Argentina sigue en modo Copa del Mundo. Es casi imposible aislarse de la cita del deporte que más pasión mueve en el planeta. Por eso desde hace dos semanas esta columna gira en torno a un balón. Hoy propongo un boceto fotográfico sobre el/la hincha, como se conoce en Argentina a la persona aficionada del fútbol.
El hincha incluye en el panteón de sus más sagrados amores una escuadra de fútbol. A su equipo el hincha puede perdonarle todo; aun si a lo largo de su vida esa condición supone más tristezas que alegrías. Siempre —aun más en las malas que en las buenas— el hincha acompañará y alentará.
Hincha se es para toda la vida. Pasan los jugadores y los dirigentes del fútbol; pero la hinchada se mantiene.
Puede ser un abogado que mantenga ecuanimidad en su vida; una psicóloga que tenga equilibrio emocional en su cotidianidad; un filósofo que tenga un puñado de respuestas para algunos fenómenos; pero como hincha toda herramienta profesional se desvanece mientras dure el partido sobre la cancha y los nervios se ponen de punta.
El verdadero hincha la mayor parte del tiempo de pie, saltando, cantando o comiéndose las uñas.
Cuando aparece el gol grita tan desaforadamente que en el rugido se descarga toda la adrenalina contenida. Si, por el contrario, toca una derrota, regresa a casa cabizbajo cargando el peso de un luto que tomará días superar.
El término nació a principios del siglo XX en Uruguay, en el Club Nacional de Fútbol de Montevideo. Prudencio Miguel Reyes era el utilero del equipo; encargado, entre otras cosas, de inflar las pelotas antes de cada partido. A la tarea se le llamaba en estas tierras “hinchar” y a quienes la realizaban, “hinchadores”.
Prudencio no solo cumplía con su labor sino que además, mientras se jugaba, a un costado del campo arengaba a la “tricolor”, como se conoce el equipo criollo. También corría de un extremo a otro y cantaba canciones inventadas por él. Cuentan que con su vozarrón contagiaba a los asistentes y motivaba a los jugadores.
Eran tiempos de espectadores pasivos, que se limitaban a mirar en silencio y aplaudir con los goles. Por eso el performance de Prudencio fue toda una revolución. Dicen los más viejos que, además de ir a ver en vivo y directo el juego de fútbol, asistían atraídos por el “hinchador” Prudencio.
Un siglo después, el primer hincha de la historia sigue alentando en su cancha desde una merecida estatua levantada en su honor en el estadio Nacional de Fútbol de Montevideo.
Cualquier diccionario etimológico consultado define la palabra como sustantivo femenino y masculino, una persona partidaria y entusiasta de un club o equipo deportivo. Y entre los sinónimos usan admirador, aficionado, entusiasta, forofo o fan.
Pero faltan dos palabras clave al describir la fisonomía del alma de un hincha: sentimiento y pasión.
La mejor definición de hincha la encontramos en el cine (a fin de cuentas, el fútbol también tiene mucho de arte).
“El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar de pasión”.
El secreto de sus ojos, dirigida por Juan José Campanella, está ambientada en la Argentina de mediados de los 70, en el contexto convulso de la dictadura militar. Los protagonistas Benjamín y Sandoval beben en un bar mientras intentan descubrir cómo dar con un escurridizo asesino y violador.
Releyendo cartas del sospechoso a su madre llenas de menciones futbolísticas, Sandoval descubre lo único imposible de camuflar para el hincha: su equipo. En el estadio, en el siguiente tope de su club, encontrarán por fin al tan buscado.
Si este no es un deporte más, si es una “fiesta compartida o compartido naufragio” como lo definió Eduardo Galeano, se debe en gran parte a la existencia de la hinchada.
Quien hincha es parte de una especie diseminada por todo el mundo y todas las edades. Los rostros y gestos de estas fotos, que pertenecen a la hinchada argentina durante los partidos disputados en Qatar 2022, podrían ser, con colores diferentes, los de cualquier parte del mundo.
Los jugadores admiten sentirse más fuertes cuando son alentados desde las tribunas. Las miles y miles de gargantas vitoreando y cantando desde las gradas pueden marcar la diferencia entre ganar o perder un partido. El fútbol sin hinchas no sería fútbol.
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