“El Shincal de Quimivil”, una ciudadela incaica del siglo XV, levantada en medio de un valle en el Noroeste argentino, es un ejemplo portentoso de lo que fue ese imperio, el más extenso en la América precolombina.
Muchos secretos incaicos se resguardan entre las piedras milenarias de estas ruinas, a unos cinco kilómetros del poblado de Londres, en la provincia de Catamarca.
Antes de que llegaran los Incas, este valle estaba poblado por grupos calchaquíes. Esa cultura tenía como mayores fuentes de subsistencia la agricultura, el pastoreo y la alfarería.
Los calchaquíes fueron conquistados por los Incas y sometidos a sus costumbres y formas de organización social.
Los Incas ocuparon poblaciones andinas desde Colombia hasta Chile. Según los historiadores el imperio llegó a abarcar un territorio de unos 3.000.000 Km 2. En Argentina estuvieron entre 1479 y 1535. Por esa época, en unas 30 hectáreas, levantaron El Shincal, importante centro del Tawantinsuyo.
Esa cultura denominaba a su imperio, a su extensión territorial, como Tawantinsuyu. Es un nombre compuesto por las palabras quechuas “tawa”, que significa cuatro; y suyo, que quiere decir nación o estado. “Las Cuatro Regiones Juntas”, así le decían.
Cusco, que significa “ombligo del mundo”, era la capital más importante de los cuatro “suyos”. En la plaza principal de la ciudad una piedra marcaba el inicio de una red impresionante de caminos que conducían hacia los cuatro “suyos”. Por uno de esos senderos, tras recorrer miles y miles de kilómetros, se llegaba a “El Shincal de Quimivil”.
De ese modo El Shincal de Quimivil (el nombre se debe al shinki, un arbusto leguminosa típico de la zona y a la cercanía del río Quimivil) fue diseñado urbanísticamente como Cusco. Dice la leyenda que, desde esa capital, las más altas autoridades del imperio mandaron a los mejores arquitectos e ingenieros para construir la nueva ciudadela. Por ese parentesco El Shincal también fue conocido como un “nuevo Cusco”. Eso fue alrededor de 1457, según dan cuenta datos históricos.
El Shincal adquirió notable importancia en la región como centro político, religioso, militar y económico. En una publicación científica de la Fundación Azara y el Departamento de Ciencias Naturales y Antropológicas de la Universidad Maimónides, en Buenos Aires, refiere que “uno de los espacios más emblemáticos del Kollasuyu, provincia de los Andes Meridionales, del sur del Tawantinsuyu, fue El Shincal de Quimivil. Este lugar se caracteriza por poseer una arquitectura monumental estatal y por reproducir determinados patrones simbólicos de estructuración del espacio propios del ‘Cusco’. Las características geográficas, arquitectónicas y artefactuales constituyen la evidencia de una intensa dinámica política que colocan a El Shincal de Quimivil como una de las principales capitales política, administrativa y ceremonial incaica del Noroeste argentino”.
El sello arquitectónico incaico salta a la vista entre estas ruinas: bloques de piedras cortadas casi a la misma medida, dispuestas de forma simétrica y en armonía con el paisaje.
Se cree que en la urbe habitaron cerca de 800 personas y se llegaron a construir cerca de cien inmuebles. A partir de varios estudios arqueológicos, el material especializado antes citado detalla cómo era la conformación arquitectónica y urbana de la ciudadela:
“Entre los principales componentes de la planta urbana del sitio se encuentra una gran plaza amurallada o aukaipata de 175 x 175 metros, en cuyo centro se sitúa el ushnu o plataforma ceremonial. Dentro de la misma también se encuentra un muro doble de 60 m de largo con cuatro puertas o vanos trapezoidales que limita la visibilidad desde el acceso principal a la plaza y organiza el espacio en términos de movimiento. Alrededor de la aukaipata se encuentran grandes edificios rectangulares llamados kallanka, donde se realizaban diversas actividades políticas, administrativas y ceremoniales. También se destaca la presencia de varios conjuntos residenciales con un formato regular, conocidos como RPC (Rectángulo Perimetral Compuesto) o kancha en lengua quechua, dispuestas alrededor de la aukaipata y a la vera del camino incaico. Una de ellas, denominada Casa del Curaca estaba destinada a los gobernantes o la élite. Otras servían como residencias permanentes y permitían alojar a los invitados que arribaban a los eventos festivos; algunas eran exclusivas para los habitantes que se encargaban de mantener el sitio a lo largo del año, mientras que otras funcionaban como verdaderas kancha-templos Hacia el oriente y occidente de la plaza se destaca la presencia de dos cerros aterrazados (Cerro Aterrazado Oriental y Cerro Aterrazado Occidental) donde posiblemente se llevaban a cabo prácticas relacionadas con el culto solar”.
En la primera mitad del siglo XVI el imperio incaico tenía sus años contados. En 1536 Diego de Almagro, el segundo al mando de Francisco Pizarro, impulsado tras la conquista de Cusco, siguió su avance despiadado por el sur del continente hasta llegar al actual Chile. En medio de ese periplo tomó y ocupó El Shincal. Tiempo después los conquistadores abandonarían la ciudadela, dejándola en ruinas.
Con el paso de los años la zona quedó cubierta de shinqui. Nuevos pobladores se asentaron en las cercanías y fueron los primeros en descubrir los restos de la ciudadela más austral del imperio inca.
Fue así que en 1900 llegaron los primeros arqueólogos a la zona. Tras varias décadas de estudios y excavaciones, los arqueólogos no solo encontraron cimientos y paredes de casa, plazas sino también 3 kilómetros de fabulosos acueducto de piedras, pedazos perfectamente delineados del camino del Inca y una escalera sobre un cerro donde presumiblemente se realizaban los rituales al sol.
Todo eso y más permitió sumar valiosos datos sobre la vida y composición social del imperio incaico fuera de Cusco. A partir de ahí, con idas y vueltas, con algunas partes restauradas, El Shincal de Quimivil, declarado en 1997 Monumento Histórico Nacional, además de ser uno de los más importantes sitios arqueológicos del cono sur, se convirtió en un museo a cielo abierto.
El Shincal de Quimivil es un ejemplo latente de que las huellas de los Incas han resistido al paso del tiempo. Incluso, de alguna manera, hasta vencieron a aquellos conquistadores españoles llegados desde el viejo mundo con caballos, la biblia y la pólvora hace casi cinco siglos.