Binondo, el Chinatown de Manila, en Filipinas, es el más antiguo del mundo y posiblemente también el más sucio. Lo visité hace unos días para tomar fotos de las festividades por el Nuevo Año Lunar Chino. Miles de personas llenaban sus malolientes calles atraídos por los dragones y comparsas de ladyboys tragafuegos.
Todavía el coronavirus no había llegado a Filipinas. La cosa era allá, en China, y era “un virus de chinos”. La gente, filipinos, turistas y descendientes de chinos afincados aquí hace siglos, disfrutaban de la fiesta a rostro descubierto, sin máscaras y sin preocupaciones.
Unos pocos días después todo ha cambiado. Han sido detectados tres casos de coronavirus en Manila; todos turistas chinos. Uno de ellos falleció el pasado sábado en el hospital San Lázaro. Fue la primera víctima de la epidemia fuera de China. Un centenar de personas sospechosas de haber enfermado permanecen en cuarentena en todo el archipiélago.
La paranoia se ha desatado entre los filipinos. Las máscaras han desaparecido de las farmacias y en los pocos lugares donde las hay se forman grandes colas para comprarlas. Por supuesto, hay acaparadores y revendedores que disparan los precios. A pesar de mi miedo al coronavirus, agravado por no tener una buena máscara, saber de escasez, colas y revendedores me hace sentir como en casa.
En Manila viven más de 13 millones de personas, muchas en condiciones de miseria total, absoluta. Los más pobres ni siquiera puede pensar en comprar una máscara para protegerse, posiblemente muchos de ellos ni sepan del coronavirus.
Cada día veo más personas con el rostro cubierto, a toda hora y en todos lados, sobre todo en las zonas donde conviven filipinos y chinos.
El virus de Wuhan ha reavivado viejos rencores de los locales hacia los chinos. Por las redes circulas chistes xenófobos y fake news, la gente suele usar más sus mascarillas al tener un chino cerca y ni locos se suben a un ascensor con un chino.
Aquí se hace realidad el chiste que circula por estos días en Internet, ese que dice que “asusta más un chino tosiendo, que un árabe con una mochila”. Chiste racista, doblemente racista, es cierto, convertido en triste realidad en estos días.
Ayer recorrí varios barrios de la ciudad y terminé caminando por Binondo, a pesar de que en ese barrio no viven chinos recién llegados, ni es visitado por los turistas de ese país, fue el lugar en el que vi más personas enmascaradas, protegiéndose del posible contagio de unos chinos que, en su inmensa mayoría, jamás han estado en China y mucho menos en Wuhan.
Por las dudas, o porque ya me estoy afilipinando, no me quité mi máscara en toda la jornada.