Finalmente en la añeja Petra

Cuando pensaba en esta ciudad me venía a la cabeza la imagen de Harrison Ford y Sean Connery cabalgando junto a la imponente fachada de piedra de El Tesoro, en el filme “Indiana Jones y la última cruzada”.

El Tesoro de Petra: La fachada tiene dos niveles; el inferior, de 12 m de altura, está decorado con seis columnas que soportan un frontón, y a los lados hay relieves escultóricos mal conservados que guardan la entrada; se cree que representan Cástor y Pólux, hijos de Zeus. Tras la puerta hay una sala vacía de unos doce metros cuadrados y una especie de hueco en el suelo para los rituales en honor de los dioses locales, Allat, Al Uzza Y Dushara. En el segundo nivel hay representadas tres falsas glorietas con seis columnas frontales.

Petra es de esos lugares que siempre quise visitar. No recuerdo desde cuando soy consciente de su existencia, la imagen más recurrente al pensar en ella era la de Harrison Ford y Sean Connery cabalgando junto a la imponente fachada de piedra de El Tesoro, en el filme “Indiana Jones y la última cruzada” que incendió mis ganas de visitarla algún día. Y aquí estoy, finalmente, después de muchos años de espera.

Vista de El Tesoro de Petra a la derecha de la foto.

El viaje hasta Petra en sí ya fue una aventura. Las carreteras jordanas son un desastre: estrechas y maltrechas, con enormes baches, curvas cerradas y empinadas pendientes, tan jodidas están que me hicieron sentir como en las de mi querida islita. Pero los choferes árabes nos superan, son otra cosa, a su estilo de conducir yo le llamo “modo habibi”, o sea, sálvese quien pueda, aplican todo el tiempo aquello de que voy a pasar porque quiero —aunque no haya espacio— y eso incluye a ómnibus y enormes camiones que, cuando menos lo esperas, se atraviesan en tu camino a pocos centímetros de tu auto. Son verdaderos kamikazes terrestres.

Por si fuera poco, a mitad de camino fallaron los frenos de nuestro auto y tuve que manejar más de una hora con el nivel de estrés al 300 %, aferrado al freno de mano, con una esposa que no podía abrir más los ojos del susto y unos tíos en modo mute, casi al borde del infarto. La cosa, por suerte, no pasó del susto, quedó como una aventura más para contar a los amigos; y llegamos, estresados, pero enteros, a la anhelada Petra.

Petra es un lugar increíble y no solo por El Tesoro, el más famoso e icónico de sus pórticos tallados en la roca, sino por el entorno natural, el colorido ocre de sus montañas y por las decenas de edificaciones que conforman el lugar, no todas bien conservadas desgraciadamente, pero de tal magnificencia que en 1985 la Unesco sumó Petra a su lista de sitios Patrimonio de la Humanidad. Y para más honores en 2007 las ruinas de la añeja ciudad fueron elegidas como una de las siete maravillas del mundo moderno.

La ciudad de Petra fue fundada con un nombre ya olvidado en el siglo VIII a.C. por unos señores llamados Edonitas —que no había oído mentar en mi vida— y luego invadida por los Nabateos  —estos ya me suenan— que fueron quienes la hicieron florecer gracias a su ubicación geográfica. Petra, el nombre actual le viene del griego y significa piedra, está ubicada en la ruta de las caravanas que trapicheaban incienso, especias, seda, marfil y otras delicatessen entre Arabia, Egipto y Siria hacia el sur del Mediterráneo.

Ya para el siglo VI d.C. Petra había sido abandonada. Los principales motivos: el decaimiento de la actividad económica producto de la apertura de nuevas rutas comerciales y la actividad sísmica del lugar. La imponente y pétrea Petra quedó en el olvido hasta que fue redescubierta en 1812 por un explorador suizo.

Ahora Petra ha resurgido, está de moda. Y cada día la visitan una avalancha de influencers, o de aspirantes a serlo, en busca de una foto única, irrepetible y perfecta con El Tesoro de fondo. Muchos de ellos madrugan para llegar antes que las hordas de turistas y caminan por las polvorientas calzadas vestidos en ropas de gala, y a veces hasta en tacones, para lograr la foto que los hará ganar más seguidores en las redes. Vi todo tipo de poses, desde sensuales y tiernas con El Tesoro como telón de fondo, hasta las de en plan aventureros, fuertes y rudos, sobre un camello que sostiene un poco alejado —no sea que salga en la foto— un displicente beduino.

Tres veces a la semana se organiza una especie de velada cultural beduina (los cubanos entenderán) y se ilumina la explanada junto a El Tesoro con cientos de velas metidas en bolsas de papel mientras se proyectan luces de colores sobre el pórtico. Algo bastante kitsch, pero lindo y muy provechoso para las fotos de influencers y turistas. Un beduino toca magistralmente la flauta y luego otro entona unos cánticos que garantizan una noche de buen sueño al visitante, tan efectivos y aburridos, que muchos, yo entre ellos, se quedan dormidos en sus sillas.

Detalle de El Tesoro.

En menos de 48 horas visitamos Petra tres veces. Caminamos por el estrecho cañón y todas nos sorprendimos al ver aparecer el Tesoro entre las rocosas y coloridas paredes. Pero no me alcanzó. No hice todas las fotos que hubiera querido. A Petra tengo que volver, pero en plan 100% fotográfico. A retratarla en serio. No tengo idea de cuando será, pero tengo muy claro con quién me gustaría hacerlo.

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