Por estos días, cuando Chile es epicentro de las noticias y constantemente dan vueltas por nuestras redes videos y fotografías de la represión del ejército a los miles de manifestantes que han salido a las calles, tras treinta años de inequidades sociales, recuerdo que en mi imaginario infantil ese lugar no era un país sino un cúmulo de impresiones provocadas por dos canciones: “Yo pisaré las calles nuevamente”, de Pablo Milanés y “Santiago de Chile”, de Silvio Rodríguez.
Ambas sonaban en mi casa habitualmente –con el sonido característico del tocadiscos soviético– porque eran parte de la banda sonora de mi padre, melómano empedernido.
Inspirados y escritas por sus autores tras el golpe de estado de Pinochet al gobierno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, las dos canciones, con vuelo propio, se convirtieron en himnos en toda Latinoamérica. Y, por ello, por escribir canciones y ser cubanos, Silvio y Pablo fueron prohibidos en Chile.
La versión de “Yo pisaré las calles nuevamente” que daba vueltas en mi hogar era interpretada por Joan Manuel Serrat y Pablo Milanés para el disco Querido Pablo, grabado en 1985. Aun conservo ese vinilo. Ese tema me estremecía –me estremece– desde su introducción, cuando los redoblantes, tocado por el baterista Francisco Rabassa, le dan paso a la peculiar voz del catalán: “Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentada/ y en una hermosa plaza liberada/ me detendré a llorar por los ausentes.”
Y sobre la mitad de la canción, luego de un fraseo sublime del piano de Ricardo Miralles (arreglista de esta versión), apenas perceptible, entra Pablo tiernamente, se une con una segunda voz, como acariciando el canto de Serrat: “Yo unido al que hizo mucho y poco/ al que quiere la patria liberada/ dispararé las primeras balas/ más temprano que tarde, sin reposo”.
Por su parte, del tema “Santiago de Chile”, la versión que guardo en mi memoria y que hasta el día de hoy me estremece, es la que Silvio grabó en vivo acompañado de Chucho Valdés e Irakere durante un mítico recital ofrecido en el Estadio Nacional el 31 de marzo de 1990 ante 80 mil personas. Después de 17 años regresaba el trovador a Chile, donde había sido proscrito durante la larga dictadura de Augusto Pinochet.
El concierto fue publicado en 1992 en un álbum doble titulado “Silvio Rodríguez en Chile”. Asimismo, puede disfrutarse en video –anda navegando en Youtube– con buena calidad de imagen y sonido, pues fue registrado por la Televisión Nacional de Chile (TVC).
El tema de marras, el penúltimo del fonograma, capta la atención desde su introducción instrumental, que dura poco más de un minuto. Como en todo el concierto, la banda no es solo de acompañamiento sino alta protagonista. Y no es para menos, pues sobre ese escenario, respaldando al trovador, sonaba una de las mejores formaciones que ha tenido Irakere: Chucho Valdés (director, arreglista y piano), Juan Munguía (trompeta), Carlos del Puerto (bajo), Carlos Álvarez (Trompeta), Oscar Valdés (voz y percusión cubana), Enrique Plá (batería y computadora de ritmo), Adalberto “Trompetica” Lara (trompeta y fliscornio), Miguel Díaz “Anga” (percusión cubana), Javier Zalva (saxo soprano y flauta), Orlando Valle Maraca (flauta y teclados), Carlos Emilio Morales (Guitarra) y César López (Saxo).
El arreglo del tema en cuestión, como de la veintena de canciones que formaron parte del repertorio del concierto y posteriormente del disco, fue compuesto por el genial Oriente López con la colaboración de Chucho y el propio Silvio. Al escuchar semejante orquestación, la pieza se resignifica en su plenitud.
Si bien “Santiago de Chile”, grabada con guitarra, percusión y flauta en 1975 en el disco Díaz y flores (también por esa fecha hay una versión con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en la voz desgarradora Soledad Bravo y con arreglos de Eduardo Ramos) tiene la impronta cercana de los hechos acaecidos con el golpe militar y los recuerdos frescos de Silvio en un viaje hecho a Chile en 1972, aquí la percusión, los teclados –en momentos con fraseos andinos– y una base de vientos de metal –flauta, trompeta, fliscornio, saxofón y trombón– se entremezclan con una intensidad y riqueza musical excepcional que marcan la impronta de esa gran canción.
La introducción concluye y solo queda Enrique Plá redoblando en la batería hasta que arranca Silvio: “Aquí amé a una mujer terrible,/ llorando por el humo siempre eterno/ de aquella ciudad acorralada/ por símbolos de invierno.”
Pequeño detalle: en esta oportunidad Silvio, ex profeso, modifica la letra original y comienza con “aquí” en vez de “allí”.
Por esas causas y azares, en mayo de 2015, aterricé en Santiago de Chile acompañando a Silvio Rodríguez y sus compañeros de música. Tuve la inmensa oportunidad de vivir y fotografiar tres grandes conciertos del trovador.
Inexorablemente las dos canciones de las que hoy escribo me acompañaron mientras desandaba por las calles de la capital chilena y su gente.
Pero las mayores palpitaciones se agolparon en cada noche de los recitales pues, cuando sonaban los primeros acordes de “Santiago de Chile”, siempre apagué mi cámara y quedé atento, mirando fijo al trovador mientras recordaba a mi viejo y esos tiempos de mi infancia cuando Chile no era un país sino un montón de sentimientos.