por una enorme cúpula de oro, que alcanza una altura de 35 metros.

A la explanada y al Domo de la Roca solo se puede acceder en las mañanas, pasando varios controles de la policía israelí, que incluyen detectores de metales, revisión de pasaportes y algunas preguntas. Después se camina por una pasarela de madera que bordea el Muro de las Lamentaciones y finalmente, tras otro puesto de militares israelíes fuertemente armados, se pueden apreciar dos enormes explanadas llenas de árboles en las que señorean el Domo dorado y la mezquita de al-Aqsa más antigua y de cúpula plomiza.

Si bien los accesos a este recinto religioso árabe están controlados por la policía y el ejército de Israel, en su interior son militares jordanos, visiblemente desarmados y con un aire totalmente distendido, los encargados de la seguridad del lugar. La presencia jordana custodiando este lugar santo para árabes, hebreos y cristianos forma parte del llamado “status quo”, establecido después de la guerra de los Seis Días en 1967, cuando Israel ocupó militarmente la parte este de Jerusalén.

La Explanada de las Mezquitas es el tercer lugar más sagrado para el mundo islámico después de La Meca y Medina. Todos podemos visitarla, pero tenemos que conformarnos con sus jardines y plazoletas; al interior de la mezquita del al-Aqsa y del Domo de la Roca solo pueden entrar los musulmanes. El “resto de los mortales” debemos conformarnos con pasear por el exterior y no a todas horas, pues el acceso a turistas está prohibido en los horarios de oración.

Un detalle curioso es que los judíos pueden visitar la explanada y los exteriores del Domo, pero no pueden rezar, ni permanecer en el lugar cuando comienzan a llegar los árabes. Aunque, cada vez son más los descendientes de Abraham que, pasando por simples turistas, se dedican a orar disimuladamente en los alrededores del sacro lugar, bien bajo los árboles o en bancos un poco alejados del Domo, algo que, evidentemente, molesta a la población árabe y ha generado ya diversos conflictos, que seguramente se repetirán en el futuro.

Las veces que he visitado el Domo de la Roca, desgraciadamente sin poder entrar, me he quedado un poco más de lo aconsejable y he visto cómo cobra vida la explanada, cómo los musulmanes llegan a conversar o tomar el té bajos los árboles, cómo los estudiantes atraviesan el lugar bromeando de camino a sus escuelas, cómo acuden las madres con sus montones de hijos que corretean y juegan en este lugar a mis ojos tan apacible, pero que posiblemente sea el pedazo de tierra más disputado del mundo a lo largo del tiempo.

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