“Fresa y chocolate” siempre

Al asomarme en el balcón angosto en el que Diego le muestra a David la misma ciudad que había recorrido tantas veces, miro La Habana inmediata, décadas después, y el paisaje me devuelve un retrato que parece intacto.

La emblemática entrada de Concordia 418, donde se filmó la película. Foto: Kaloian.

La emblemática entrada de Concordia 418, donde se filmó la película. Foto: Kaloian.

La película Fresa y chocolate celebra este año tres décadas de su estreno. Por entonces, en 1993, con apenas 12 años intenté comprar una entrada para el antiguo cine Baría de mi ciudad, Holguín. Quería colarme en una de las funciones vespertinas, haciéndome pasar por alguien de 16, edad mínima permitida. ¡Qué iluso! Como era de sospechar, me frenaron en la taquilla.

Abrazo de Diego y David en la escena final de Fresa y chocolate. Proyección de la película en homenaje a Tomás Gutiérrez Alea (Titón). Foto: Kaloian.
Abrazo de Diego y David en la escena final de “Fresa y chocolate”. Proyección de la película en homenaje a Tomás Gutiérrez Alea (Titón). Foto: Kaloian.

No sería sino hasta años después que lograría por fin ver el célebre filme de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, protagonizado por Jorge Perugorría como Diego, y Vladimir Cruz en la piel de David; y con la inolvidable banda sonora de José María Vitier.

No recuerdo dónde, cómo ni cuándo fue esa primera vez; pero el largometraje fue para mí, como para tantos cubanos, un viaje de ida.

Calle Concordia, Centro Habana, con la fachada del palacete en el que se filmó la película. Foto: Kaloian.
Calle Concordia, Centro Habana, con la fachada del palacete en el que se filmó la película. Foto: Kaloian.
escalera del edificio donde se esconden Diego y David de Nancy, personaje interpretado por la actriz Mirtha Ibarra. Foto: Kaloian.
Escalera del edificio donde se esconden Diego y David de Nancy, personaje interpretado por la actriz Mirtha Ibarra. Foto: Kaloian.

La trama, que se desarrolla en el contexto del Período Especial, post caída del bloque soviético, sobrevuela el tiempo y conserva una actualidad apabullante. Por ahí desandan Diego y David, dos nombres para lo diverso en cualquiera de sus expresiones, juntos frente a un mundo de desigualdades, prejuicios (comenzando por los propios) e intolerancia.

Jorge Perugorría interpretó uno de los personajes icónicos de su carrera. Foto: Kaloian.
Jorge Perugorría interpretó en “Fresa y Chocolate” uno de los personajes icónicos de su carrera. Foto: Kaloian.

La realidad para las minorías sexuales en Cuba ha cambiado mucho, en especial desde la aprobación de la nueva ley de familias. Sin embargo, en otros aspectos el país que representa la cinta, treinta años después continúa añorando un debate abierto sobre temas urgentes: política, economía, libertades individuales. Una conversación colectiva que, como aquella íntima entre Diego y David, se transforme en una reflexión profunda sobre la aceptación, la convivencia y el encuentro.

Interior del edificio Concordia 418, donde se filmó la película. Foto: Kaloian.
Interior del edificio Concordia 418, donde se filmó la película. Foto: Kaloian.

Cada tanto vuelvo al clásico cinematográfico. Muchos cubanos tenemos nuestra propia historia de Fresa y chocolate o reescribimos a nuestra manera “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, el cuento angular de Senel Paz que inspiró la película.

Escalera del fondo del edificio de Concordia por donde los vecinos suben un cerdo en una de las escenas de la película. Foto: Kaloian.
Escalera del fondo del edificio de Concordia por donde los vecinos suben un cerdo en una de las escenas de la película. Foto: Kaloian.

Varias veces visité la locación principal del filme, en Concordia 418, Centro Habana. Ahí se armó La Guarida, apartamento bautizado por Diego, “un lugar donde no se recibe a todo el mundo”, como le suelta a David con sonrisa pícara al abrirle sus puertas por primera vez.

La Guarida, un par de años después del estreno de la película y el éxito internacional con varios premios y una nominación al Óscar como mejor cinta extranjera, se transformaría en uno de los restaurantes privados más famosos de Cuba.

Una de las paredes de La Guarida, la casa de Diego en la película, recrea los “amuletos” sagrados del personaje. Foto: Kaloian.
Una de las paredes de La Guarida, la casa de Diego en la película, recrea los “amuletos” sagrados del personaje. Foto: Kaloian.

La primera vez que fui estaba cerrado; pero los dueños cordialmente me permitieron pasar. Allí, en medio del silencio y la luz que entraba por las ventanas, me fue inebitable evocar a Diego y David en aquella salita de puntal alto, rodeados de la sensualidad de los cuadros de Servando Cabrera, en contraste con los modestos retratos de Martí y Lezama. Ellos dos, frente a frente, en un rejuego de argumentos, whisky en mano (“la bebida del enemigo”), mientras suena el piano de Lecuona, o Cervantes con “Adiós a Cuba”.

Vecina de Concordia 418. Foto: Kaloian.
Vecina de Concordia 418. Foto: Kaloian.

Los vi reír a carcajadas con el chiste amargo de Diego: “Yo tengo un amigo que desde niño tenía un talento extraordinario para el piano. Pero su padre se opuso por aquello de que el arte es cosa de afeminados. Hoy día mi amigo tiene 60 años, es maricón y ¡no sabe tocar el piano!”.

Autorretrato en La Guarida con dos de las esculturas usadas en la filmación de la película. Foto: Kaloian.
Autorretrato en La Guarida con dos de las esculturas usadas en la filmación de la película. Foto: Kaloian.

A unos metros, al asomarme al balcón angosto en el que Diego le muestra a David la misma ciudad que había recorrido tantas veces, miro La Habana inmediata, décadas después, y el paisaje me devuelve un retrato que parece intacto. Como si no hubiera pasado el tiempo; como si Diego pudiera también entonces llamar a familiares ficticios y, ante el inevitable silencio, justificar la ausencia para David: “Deben estar haciendo colas”.

Un día rutilante en La Habana visto desde el balcón de La Guarida, hoy un restaurante y antes la locación donde se armó el apartamento de Diego. Foto: Kaloian.
Un día rutilante en La Habana visto desde el balcón de La Guarida, hoy un restaurante y antes la locación donde se armó el apartamento de Diego. Foto: Kaloian.
La Habana, décadas después del filme. Foto: Kaloian.
La Habana, décadas después del filme. Foto: Kaloian.

No hay forma de ir a Coppelia, degustar un helado y no buscar a los amigos en alguna mesa, con sus sonrisas cómplices. Qué pena que la heladería más icónica de Cuba no tenga un mural con fotogramas de Fresa y chocolate. Fantaseo con que, en la pantalla gigante de 23 y L, pasen escenas de la película rodadas en esa esquina; las mismas que la Televisión cubana tardaría veinte años en transmitir.

Entrada de Concordia 418, donde se rodó la película. Foto: Kaloian.
Entrada de Concordia 418, donde se rodó la película. Foto: Kaloian.

Me gustaría volver a verlos allí, devueltos al ambiente inmortalizado por el filme: Diego que mira fijamente a los ojos de David, mientras este juega a un intercambio de roles: “¡Uy… Hoy es mi día de suerte: ¡encuentro maravillas!”.

“Qué bello eres, David”, le responde Diego, conmovido. “El único defecto que tienes es que no eres maricón”, volviendo a su tono sarcástico. “Nadie es perfecto”, remata David, dieguizado.

Coppelia acoge algunas de las escenas más famosas de este clásico del cine cubano. Foto: Kaloian.
Coppelia acoge algunas de las escenas más famosas de este clásico del cine cubano. Foto: Kaloian.

Hace unos años, en Gibara, Holguín, me crucé a los actores Jorge Perugorría y Vladimir Cruz en medio de una muchedumbre, cantando y bailando en un concierto de Cimafunk. No vi a dos actores, sino a sus icónicos personajes. Fuera de las pantallas, la película continúa y se empalma con la vida real.

Los actores Jorge Perugorría y Vladimir Cruz, protagonistas de Fresa y chocolate. Foto: Kaloian.
Los actores Jorge Perugorría y Vladimir Cruz, protagonistas de “Fresa y chocolate”. Foto: Kaloian.

Sumergirme en Fresa y chocolate siempre me hace bien. No acudo al filme por nostalgia, sino por reencontrar las raíces del presente; por volver al abrazo final entre Diego y David, metáfora perfecta de la Cuba que sueño.

Vista de La Habana desde la terraza de La Guarida. Foto: Kaloian.
Vista de La Habana desde la terraza de La Guarida. Foto: Kaloian.
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