Una tarde de sábado, caminando sin rumbo cierto por calles de Ciudad México, puntualmente por algunas arterias nada turísticas, escuché una música peculiar. Encaré mis pasos en dirección al sonido. A medida que me acercaba se me hacía más y más conocida aquella grabación a tiempo de 2×4. Los fraseos del piano, la flauta, los timbales, violines… eran inconfundibles. Doble una esquina y cuál fue mi sorpresa al desembarcar en un parque donde cientos de parejas de la tercera edad bailan danzón.
Había llegado a la vieja plaza de La Ciudadela, en la alcaldía de Cuauhtémoc. Hace más de un siglo este lugar era un campo de guerra donde se libraron cruentas batallas. Luego se construyó una cárcel que con el tiempo fue clausurada. Más tarde se levantó una fábrica de tabaco. Hoy es un gran parque tomado por longevos bailarines.
A mediados de 1996 fue cuando comenzaron a darse cita en esta plazoleta a cielo abierto los amantes del baile. Llegaron con grabadoras y plantaron. Coparon el lugar espontáneamente, sobre todo los sábados por la tarde, día de mayor afluencia. Cuentan que han llegado a darse cita acá hasta dos mil personas.
Este es un sitio donde han sucedido episodios amorosos, trágicos y hasta insólitos alrededor del baile. A la vuelta de la tercera edad y cuando ambos se habían enviudado Rita y Mario se conocieron aquí, mientras bailaban. Se enamoraron y con casi 70 años se casaron. También por acá recuerdan a Tomás Basto Wilbert, un señor de 73 años, asiduo a estas peñas, que murió en esta plaza al ser impactado por un rayo una tarde lluviosa luego de estar bailando.
Y lo increíble: en los tiempos más duros de la pandemia de la COVID-19, cuando para preservar nuestras vidas debíamos estar a buen resguardo en los hogares, la policía de Ciudad México se vio obligada a encintar y vigilar la plaza. Cuentan que algunos traviesos bailarines se escaparon de sus casas y aparecieron tirando unos pasitos en el parque. No es de extrañar, entonces, que a esta plaza casi nadie ya la llama por su nombre original sino que se le conoce popularmente como la Plaza del Danzón.
La popularidad del danzón en México y su vigencia es un fenómeno maravilloso. Tal cosa no sucede ya en ninguna parte de Cuba, donde en Matanzas, en 1879, este género fue creado por el compositor Miguel Faílde. En la Isla, donde incluso el danzón es el baile nacional, paradójicamente, es una manifestación casi que en peligro de extinción.
Fueron precisamente los cubanos que a principios del siglo XX emigraron a México y se asentaron en Veracruz y la península de Yucatán, los que introdujeron el danzón por aquellos lares. “En Cuba nació y en México lo adoptamos para siempre”,me dice con una gran sonrisa Roberto, uno de los señores que le saca brillo con sus pasos a la pista.
Estuve unos minutos observando aquel panorama desde afuera antes de colarme entre las parejas para tomar fotografías.
Todas y todos en este lugar vestían muy elegantes. Ellas con mucha gracia. Con tacones altos, blusas de vuelos y zayas. Casi todas impecablemente maquilladas y con collares, pulseras y aretes. Ellos, por su parte, eran galanes por dondequiera que se les mirase. Casi todos con sombrero fedora, esos flexibles y de ala corta, clásicos de los años 50. Las camisas de mangas largas. Algunas con detalles bordados. Combinaban con pantalón de vestir y zapatos de tipo mocasines. Otros de doble tono o colores como el azul. Había quienes lucían guayaberas. Otros se paseaban de traje y corbata muy combinados.
Cuando arrancaba la música, en los primeros compases, se miraban mutuamente damas y caballeros. Un gesto de ella era suficiente para la aprobación. Y entonces se encontraban los caballeros y las dama en el medio de la pista.
Pero acá no solo se bailaba el danzón. También se disfrutaba del son, la salsa, la bachata y el merengue. Hay espacio y bailarines para todos estos ritmos. Usted podría tirar un paso de danzón en un lado, saltar para otro y mover las caderas con una bachata.
Bailadores de danzón en Ciudad México. Foto: Kaloian.