“Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo”
Mario Benedetti
Dos jóvenes se besan en la calle San Lázaro temprano en la mañana. Los retrato, me ven, se ríen y siguen en lo suyo. Yo sigo en lo mío, contento, al ver que el amor siempre está ahí. Ellos no lo saben, pero su beso ha sido muy importante para mí.
Llevo menos de dos días en La Habana y ya he caminado más de 20 kilómetros en busca de imágenes. Andar La Habana —diría San Eusebio—, siempre ha sido una de mis pasiones. Zambullirme con mi cámara en la ciudad, esnifar el aroma a salitre, empaparme de sol, es algo que disfruto con todos mis sentidos. Retratar la constante gozadera de mis compatriotas es el placer máximo.
Pero hoy noto La Habana diferente. La siento mustia, triste, apagada. Le falta vida a esta ciudad mía. Hay muchos lugares cerrados, poca gente en las calles, menos guaguas. Se ven hasta menos almendrones. Por más que miro no veo gozadera, ni choteo por ningún lado. Y lo extraño, lo necesito para conectarme a esta ciudad.
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En este reencuentro después de dos años de ausencia recorro caminos que conozco de memoria, calles que he caminado mil veces y con las que he soñado en ciudades distantes. Muchas cosas siguen igual, están los mismos carteles, las consignas de siempre, la iconografía que hemos visto desde la cuna. Pero La Habana siempre tiene sorpresas para quien sabe mirar y así, mirando y mirando, me encuentro con sendas banderas de la URSS y China pintadas en las ventanas de un edificio, grafitis, o un señor barriendo el malecón bajo las olas. Y aprieto el obturador.
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Camino mirando a los ojos de mis compatriotas, con tanta mascarilla es el único modo de intentar reconocer a un amigo, un conocido. Pero no doy con nadie y los desconocidos con los que me cruzo apenas reparan en mí mientras los retrato, van a lo suyo, ensimismados, supongo que pensado en resolver sus problemas inmediatos y a la vez eternos. Según me comentaba ayer un amigo en estos tiempos pendémicos la gente solo está saliendo lo necesario, a hacer las colas para resolver el condumio de cada día.
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En tantos kilómetros solo me habla un taxista que me ofrece sus servicios en un inglés peor que el mío, cuando le digo “no asere, gracias” me ofrece, con mucha discreción, viagra barato. Me jode pasar por turista o —para colmo— por hombre mayor necesitado de ayuda para ser feliz, no está siendo fácil mi ansiada reconexión con La Habana.
“Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo”… es un mantra que repito mentalmente mientras camino las calles de La Habana, mi Habana. Esta ciudad a la que siempre vuelvo, a la que siempre volveré a pesar de todo. A pesar de que está vez siento que me recibe como distante y fría. Esta ciudad que también carga con buena parte de mis peores y mejores historias.
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Entre la pandemia, el engaño descubierto, los conciertos de mentiras, la doble moral enquistada, la miseria renombrada, la escasez de la esperanza, los nuevos tiempos exiliados, el imperio de lo absurdo, la opresión encumbrada y el éxodo del futuro, queda muy poco que reflejar en el lente de una cámara.
Nada hermano la tierra donde nací con tanta felicidad que nos dio xke prefiero no hablar de lo malo. Por lastimoso que sea ahora estamos más grises y tristes que nunca. Estoy lejos de casa pero me sumerjo en mis recuerdos especialmente de mi infancia donde mi familia estaba completa y no como se fue rompiendo por la inmigración. Parece que no estamos destinados a ser felices. Que hemos hecho para ser maldecido. Prefiero ver a Elpidio Valdes y los Van Van. Cdo me ofrecen whisky le digo que ron y cubano.