Como una batalla campal que dura un día entero, en la que todos disparan contra todos, se puede describir el festival Wattah Wattah, que cada año se celebra en la ciudad de San Juan, en Metro Manila. Allí, a pesar del “fuego cruzado”, no hay muertos ni heridos, pues los filipinos que combaten disparan solo con agua.
Da lo mismo un carro de bomberos que una pistola de agua, una manguera, un cubo o un “tabo” (especie de jarra plástica con mango, que los filipinos usan en su aseo personal)… También valen los charcos o la lluvia, que es recibida literalmente como una bendición. En el Wattah Wattah (agua agua, en tagalo) vale todo menos quedarse seco.
El festival se celebra cada 24 de junio y conmemora el nacimiento de San Juan Bautista, aquel que hace más de 2000 años se dedicó a purificar a las personas, mediante el bautizo con agua. Las preparaba así para la llegada de Jesús, al que también bautizó en el río Jordán.
A diferencia de los países europeos donde también se celebra el San Juan, fundamentalmente en España (que trajo a estas tierras la fe católica y, por tanto, la festividad), aquí no lo conmemoran la víspera y con fuego, sino el mismo 24 y con agua, mucha agua.
Los filipinos se toman las fiestas en serio, les encantan. Si a San Juan le bastaba con un chapuzón para limpiar las almas, a ellos no. En un país donde más del 80 % de la población es católica, quieren purificarse en grande y para eso usan toda el agua posible.
En el Wattah Wattah, día feriado en la ciudad de San Juan, salen a las calles personas de todas las edades: desde ancianos hasta bebés de pocos meses, que aprenden a seguir las tradiciones de sus mayores. Lo divertido, y a la vez curioso, es ver cómo pasan del acto litúrgico de la purificación, el “bassan” o “bahusan” (rociado de agua), a la más mundana y perversa jodedera, al relajo. A mojar a todo el que pueda ser mojado, pero con saña, incluso con cierta infantil maldad.
Las fotos que acompañan este texto son del Wattah Wattah del año pasado, en el que, producto de la sequía, las autoridades solo autorizaron el uso de 16 camiones cisterna del Cuerpo de Bomberos –han llegado hasta 60 en otras ediciones–. Los “bumberos” (otra palabrita del tagalo) suelen situar sus carros en las esquinas, a veces a ambos lados de la calle, para atacar en un fuego cruzado a todo el que pase, andando o en algún vehículo. Los tradicionales yipnis, los autos modernos, las motos, las bicis y, por supuesto, los peatones… todos reciben su buen chorro.
Después de un buen rato allí, pensando cómo salvar las cámaras, pero negado a guardarlas y a dejar de hacer fotos, comenzó el diluvio, el primer aguacero en más de dos meses. La gente lo recibió jubilosa y, no podía ser de otro modo, lo atribuyó a un milagro del buen San Juan.
En el Wattah Wattah también se organizan desfiles de comparsas, coreografías, disfraces y se canta. Pero en eso el festival es igual a cualquier otro. Lo bueno, lo diferente, es la mojazón, el bautizo colectivo en el que todos ríen y se divierten; en el que a veces se tiene la sensación de estar en medio de un huracán.
Este 24 me pienso dar una vuelta por San Juan City. Obviamente no habrá nada, la COVID-19 ha llegado para cambiar todas nuestras rutinas, para imponer esta nueva normalidad tan aburrida, en la que priman la distancia social y otras normas tan necesarias como insoportables. No habrá caos ni gente en las calles, pero voy con la ilusión de que los sanjuaninos, fieles a su tradición, al menos me lancen un buen cubo de agua que me purifique, que eso nunca está de más.