Un enorme busto del pintor zaragozano Francisco de Goya atrae a cientos de curiosos que le toman fotos, se hacen selfies con él, lo observan asombrados y algunos hasta lo huelen. Pero eso sí, nadie lo toca, está prohibido, pues la escultura del famoso artista está hecha con delicadas flores, nada más y nada menos que con 12.000 claveles, y con una paciencia tremenda.
Este Goya floral y florido forma parte del evento “ZGZ Florece” celebrado este fin de semana en el Parque Grande de Zaragoza para dar la bienvenida al verano y de paso promover la capital aragonesa como la ciudad de las flores.
“ZGZ Florece” reunió el trabajo de talentos locales como Carles J. Fontanillas, actual campeón de la Copa España de Arte Floral; Rosa Valls, reconocida a nivel internacional como una de las mejores floristas españolas; y Myriam Aznar, directora de la escuela de Arte Floral de Aragón. Estos artistas y muchos más dedicaron largas horas de trabajo para embellecer el parque y regalar hermosas obras a sus coterráneos.
Según los organizadores de esta florida idea, que ojalá perdure, unas 175.000 personas visitaron el parque durante los tres días que duró el evento. Y no lo dudo, fui dos veces y era impresionante ver la cantidad de gente que se bajaban de guaguas y tranvías y se iban al parque en masa compacta. Eran tantos que el sábado, al bajarme del bus, escuché que una niña preguntaba a su madre el motivo de “esa manifestación”.
Tiene su encanto, y mucho, que en estos tiempos en que vivimos sobresaturados de tecnología tantas personas vayan a un parque solo a ver flores y a disfrutar del buen tiempo.
Se nota también el efecto de la vacunación, la tendencia a la baja que tiene el bicho en España y las ganas que tiene la gente de volver a la vida normal, a la de antes, después de más de un año de encierro y restricciones. Si no fuera por las mascarillas, la imagen que regalaba este fin de semana ZGZ Florece podría ser de tiempos pre pandémicos.
Y si florido estaba el Parque Grande, también floridas estaban las personas que lo visitaban. Aquello parecía domingo en un pueblo, día de feria, todos con sus mejores galas, arregladitos, con ganas de verse bien y de ser vistos, felices y sonrientes (que todos se quitaban las mascarillas a la hora de los selfies). Solo el viejo Goya, con sus 275 años a cuesta, mantenía su serena y florida expresión, que se irá marchitando con el paso de los días.