En el Cabo de San Antonio, atravesando la península de Guanahacabibes, por un terraplén que zigzaguea entre la costa y una tupida selva tropical, ahí donde último muere la tarde en Cuba, giran desde hace casi dos siglos las luces del faro Roncali.
Fue tras muchos accidentes, desorientaciones y ataques de corsarios y piratas que a inicios del siglo XIX las autoridades españolas en la Isla comenzaron a valorar la construcción de un faro en el punto más occidental de Cuba.
La edificación, con mano de obra esclava, comenzó en 1846 (cuenta la historia que el 17 de mayo de ese año se colocó la primera piedra). El lugar escogido fue el punto más alto de un descampado y rocoso cerro, a 10 metros sobre el nivel del mar. La composición geológica del lugar permitió extraer de ese mismo sitio, a pico y pala, grandes piedras. La torre, moldeada en forma circular, de unos 20 centímetros de espesor, mide 25 metros, desde la base hasta el techo circular de la casamata, desde la cual se proyecta el haz de luz.
La orden para la construcción la dio el Gobernador y Capitán General de entonces, el español Leopoldo O’Donnell y Jorís. Sin embargo, no llegó a ver la obra terminada, ya que su construcción se extendió hasta 1849, cuando los destinos de la Isla estaban bajo el mando del militar español Federico Roncali, quien no puso ni una piedra ni realizó propuesta alguna al proyecto de marras.
Roncali se llevó los aplausos y todo el crédito político ante la corona española y su apellido (además de quedar en la historia como uno de los Gobernadores de la colonia y propiciar la entrada, explotación y auge de peones chinos en Cuba) quedó rotulado en el más antiguo monumento arquitectónico del oeste de la Mayor de las Antillas.
Más allá de todos los vericuetos históricos, el faro Roncali se ha distinguido por su potente sistema de iluminación. En sus inicios, el rayo de luz lo lograban con combustión de aceite de oliva. Pasados los años, lograron traer desde Francia y armar una lámpara construida con varios prismas y lentes cóncavas. Al atravesar la luz la curvatura divergente de los vidrios, los haces luminosos que inciden paralelamente sobre una de sus caras se desvían hacia fuera. Para hacerlo andar se le acopló un procedimiento mecánico, usando el mismo principio que la maquinaria de un reloj.
Cada diez segundos, desde el faro Roncali (primer o último punto de Cuba, según el prisma con que se lo mire), donde quizás he fotografiado el más sublime de los ocasos cubanos, destella en dos tiempos un rayo de luz que alcanza a verse desde una distancia de hasta 30 kilómetros.